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– ¿No quieres volver a la cama? -le preguntó finalmente a la pequeña

– Sí -respondió Ruth-, pero trae la foto

Recorrieron el pasillo a oscuras, que ahora parecía aún más oscuro, pues la tenue luz procedente del baño principal sólo arrojaba una débil luminosidad por la puerta abierta del cuarto

– Espero que no vuelva a pasar -le dijo la pequeña de Ruth.

Eddie llevaba a la niña contra el pecho, en un solo brazo, y le pesaba. En la otra mano tenía la fotografía

Acostó de nuevo a Ruth y colocó sobre la cómoda la foto de Marion en París. Aunque la tenía delante, la niña se quejó de que estaba demasiado lejos y no la veía bien. Eddie acabó por apoyar la foto contra el escabel, próximo a la cabecera de la litera de Ruth. La pequeña se quedó satisfecha y volvió a dormirse

Antes de regresar a su habitación, Eddie miró de nuevo a Marion. Tenía los ojos cerrados, los labios entreabiertos mientras dormía, y había desaparecido de su cuerpo aquella aterradora rigidez. Sólo una sábana le cubría las caderas, y la parte superior de su cuerpo estaba desnuda. De esa manera parecía un poco menos abandonada

Eddie estaba tan cansado que se tendió en la cama y se quedó dormido con la toalla alrededor de la cintura. Por la mañana le despertó la voz de Marion que le llamaba a gritos, al tiempo que oía el lloro histérico de Ruth. Echó a correr por el pasillo, todavía con la toalla puesta, y encontró a Marion y Ruth inclinadas sobre el lavabo del baño, que estaba manchado de sangre. Había sangre por todas partes, en el pijama de la niña, en la cara, en el cabello, y procedía de un solo corte profundo en el dedo índice derecho de Ruth. La yema de la primera falange del dedo estaba cortada hasta el hueso, un corte perfectamente recto y muy delgado

– Dice que ha sido un cristal -le explicó Marion a Eddie-, pero no hay ningún fragmento de cristal en el corte. ¿Qué cristal, cariño? -preguntó a Ruth

– ¡La foto, la foto! -gritó la niña

Al esforzarse por ocultar la fotografía debajo de la litera, Ruth debía de haber golpeado el marco contra el escabel o contra una barra de la litera. El cristal que cubría la foto estaba hecho añicos. La foto no había sufrido daño alguno, aunque el paspartú estaba manchado de sangre

– ¿Qué he hecho? -preguntaba la pequeña

Eddie la sostuvo mientras su madre la vestía, y entonces Marion la tomó en brazos durante el tiempo que Eddie tardó en vestirse

Ruth había dejado de llorar y ahora estaba más preocupada por la fotografía que por el dedo herido. Recogieron la foto, que estaba todavía con el paspartú manchado de sangre, la sacaron del marco roto, y se la llevaron porque Ruth quería tener la foto consigo en el hospital. Marion intentó prepararla para que no se asustara cuando le dieran los puntos, y lo más probable era que le pusieran por lo menos una inyección. En realidad fueron dos, la inyección de lidocaína antes de darle los puntos y luego la vacuna contra el tétanos. A pesar de su profundidad, el corte era tan limpio y delgado que Marion estaba segura de que no requeriría más de dos o tres puntos ni dejaría una cicatriz visible

– ¿Qué es una cicatriz? -preguntó la niña-. ¿Voy a morirme?

– No, no vas a morirte, cariño -le aseguró su madre.

Entonces la conversación giró en torno al arreglo de la fotografía. Cuando salieran del hospital, llevarían la foto a una tienda de marcos de Southampton y la dejarían allí para que le pusieran un marco nuevo. Ruth se echó a llorar una vez más, porque no quería dejar la foto en la tienda. Eddie le explicó que necesitaban un paspartú, un marco y un cristal nuevos

– ¿Qué es un paspartú? -preguntó la niña

Cuando Marion mostró a Ruth el paspartú manchado de sangre, pero no la fotografía, Ruth quiso saber por qué la mancha de sangre no era roja. La sangre se había secado y vuelto marrón

– ¿Me volveré marrón? -preguntó Ruth-. ¿Voy a morirme?

– No, cariño, no te morirás, te lo prometo -le decía Marion una y otra vez

Como es natural, Ruth gritó cuando le pusieron las inyecciones y le dieron los puntos, que sólo fueron dos. El médico se sorprendió al ver la perfecta línea recta del corte. La yema del dedo índice estaba cortada con precisión por la mitad. Un médico no habría podido cortar intencionadamente por el centro exacto de un dedo tan pequeño, ni siquiera con un bisturí

Después de dejar la fotografía en la tienda de marcos, Ruth permaneció sentada y tranquila en el regazo de su madre. Eddie conducía de regreso a Sagaponack, con los ojos entornados porque le deslumbraba el sol matinal. Marion bajó el parasol del lado del pasajero, pero Ruth era tan bajita que el sol le daba directamente en la cara y le hacía volverse hacia su madre. De repente Marion empezó a mirar con fijeza los ojos de su hija, el derecho en particular

– ¿Qué ocurre? -le preguntó Eddie-. ¿Tiene algo en el ojo?

– No es nada -respondió Marion

La niña se acurrucó contra su madre, quien protegió la cara de Ruth interponiendo la mano entre ella y el sol

Extenuada después de tanto lloro, Ruth se quedó dormida antes de llegar a Sagaponack

– ¿Qué has visto? -le preguntó Eddie a Marion, que volvía a tener la mirada notablemente perdida (no tanto como la noche anterior, cuando Eddie le preguntó por el accidente que habían sufrido sus hijos)-. Dímelo

Marion mencionó el defecto en el iris del ojo derecho, aquel hexágono amarillo que Eddie había admirado con frecuencia. Más de una vez le había dicho que le encantaba la manchita amarilla en su ojo, la manera en que, bajo cierta luz o visto desde ángulos impredecibles, su ojo derecho podía pasar del azul al verde

Aunque los ojos de Ruth eran castaños, lo que Marion había visto en el iris de su ojo derecho era exactamente la misma forma hexagonal de color amarillo brillante. Cuando la niña parpadeó a causa del sol, el hexágono amarillo había revelado su capacidad de volver ámbar el color castaño del ojo derecho de Ruth

Marion siguió abrazando a la niña dormida contra su pecho. Con una mano, seguía protegiéndole la cara del sol. Eddie nunca le había visto manifestar semejante grado de afecto físico a Ruth

– Tu ojo es muy… distinguido -le dijo el muchacho-. Es como una marca de nacimiento, sólo que más misteriosa…

– ¡La pobre niña! -le interrumpió Marion-. ¡No quiero que sea como yo!

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