Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Las mujeres del sargento Hoekstra solían quejarse de la inconstancia con que se afeitaba. Al principio, el que no fuera en absoluto presumido podría resultarles atractivo a las mujeres, pero éstas, al final, tomaban el descuido de sus mejillas como un signo de su indiferencia hacia ellas. Cuando el pelo que le cubría la cara empezaba a tener aspecto de barba, se afeitaba. A Harry no le gustaban las barbas. Había temporadas en que se afeitaba en días alternos, mientras que en otras sólo lo hacía una vez a la semana. En otras ocasiones se levantaba en plena noche para afeitarse, de manera que la mujer con la que estaba viera a un hombre de aspecto diferente cuando se despertara por la mañana

Harry mostraba una indiferencia similar hacia la indumentaria. Su tarea consistía en andar, y por ello calzaba unas recias y cómodas zapatillas deportivas. En cuanto a pantalones, sólo necesitaba unos vaqueros. Tenía las piernas cortas y estevadas, el vientre liso y el inexistente trasero de un muchacho. De cintura para abajo su físico era muy parecido al de Ted Cole (compacto, totalmente funcional), pero la parte superior de su cuerpo estaba más desarrollada. Iba a un gimnasio todos los días y tenía el pecho redondeado de un levantador de pesas, pero como solía llevar camisas de manga larga y holgadas, un observador fortuito nunca sabría lo musculoso que era

Aquellas camisas eran las únicas prendas de color de su guardarropa. La mayoría de sus mujeres comentaban que eran demasiado llamativas, o por lo menos demasiado abigarradas. Él solía decir que le gustaban las camisas "con mucha historia estampada en ellas". Eran la clase de camisas que no se llevan con corbata, pero de todos modos Harry Hoekstra casi nunca se ponía corbata

Tampoco solía ponerse su uniforme de policía. En De Wallen todo el mundo le conocía tanto como a las prostitutas de escaparate más veteranas y llamativas. Recorría el barrio por lo menos durante dos o tres horas cada día o cada noche en que estaba de servicio

Encima de las camisas prefería ponerse cazadoras o alguna prenda que repeliera el agua, siempre de colores sólidos y oscuros. Para el tiempo frío, tenía una vieja chaqueta de cuero forrada de franela, pero todas sus chaquetas, lo mismo que las camisas, eran holgadas. No quería que la Walther de nueve milímetros, que llevaba en una pistolera, formara un bulto visible. Sólo si llovía mucho se ponía una gorra de béisbol. No le gustaban los sombreros y nunca usaba guantes. Una de las ex novias de Harry había calificado su manera de vestir como "básicamente de matón"

Tenía el cabello castaño oscuro, pero se le estaba volviendo gris, y a Harry le preocupaba tan poco como el afeitado. Primero lo había llevado demasiado corto, y después se lo dejó crecer demasiado

En cuanto al uniforme policial, Harry lo había llevado con mucha más frecuencia en los primeros cuatro años de servicio, cuando estaba destinado en la zona oeste de Amsterdan. Todavía tenía allí su piso, no porque fuese demasiado perezoso para mudarse, sino porque le gustaba el lujo de tener dos chimeneas en funcionamiento, una de ellas en el dormitorio. Sus lujos principales eran la leña y los libros. A Harry le encantaba leer al lado del fuego, y poseía tantos libros que mudarse a cualquier otra parte le habría supuesto una tarea ímproba. Además, iba al trabajo y volvía a casa en bicicleta, pues le gustaba que hubiera cierta distancia entre su residencia y De Wallen. Por muy familiarizado que estuviera con el barrio chino y por muy reconocible que fuese su figura en las calles atestadas (De Wallen constituía su verdadero despacho, "los pequeños muros" eran los bien conocidos cajones de su auténtico escritorio), Harry Hoekstra era un solitario

Las mujeres de Harry también se quejaban de su considerable tendencia a aislarse. Prefería leer un libro a escucharlas. Y en cuanto a hablar, Harry prefería encender el fuego, acostarse y contemplar la oscilación de la luz en las paredes y el techo. También le gustaba leer en la cama

Harry se preguntaba si sólo las mujeres que salían con él estaban celosas de los libros. Creía que ésa era su principal ridiculez. ¿Cómo podían estar celosas de los libros? Esto se le antojaba aún más ridículo en los casos de las mujeres a las que había conocido en librerías, y no eran pocas. A otras, aunque últimamente con menos frecuencia, las había conocido en el gimnasio

El gimnasio de Harry era el mismo local del Rokin adonde llevó a Ruth Cole su editor, Maarten Schouten. A los cincuenta y siete años, el sargento Hoekstra era un poco viejo para la mayoría de las mujeres que acudían allí. (Que las jóvenes veinteañeras le dijeran que estaba en una forma estupenda "para un hombre de su edad" nunca le alegraba la jornada.) Pero recientemente había salido con una de las mujeres que trabajaban en el gimnasio, una monitora de aerobic. Harry detestaba el aerobic. Él era estrictamente un levantador de pesas. El sargento Hoekstra caminaba en un día más de lo que la mayoría de la gente caminaba en una semana e incluso en un mes, e iba en bicicleta a todas partes. ¿Para qué necesitaba el aerobic?

La monitora había sido una mujer atractiva, al final de la treintena, pero tendía al celo misionero. Su incapacidad de convertir a Harry para que practicara el aerobic había herido sus sentimientos, y, que Harry recordara, a ninguna de sus mujeres le había molestado tanto como a ella su afición a la lectura. La monitora de aerobic no era lectora y, al igual que les sucedía a todas las demás mujeres con las que salía Harry, se negaba a creer que nunca hubiera hecho el amor con una prostituta. Sin duda había sentido por lo menos la tentación de hacerlo

"Tentado" lo estaba siempre, aunque cada año que pasaba la tentación disminuía. En sus casi cuarenta años de servicio también se había sentido "tentado" a matar un par de veces. Pero el sargento Hoekstra ni había matado a nadie ni se había acostado con ninguna prostituta

No obstante, era innegable que todas las novias de Harry se mostraban preocupadas por sus relaciones con aquellas mujeres de los escaparates y, en número creciente, de las calles. Harry era un hombre de las calles, lo cual había contribuido en gran medida a su afición a los libros y las chimeneas. Haber sido un hombre de las calles durante casi cuarenta años contribuyó de una manera definitiva a su deseo de vivir en el campo. Harry Hoekstra estaba harto de las ciudades, de cualquier ciudad

A una de las novias que había tenido Harry le gustaba leer tanto como a él, pero leía libros inadecuados. Entre las mujeres con las que Harry se acostaba, era también la más relacionada con el mundo de la prostitución. Era una abogada que trabajaba voluntariamente para una organización de prostitutas, una feminista liberal que confesó a Harry que se "identificaba" con las putas

La organización en pro de los derechos de las prostitutas se llamaba De Rode Draad (El Hilo Rojo). En la época en que Harry conoció a la abogada, El Hilo Rojo tenía una incómoda alianza con la policía. Al fin y al cabo, tanto a la policía como a El Hilo Rojo les preocupaba la seguridad de las prostitutas. Harry siempre pensó que esa alianza debería haber tenido más éxito del que tuvo

Pero, desde el comienzo, los miembros de la junta de El Hilo Rojo le irritaron: además de las prostitutas y ex prostitutas más militantes, estaban las mujeres (como su amiga abogada) que le parecían unas feministas nada prácticas y sólo se interesaban por convertir la organización en un movimiento emancipador de las prostitutas. Desde el principio Harry creyó que El Hilo Rojo debería interesarse menos por los manifiestos y más por proteger a las prostitutas de los peligros de su profesión. No obstante, él prefería las prostitutas y las feministas a los demás miembros de la junta, los sindicalistas y los "cazasubsidios", como los llamaba Harry

143
{"b":"101308","o":1}