– Parece como si te repugnara -le dijo-. ¿Cómo te atreves…, cómo te atreves a detestarme?
Eddie se encontraba en una habitación desconocida. No sabía cómo ir a la sala con la gran araña de luces junto a la entrada, y cuando se volvió para mirar la puerta vidriera que daba al jardín, vio un laberinto de puertas abiertas, entre las que no distinguía la puerta por la que acababa de entrar
– ¿Por dónde salgo? -le preguntó a la señora Vaughn.
– ¿Cómo te atreves a detestarme? -repitió ella-. Tú mismo llevas una vida despreciable, ¿no es cierto?
– Por favor, señora…, quiero volver a casa -le dijo Eddie. Tras haber pronunciado estas palabras, se dio cuenta de que lo decía en serio y que se refería a Exeter, New Hampshire, y no a Sagaponack. Eddie quería irse a su auténtica casa. Era una debilidad que acarrearía durante el resto de su vida: siempre se sentiría inclinado a llorar ante mujeres mayores, como una vez lloró ante Marion, como ahora empezaba a llorar ante la señora Vaughn
Sin decir palabra, ella le tomó de la muñeca y le condujo a través del museo que era su casa hasta la estancia de la araña de luces, donde estaba la entrada. Su mano pequeña y fría le pareció la pata de un pájaro, como si un loro minúsculo o un periquito tirase de él. Cuando abrió la puerta y le hizo salir de un empujón, el viento cerró bruscamente varias puertas en el interior de la casa, y al volverse para decirle adiós, vio el súbito remolino de los terribles dibujos de Ted: el viento los había barrido de la mesa del comedor
Eddie no podía hablar, como tampoco la señora Vaughn. Cuando ésta oyó el ruido de los dibujos que revoloteaban a sus espaldas, se volvió con rapidez, como aprestándose para un ataque, enfundada en la enorme bata blanca. En efecto, antes de que el viento volviera a cerrar la puerta principal, como un segundo escopetazo, la señora Vaughn estaba a punto de ser atacada. Sin duda comprobaría en aquellos dibujos hasta qué punto había permitido que la asaltaran
– ¿Dices que te tiró piedras? -!e preguntó Marion a Eddie.
– Eran piedrecillas y la mayor parte alcanzaron al coche -admitió Eddie
– ¿Y te pidió que la llevaras en brazos?
– Estaba descalza -volvió a explicarle Eddie-. ¡Todo estaba lleno de cristales rotos!
– ¿Y dejaste allí tu camiseta? ¿Por qué?
– Estaba hecha un asco…, era sólo una camiseta
En cuanto a Ted, su conversación sobre el particular fue un poco diferente
– ¿Qué quería decir con eso de que el viernes tenía "todo el día"? -inquirió Ted-. ¿Acaso espera que me pase el día entero con ella?
– No lo sé -respondió el muchacho
– ¿Por qué creía que habías mirado los dibujos? ¿Hiciste eso, los miraste?
– No -mintió Eddie
– ¡Qué coño!, claro que los miraste -comentó Ted.
– La vi desnuda -dijo Eddie
– ¡No me digas! ¿Se te desnudó?
– Lo hizo sin querer -admitió Eddie-, pero la vi. Fue el viento, le abrió la bata
– Cielo santo… -dijo Ted
– Se quedó fuera de la casa, sin poder entrar,y el viento cerró la puerta. Dijo que querías que todas las puertas estuvieran cerradas y que el jardinero no anduviera por allí.
– ¿Te dijo eso?
– Tuve que entrar a la fuerza en la casa -se quejó Eddie-
Rompí las puertas vidrieras con una piedra del estanque de los pájaros. Tuve que llevarla en brazos porque el suelo estaba lleno de cristales rotos. Tuve que dejar allí mi camiseta
– ¿A quién le importa tu camiseta? -gritó Ted-. ¡El viernes no puedo pasarme el día entero con ella! El viernes por la mañana me llevarás a su casa, pero tendrás que pasar a recogerme al cabo de tres cuartos de hora…, menos, ¡al cabo de media hora! No podría pasar tres cuartos de hora con esa loca
– Tendrás que confiar en mí, Eddie -le dijo Marion-. Voy a decirte lo que vamos a hacer
– De acuerdo -respondió Eddie
No podía quitarse de la mente el peor de los dibujos. Quería hablarle a Marion del olor que despedía la señora Vaughn, pero no podía describirlo
– El viernes por la mañana le llevarás a casa de la señora Vaughn,¿no?
– ¡Sí! Estará allí media hora
– No, no estará allí media hora -replicó Marion-. Le dejarás allí y no volverás a buscarle. Sin coche, tardará casi todo el día en regresar a casa. Te apuesto lo que quieras a que la señora Vaughn no se ofrecerá para traerle en el suyo
– Pero ¿qué hará Ted? -le preguntó Eddie
– No debes temerle -le recordó Marion-. ¿Qué hará? Probablemente pensará que su único conocido en Southampton es el doctor Leonardis, con quien suele jugar al squash. Tardará media hora o tres cuartos en ir a pie hasta el consultorio del doctor Leonardis. ¿Y qué hará entonces? Tendrá que esperar durante todo el día, hasta que los pacientes del médico se hayan ido a casa, antes de que el médico pueda traerle aquí…, a menos que Ted conozca a alguno de los pacientes o a alguien que casualmente vaya en dirección a Sagaponack
– Ted va a subirse por las paredes -le advirtió el muchacho
– Tienes que confiar en mí, Eddie.
– Vale
– Después de llevar a Ted a casa de la señora Vaughn, volverás aquí en busca de Ruth -siguió diciéndole Marion-. Entonces la llevarás al médico para que le quite los puntos. A continuación quiero que la lleves a la playa. Que se bañe para celebrar que le han quitado los puntos
– Perdona -le interrumpió Eddie-, pero ¿por qué no la lleva a la playa una de las niñeras?
– El viernes no habrá ninguna niñera -le informó Marion-. Necesito todo el día, o todas las horas del día que puedas conseguirme, para estar aquí sola
– Bueno -dijo Eddie, pero por primera vez notó que no confiaba del todo en Marion. Al fin y al cabo, él era su peón, y ese día ya había pasada la clase de jornada que puede pasar un peón-. Miré los dibujos de la señora Vaughn -le confesó a Marion
– Qué barbaridad -dijo ella
El muchacho no quería llorar de nuevo, pero permitió que ella le atrajera la cabeza hacia sus senos y que la retuviera allí mientras él se esforzaba por contarle lo que sentía
– En esos dibujos no sólo estaba desnuda -empezó a decir.
– Lo sé -le susurró Marion, y le besó en lo alto de la cabeza.
– No sólo estaba desnuda -insistió Eddie-. Era como si pu dieras ver todo aquello a lo que ha estado sometida. Parecía como si la hubieran torturado o algo por el estilo