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Eddie no tardaría en confirmarle que, en efecto, Marion había publicado otras dos novelas, en cada una de las cuales se desarrollaban más investigaciones en el campo de las personas desaparecidas. Los títulos no eran el punto fuerte de su madre. La detective McDermid de Desaparecidos tenía cierto encanto aliterativo, pero la aliteración parecía forzada en Margaret McDermid marca un hito

En la primera de esas dos novelas se detallan los esfuerzos de la detective McDermid por encontrar a una esposa y madre que se ha fugado. En este caso, una mujer de Estados Unidos abandona a su marido y a su hija. El marido la está buscando, convencido de que su mujer ha huido a Canadá. Durante sus investigaciones para encontrar el paradero de la mujer, Margaret descubre ciertos incidentes indecorosos relativos a las numerosas infidelidades de su esposo. Peor todavía, la detective se da cuenta de que el amor de madre destrozada por la pérdida de un hijo anterior, que murió en un accidente aéreo, la ha impulsado a huir de la temible responsabilidad de amar a otro hijo, es decir, el hijo al que ha abandonado. Cuando la sargento McDermid encuentra a la mujer, que había sido camarera en El Circo de la Comida Voladora, la agente de policía se muestra tan comprensiva con ella que la deja marchar, y el mal marido nunca la encuentra

– Tenemos motivos para sospechar que se encuentra en Vancouver -le dice Margaret al marido, aunque sabe perfectamente que la mujer fugada está en Toronto. (En esta novela, las fotografías de los muchachos estadounidenses desaparecidos conservan su lugar destacado en el dormitorio monacal de la detective.)

En Margaret McDermid marca un hito, la detective, que a lo largo de dos novelas ha tenido "casi sesenta años aunque todavía podría mentir sobre su edad", llega por fin a sexagenaria. Ruth comprendería enseguida el motivo de que a Eddie le impresionara en especial la tercera de las novelas de Alice Somerset, cuyo argumento es el retorno de un ex amante de la detective, que ya tiene sesenta años

Cuando Margaret McDermid tenía cuarenta y tantos, se entregó con ahínco a la tarea voluntaria de asesorar a jóvenes estadounidenses que acudían a Canadá huyendo de la guerra de Vietnam. Uno de los jóvenes se enamora de ella… ¡Un chico que aún no tiene veinte años con una mujer ya cuarentona! La relación, descrita de un modo abiertamente erótico, termina pronto

Entonces, cuando Margaret cumple sesenta, su "joven" amante vuelve a ella necesitado de ayuda, esta vez porque su esposa y su hijo han desaparecido y es de presumir que los han secuestrado. Ahora es un hombre de treinta y tantos años, y la detective McDermid está loca de inquietud, preguntándose si él todavía la encuentra atractiva. ("Pero no es posible -se dice-, no podría gustarle una vieja bruja como yo.")

– ¡Yo aún la encontraría atractiva! -le diría Eddie a Ruth.

– Pues díselo a ella, no a mí -respondería Ruth

Al fin, el antiguo amante se reúne felizmente con su esposa e hijo, y Margaret se consuela imaginando una vez más las vidas de aquellos chicos estadounidenses desaparecidos cuyas fotos le devuelven la mirada en su dormitorio solitario

A Ruth le encantaría una frase publicitaria que aparecía en la contraportada de Margaret McDermid marca un hito: "¡la mejor autora viva de novelas policíacas!". (Unas palabras pronunciadas por el presidente de la Asociación Británica de Autores de Género Policíaco, aunque no era una opinión ampliamente extendida.) Y La detective McDermid de Desaparecidos recibió el premio Arthur a la mejor novela. (Los Escritores Policíacos de Canadá pusieron al premio ese nombre en honor a Arthur Ellis, el nombre que adoptó Arthur English, el verdugo canadiense desde 1913 hasta 1935. Su tío, John Ellis, fue el verdugo de Inglaterra durante el mismo período de tiempo. Los verdugos canadienses posteriores adoptaron el nombre de "Arthur Ellis" en su trabajo.)

Sin embargo, el éxito en Canadá (e incluso éxitos más considerables en sus traducciones francesa y alemana) no significaba que Alice Somerset fuese igualmente conocida o que su obra alcanzara una buena difusión en Estados Unidos. En realidad, allí apenas la habían publicado. Un distribuidor estadounidense de la editorial canadiense había tratado sin éxito de promocionar Margaret McDermid marca un hito de una manera modesta. (La tercera de las tres novelas era la única con un interés suficiente para que la publicaran en Estados Unidos.)

Eddie O'Hare envidiaba las ventas que Alice Somerset lograba en el extranjero, pero no estaba menos orgulloso de Marion por sus esfuerzos para convertir en material literario su tragedia personal y su desdicha

– Hay que felicitar a tu madre -le diría Eddie a Ruth-. ¡Ha vertido todo cuanto le ha hecho daño en una serie policíaca! Pero Eddie no estaba seguro de ser el modelo del joven amante que entra de nuevo en la vida de Margaret McDermid cuando ésta tiene sesenta años, y pensaba en la posibilidad de que Marion hubiera tenido como amante a otro joven norteamericano durante la guerra de Vietnam

– No seas tonto, Eddie -le diría Ruth-. Escribe sobre ti y nadie más

Con respecto a Marion, Eddie y Ruth coincidirían en lo más importante: dejarían que la madre de Ruth siguiera siendo una persona desaparecida durante tanto tiempo como fuese posible

– Sabe dónde encontrarnos, Eddie -diría Ruth al amigo recuperado; pero, para él, la improbabilidad de que Marion quisiera volver a verle era un motivo de aflicción permanente

Al llegar al aeropuerto Kennedy, Ruth esperaba que Allan estuviera esperándola tras pasar por la aduana, pero se llevó una sorpresa al verle acompañado de Hannah. Que Ruth supiera, no se conocían, y verlos juntos le causó una aguda inquietud. Sabía que debería haberse acostado con Allan antes de viajar a Europa… ¡Al final se había acostado con Hannah! Pero ¿cómo era posible tal cosa? No se conocían y allí estaban, como si fuesen una pareja

En opinión de Ruth, eran "como una pareja" porque parecían poseer algún secreto terrible y compartido que, al verla, les causaba remordimiento. Sólo una novelista podría haber imaginado semejante tontería. (Debido en parte a su perversa habilidad para imaginar cualquier cosa, esta vez Ruth no había podido imaginar lo evidente.)

– ¡Ah, cariño, cariño mío…! -le decía Hannah-. ¡Todo ha sido culpa mía!

Hannah le tendió un ejemplar muy deteriorado de The New York Times, un rollo de papel deforme, como si lo hubiera estrujado con todas sus fuerzas

Ruth esperaba que Allan la besara, pero él se dirigió a Hannah:

– No lo sabe

– ¿Saber qué? -preguntó Ruth, alarmada.

– Tu padre ha muerto, Ruth -le dijo Allan.

– Se ha suicidado, cariño -añadió Hannah

Ruth se quedó paralizada. No había considerado a su padre capaz de suicidarse, porque nunca había pensado que fuese capaz de culparse de nada

Hannah le ofrecía The New York Times, o más bien sus restos arrugados

– Es una porquería de necrológica -le dijo-. Sólo habla de sus malas críticas. No sabía que había tenido tantas

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