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Después de hacer el amor con Marion unas sesenta veces, según sus cálculos, en el verano de 1958, Eddie O'Hare no volvería a tener relaciones sexuales hasta casi dos años después. En el último año de Exeter asistiría a un curso de literatura inglesa, en la modalidad de escritura creativa, y sería en esa clase, bajo la dirección del señor Havelock, donde Eddie empezaría a escribir sobre la iniciación sexual de un joven en brazos de una mujer mayor que él. Anteriormente, su único esfuerzo por utilizar sus experiencias durante el verano de 1958 como material narrativo se concretó en un relato breve, que le salió demasiado largo, basado en la desastrosa entrega de los dibujos que Ted Cole había hecho de la señora Vaughn.

En el relato de Eddie, no son dibujos, sino poemas pornográficos. El personaje del ayudante de escritor se parece mucho a Eddie, es una desventurada víctima de la furibunda señora Vaughn, y ésta apenas sufre variación alguna, con excepción de su nombre, que es el de señora Wilmot (el único que Eddie recordaba de la lista de todos los exonianos vivos residentes en los Hamptons). Como es natural, la señora Wilmot tiene un simpático jardinero de origen hispano, y al noble jardinero le corresponde la tarea de recoger los fragmentos de poemas pornográficos de los setos circundantes y del pequeño surtidor en el sendero de acceso circular.

El personaje del poeta tiene pocas cosas en común con Ted. El poeta es ciego, y ésa es la razón principal de que necesite un ayudante de escritor, por no mencionar la necesidad de un chofer. En el relato de Eddie, el poeta es soltero y el fin de su relación con el personaje llamado señora Wilmot, a quien y sobre quien había escrito sus poemas escandalosos, lo causa la esposa. El poeta ciego es un personaje entrañable, cuya inquietante situación consiste en que es seducido y abandonado repetidamente por mujeres feas.

Como mensajero del poeta, cuyo amor por la malvada señora Wilmot es trágicamente inmutable, el maltratado ayudante de escritor realiza un esfuerzo heroico que le cuesta su empleo. Le dice al poeta ciego lo espantosa que es en realidad la señora Wilmot, y aunque esta descripción enfurece tanto al poeta que despide al joven, la verdad que encierra lo libera por fin de la atracción autodestructiva que siente hacia las mujeres como la señora Wilmot. (El tema de la fealdad no está bien trabajado, incluso muestra cierta torpeza, pues aunque Eddie se refería a la fealdad interior, lo que le resulta evidente e indecoroso al lector es la fealdad externa de la señora Wilmot.)

Era una narración francamente malísima, pero en tanto que muestra de lo prometedor que era Eddie como escritor, causó la suficiente impresión en el señor Havelock para admitir a Eddie en el curso de escritura creativa, y fue ahí, en esa clase de jóvenes aspirantes a escritores, donde empezó a fluir aquel tema, el más interesante de Eddie: el del joven que se relaciona con una mujer madura.

Por supuesto, Eddie era demasiado tímido para mostrar sus primeros esfuerzos a la clase. Había entregado los relatos, de una manera confidencial, al señor Havelock, quien sólo se los mostró a su esposa. Ésta era aquella mujer cuya pilosidad axilar y ausencia de sujetador fueron los elementos que utilizó Eddie en su primera fase de satisfacción masturbatoria. La señora Havelock se interesaría vivamente por la manera en que Eddie desarrollaba el tema del joven y la mujer madura.

Es comprensible que, para la señora Havelock, este tema fuese más interesante que el estilo de Eddie. Al fin y al cabo, la señora Havelock era una treintañera sin hijos que constituía el único objeto visible de deseo en una comunidad cerrada de casi ochocientos adolescentes. Aunque nunca se había sentido sexualmente tentada por ninguno de ellos, no había dejado de observar que excitaba la libido de los chicos. La mera posibilidad de semejante relación le repugnaba. Estaba felizmente casada y convencida por completo de que los chicos eran…, bueno, nada más que chicos. En consecuencia, la misma naturaleza de una relación sexual entre un muchacho de dieciséis años y una mujer de treinta y nueve, relación que describían una y otra vez los relatos de Eddie, atrajeron poderosamente la curiosidad de la señora Havelock. Ésta era alemana de nacimiento y conoció a su marido durante un intercambio de estudiantes extranjeros en Escocia (el señor Havelock era inglés). Ahora estaba atrapada en uno de los internados masculinos de elite en Estados Unidos, y se sentía continuamente perpleja y deprimida.

A pesar de la opinión que tenía la madre de Eddie sobre el carácter «bohemio» de la señora Havelock, ésta no hacía nada ex profeso para resultar sexualmente atractiva a los muchachos. Como una buena esposa, procuraba estar lo más atractiva posible para su marido. Era el señor Havelock quien prefería que ella no llevara sostén y quien rogaba a su esposa que no se depilara los sobacos: por encima de todo, le atraía la naturalidad. La señora Havelock se consideraba a sí misma poco atractiva y le consternaba su evidente efecto sobre aquellos muchachos rijosos, pues sabía que utilizaban su imagen para cascársela con abandono.

Anna Havelock, Rainer de soltera, no podía salir de su apartamento en la residencia sin que varios muchachos que se habían quedado rezagados en el vestíbulo se sonrojaran, o tropezaran con puertas o paredes, porque no podían quitarle los ojos de encima. Le era imposible servir café y pastas a los estudiantes asesorados por su marido, o a los alumnos de escritura creativa, sin que éstos se quedaran mudos, hasta tal punto les impresionaba la mujer. Ella, muy juiciosamente, detestaba esa situación y rogaba a su marido que volvieran a Gran Bretaña o a Alemania, donde sabía por experiencia que podría vivir sin sentirse el blanco de una infinidad de miradas lujuriosas. Pero a su marido, Arthur Havelock, le encantaba la vida en Exeter, donde era un profesor enérgico que gustaba mucho a los alumnos y a sus colegas del profesorado.

Tal era el matrimonio básicamente bueno, sin puntos de fricción, al que Eddie O'Hare aportó los turbadores relatos de su enredo sexual con Marion Cole. Por supuesto, Eddie había introducido los cambios necesarios para ocultar que los personajes eran él mismo y Marion. El personaje de Eddie no era el ayudante de un famoso autor e ilustrador de libros infantiles. (Puesto que Minty O'Hare había comentado e idealizado hasta hacerse insoportable el primer trabajo veraniego de su hijo, todo el mundo en el departamento de literatura inglesa de Exeter estaba al corriente de que Eddie había trabajado unos meses para Ted Cole.)

En los relatos de Eddie, el muchacho trabajaba en una tienda de marcos de Southampton y el personaje de Marion estaba inspirado en el recuerdo borroso que Eddie conservaba de Penny Pierce. Puesto que Eddie no recordaba el aspecto que tenía la mujer, su descripción física era una combinación imprecisa del hermoso rostro de Marion y el cuerpo maduro y algo corpulento de Penny Pierce, que no tenía punto de comparación con el de Marion.

Al igual que la señora Pierce, el personaje de Marion en los relatos de Eddie estaba cómodamente divorciada. Por su parte, el personaje de Eddie gozaba de los frutos silvestres de su iniciación sexual. Sesenta veces en menos de un verano era una cifra sorprendente para los señores Havelock. El personaje de Eddie también se beneficiaba de la generosa pensión alimentaria acordada en el proceso de divorcio de Penny Pierce, pues, en los relatos de Eddie, el muchacho de dieciséis años vivía en la espléndida casa que la propietaria de la tienda de marcos poseía en Southampton, una lujosa finca que tenía un asombroso parecido con la mansión de la señora Vaughn en Gin Lane.

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