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– Sí, desde luego -respondió Ted-, pero no creo que ninguno de mis libros sea realmente para niños. En primer lugar, las madres han de comprarlos y, en general, son las madres las primeras que los leen en voz alta. Los niños suelen oírlos antes de que puedan leerlos. Y cuando los niños son adultos, a menudo vuelven a leer mis libros.

– ¡Eso es lo que me ocurrió a mí! -exclamó Glorie. Effie, que estaba enfurruñada, puso los ojos en blanco. Todo el mundo, excepto Effie, estaba satisfecho. La señora Mountsier había recibido la confirmación de que las madres son lo primero. Glorie había sido felicitada por no ser ya una niña, y el famoso autor había reconocido que era adulta.

– ¿Qué clase de dibujos se propone hacer? -le preguntó la señora Mountsier.

– Verá, al principio me gustaría dibujarlas a usted y a su hija juntas -respondió Ted-. De esa manera, cuando las dibuje a cada una por separado, la presencia de la que falte estará…, bueno, estará ahí de alguna manera.

– ¡Qué bien! ¿Quieres hacerlo, mamá? -preguntó Glorie. (Effie puso de nuevo los ojos en blanco, pero Ted nunca prestaba mucha atención a una mujer sin atractivo.)

– No lo sé. ¿Cuánto tiempo necesitaría? -quiso saber la señora Mountsier-. ¿0 a cuál de las dos desearía dibujar primero? Quiero decir por separado, después de que nos hubiera dibujado juntas.

Espoleado por el deseo, Ted comprendió que la viuda había sufrido demasiado y estaba deshecha.

– ¿Cuándo tienes que volver a la universidad? -le preguntó Ted a Glorie.

– Creo que el 5 de septiembre -respondió Glorie.

– El 3 de septiembre -la corrigió Effie-. Y vas a pasar el Día del Trabajo conmigo en Maine -añadió.

– Entonces dibujaría primero a Glorie -le dijo Ted a la señora Mountsier-. Primero las dos juntas, luego Glorie sola, y después, cuando Glorie haya vuelto a la universidad, usted sola.

– Pues no sé… -dijo la señora Mountsier.

– ¡Vamos, mamá! -exclamó Glorie-. ¡Será divertido! -Bueno…

Era el famoso e imperecedero «bueno» de Ted. -Bueno… ¿qué? -preguntó Effie bruscamente.

– Quiero decir que no es necesario que se decidan ahora mismo -dijo Ted a la señora Mountsier, y entonces se dirigió a Glorie: Piénsenlo.

Se dio cuenta de que Glorie ya lo estaba pensando. De las dos mujeres, Glorie sería la fácil. Y entonces… ¡qué otoño e invierno gratamente largos podrían esperarle! Imaginó la seducción, muchísimo más lenta, de la apenada señora Mountsier: podría requerir meses, incluso un año.

Fue una cuestión de tacto permitir que madre e hija le llevaran a Sagaponack. La señora Mountsier se ofreció a hacerlo. Entonces se dio cuenta de que había herido los sentimientos de su hija, que a Glorie le ilusionaba de veras llevar en coche al famoso autor e ilustrador.

– Pues entonces ve tú, Glorie -dijo la mujer-. No me había dado cuenta de que te apetecía tanto.

Ted pensó en lo contraproducente que era que madre e hija se pelearan.

– Puede que parezca egoísta -dijo, dirigiendo a Effie una sonrisa encantadora-, pero sería un honor para mí que todas me acompañaran a casa.

Aunque su encanto no surtía efecto en Effie, madre e hija se reconciliaron al instante, de momento.

Ted también representó el papel de pacificador cuando hubo que decidir si conducía la señora Mountsier o Glorie. -Personalmente, creo que los jóvenes de tu edad conducís mejor que vuestros padres -dijo sonriente a Glorie-. Por otro lado -ofreció su sonrisa a la señora Mountsier-, la gente como nosotros somos insoportables conductores desde los asientos traseros-. Se volvió hacia Glorie-. Deja conducir a tu madre. Es la única manera de evitar que conduzca desde el asiento trasero.

Aunque Ted había parecido indiferente a Effie cada vez que la chica ponía los ojos en blanco, esta vez se adelantó a ella: se volvió hacia la nada agraciada joven y puso los ojos en blanco, sólo para mostrarle que no se le escapaba nada.

Para cualquiera que los hubiese visto, estaban sentados en el coche como una familia razonablemente normal. La señora Mountsier iba al volante y el célebre personaje, que había sido castigado por conducir en estado de embriaguez, ocupaba el asiento del pasajero. Detrás iban las hijas. La que tenía la desgracia de ser fea estaba, naturalmente, malhumorada y se mostraba reservada. Sin duda era lógico, porque la que parecía su hermana era bonita en comparación. Effie iba sentaba detrás de Ted y le lanzaba miradas furibundas al cogote. Glorie se inclinaba hacia delante, ocupando el espacio entre los dos asientos delanteros del Saab verde oscuro de la señora Mountsier. Al volver la cabeza para admirar el sorprendente perfil de la viuda, Ted podía ver también a la hija vivaracha aunque no exactamente hermosa.

La señora Mountsier era una buena conductora y nunca apartaba los ojos de la carretera. La hija no podía apartar los ojos de Ted. Para ser un día que comenzó con tan mal pie, ¡había que ver las oportunidades que se le habían presentado! Ted consultó su reloj y se sorprendió al ver que tan sólo acababa de empezar la tarde. Estaría en casa antes de las dos, y dispondría de mucho tiempo para enseñar a madre e hija su cuarto de trabajo cuando aún había buena luz. Ted había llegado a la conclusión de que no se puede juzgar un día por su comienzo cuando la señora Mountsier pasó ante el lago Agawam y giró por Dune Road para entrar en Gin Lane. Ted había estado tan absorto en la comparación visual entre madre e hija que no se había fijado en la ruta.

– Ah, va usted por aquí… -susurró. -¿Por qué susurra? -le preguntó Effie.

En Gin Lane, la señora Mountsier se vio obligada a reducir la marcha y el coche avanzó lentamente. La calle estaba cubierta de papeles, que también colgaban de los setos. Mientras el coche avanzaba, los pedazos de papel revoloteaban a su alrededor. Uno de ellos se adhirió al parabrisas. La señora Mountsier estuvo a punto de frenar.

– ¡No pare! -le pidió Ted-. ¡Bastará con el limpiaparabrisas! -Para que después hablen de los que conducen desde el asiento trasero… -observó Effie.

Pero, para alivio de Ted, los limpiaparabrisas funcionaron y el ofensivo trozo de papel salió volando. (Ted había visto por un instante lo que sin duda era una axila de la señora Vaughn. Pertenecía a una de las series más comprometedoras, en la que ella estaba tendida boca arriba con las manos cruzadas en la nuca.)

– ¿Qué es todo esto? -preguntó Glorie.

– Supongo que la basura de alguien -replicó su madre. -Sí -dijo Ted-. Un perro debe de haber esparcido la basura. -Qué estropicio -observó Effie.

– Deberían multar al que lo haya hecho, sea quien sea -dijo la señora Mountsier.

– Sí -convino Ted-. Aunque el culpable haya sido ¡que lo multen!

Todos se rieron, excepto Effie.

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