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– Yo me ocuparé de esto -se ofreció Eddie O'Hare. Pero la mujer era inmune a los encantos de Eddie

– No quiero hablar con usted, sino con ella -le dijo la anciana, señalando a Ruth

– Oiga, señora, hoy es el día más importante de su vida -intervino Hannah-. Lárguese de una vez

Allan y Ruth se detuvieron y miraron a la mujer, la cual estaba sin aliento por haberse apresurado tras ellos

– No es mi ex mujer -susurró Allan, pero Ruth sabía eso con tanta certeza como sabía que la anciana no era su madre.

– Quería verle la cara -le dijo la mujer a Ruth

A su manera, la vieja dama tenía un aspecto tan anodino como el asesino de Rooie. No era más que otra anciana que había dejado de cuidar su aspecto. Y al pensar tal cosa, incluso antes de que la mujer hablara de nuevo, Ruth supo de repente quién era. ¿Quién sino una viuda por el resto de su vida tendería a abandonarse de aquel modo?

– Bueno, ahora ya me ha visto la cara más quiere? -le dijo Ruth-.

– Quiero volver a verle la cara cuando también usted se quede viuda -dijo la anciana, enojada-. No deseo otra cosa.

– Oiga, señora, cuando ella se quede viuda usted habrá muerto -le espetó Hannah-. Por su aspecto se diría que ya está agonizando

Hannah tomó el brazo de Ruth que le sujetaba Allan y, separándola de él, la encaminó hacia el coche

– Vamos, cariño… ¡Es el día de tu boda!

Allan dirigió una mirada breve y furibunda a la mujer, y después siguió a Ruth y Hannah. El novio granuja de Hannah, aunque parecía un hombre duro, en realidad era temeroso e ineficaz. Caminaba arrastrando los pies y miraba a Eddie

Y Eddie O'Hare, quien nunca había conocido a una mujer mayor que se resistiera a su encanto, pensó que podía utilizarlo de nuevo con la viuda airada, la cual miraba fijamente a Ruth como si quisiera grabar la escena en su memoria

– ¿No le parece que las bodas son sagradas, o que deberían serlo? -le preguntó Eddie-. ¿No figuran entre esos días que recordaremos durante toda la vida?

– ¡Sí, ya lo creo! -replicó la anciana viuda con vehemencia-. Sin duda recordará este día. Cuando su marido muera, lo recordará más de lo que quisiera. ¡No pasa una sola hora sin que recuerde el día de mi boda!

– Comprendo -dijo Eddie-. ¿Me permite que la acompañe a su coche?

– No, gracias, joven -replicó la viuda

Derrotado por la intransigencia de la mujer, Eddie dio media vuelta y se apresuró a reunirse con el grupo. Todos ellos apretaban el paso, tal vez debido al desapacible tiempo de noviembre

Celebraron el acontecimiento con una cena. Asistieron los libreros y Kevin Merton, el administrador de Ruth, con su esposa. Allan y Ruth no habían previsto irse de luna de miel. En cuanto a los nuevos planes de la pareja, Ruth le había dicho a Hannah que probablemente pasarían más tiempo en la casa de Sagaponack que en Vermont. Finalmente tendrían que elegir entre Long Island y Nueva Inglaterra, y Ruth opinaba que este último estado sería el mejor lugar para vivir cuando tuvieran un hijo. (Cuando el niño alcanzara la edad escolar, ella querría que estuvieran en Vermont.)

– ¿Y cuándo sabrás si vais a tener un hijo? -le preguntó Hannah a Ruth

– Lo sabré si me quedo embarazada o no -replicó Ruth.

– ¿Pero lo estáis intentando?

– Empezaremos a intentarlo después de Año Nuevo

– ¡Tan pronto! -exclamó Hannah-. Desde luego, no perdéis el tiempo

– Tengo treinta y seis años, Hannah. Ya he perdido suficiente tiempo

El fax de la casa de Vermont estuvo en funcionamiento durante todo el día de la boda, y Ruth abandonaba la mesa una y otra vez para echar un vistazo a los mensajes, que en general eran felicitaciones de sus editores extranjeros. Uno de los mensajes, muy cariñoso, era de Maarten y Sylvia, desde Amsterdam. (¡WIM ESTARÁ DESOLADO!, había escrito Sylvia.)

Ruth había pedido a Maarten que la mantuviera informada de cualquier novedad en el caso de la prostituta asesinada. La policía no hablaba del caso

En un fax anterior que Ruth había enviado a Maarten le preguntaba si aquella pobre prostituta tenía hijos. Pero en los diarios tampoco se decía nada acerca de una hija de la mujer asesinada

Ruth había tomado un avión y sobrevolado el océano, y ahora lo sucedido en Amsterdam prácticamente se había esfumado. Sólo en la oscuridad, cuando yacía despierta, Ruth notaba el roce de un vestido colgado o el olor a cuero del top guardado en el ropero de Rooie

– Cuando estés embarazada me lo dirás, ¿de acuerdo? -le pidió Hannah a Ruth mientras fregaban los platos-. No mantendrás eso en secreto, ¿eh?

– Yo no tengo secretos, Hannah -mintió Ruth

– Eres el mayor secreto que conozco -le dijo Hannah-. Me entero de lo que te ocurre de la misma manera que el resto del mundo. Tendré que esperar hasta que lea tu próximo libro

– Pero no escribo sobre mí, Hannah -le recordó Ruth.

– Eso es lo que tú dices

– Cuando esté embarazada, te lo diré, naturalmente -dijo Ruth, cambiando de tema-. Serás la primera en saberlo, después de Allan

Aquella noche, al acostarse, Ruth no se sintió del todo en paz consigo misma. Y, además, estaba rendida de cansancio.

– ¿Estás bien? -le preguntó Allan

– Muy bien.

– Pareces cansada.

– La verdad es que lo estoy -admitió ella

– No sé, de alguna manera pareces diferente -comentó Allan

– Bueno, me he casado contigo, Allan. Eso cambia un poco las cosas, ¿no?

A principios de 1991 Ruth quedaría embarazada, y eso también cambiaría un poco las cosas

– ¡Vaya, menuda rapidez! -observaría Hannah-. Dile a Allan, de mi parte, que no todos los hombres de su edad disparan todavía con munición real

Graham Cole Albright nació en Rutland, Vermont, el 3 de octubre de 1991, con un peso de tres kilos y medio. El nacimiento del niño coincidió con el primer aniversario de la reunificación alemana. Aunque no le gustaba nada conducir, Hannah llevó a Ruth al hospital. Había pasado con ella la última semana de su embarazo, porque Allan trabajaba en Nueva York y sólo regresaba a Vermont los fines de semana

Eran las dos de la madrugada cuando Hannah salió de la casa de Ruth en dirección al hospital de Rutland, un trayecto de unos cuarenta y cinco minutos. Hannah había telefoneado a Allan antes de salir. El bebé nació pasadas las diez de la mañana, y Allan llegó con tiempo más que suficiente para estar presente en el momento del parto

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