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Lexie lo observó fijamente, sintiendo el calor de su rabia, y sintiendo cómo emergía su propia rabia a modo de respuesta.

– ¿Esta es la razón por la que has venido a mi despacho, para iniciar una retahíla de acusaciones contra mí?

– ¡Tú lo sabías! -gritó Jeremy.

Lexie apoyó las manos en las caderas.

– No, no es verdad.

– ¡Pero lo habías leído!

– ¿Y qué? -se rebeló-. También leí el artículo que apareció en el periódico, y los artículos de toda esa otra gente. ¿Cómo diantre iba yo a saber que Owen Gherkin tenía razón? Todo lo que sabía era que ese hombre había llegado a sus propias conclusiones, como el resto. ¡Pero si jamás he mostrado un interés especial por ese tema! ¿Por qué supones que habría dedicado más de un minuto a pensar en todo eso antes de que tú vinieras? ¡No me importa! ¡Jamás me ha importado! Tú eres el que está llevando a cabo una investigación. Y si hubieras leído ese diario hace un par de días, tampoco habrías estado seguro. Los dos sabemos que, de todos modos, igualmente habrías hecho tus propias indagaciones.

– Esa no es la cuestión -objetó Jeremy, rechazando la posibilidad de que ella tuvieran razón-. La cuestión es que toda esta historia no es más que una patraña. La gira, los fantasmas, la leyenda son una miserable farsa, simple y llanamente una miserable farsa.

– ¿De qué estás hablando? La gira va de los edificios históricos, y sí, han incluido el cementerio. Vamos, hombre; sólo se trata de pasar un agradable fin de semana en medio de la estación más aburrida del año. No se está tomando el pelo a nadie, ni provocando ningún daño. ¿De verdad crees que la mayoría de la gente opina que son fantasmas? La mayoría de la gente sólo dice eso porque es divertido.

– ¿Lo sabía Doris? -inquirió él.

– ¿Si sabía lo del diario de Owen Gherkin? -Lexie sacudió la cabeza enérgicamente, furiosa ante la negativa de Jeremy a escucharla-. ¿Cómo quieres que lo supiera?

– Mira, ésa es precisamente la parte que no comprendo -profirió él, alzando un dedo como un profesor que intenta enfatizar un punto a un alumno-. Si las dos no queríais que incluyeran el cementerio en la gira, ¿por qué no fuisteis directamente a la redacción del periódico y les contasteis la verdad? ¿Por qué quisisteis que me involucrara en vuestro ridículo juego?

– Yo no he querido involucrarte en nada. Además, esto no es un juego. Es únicamente un fin de semana inofensivo, pero tú te estás empeñando en conferirle una importancia desproporcionada.

– No quiero darle una importancia desproporcionada. Tú y el alcalde lo habéis hecho.

– ¿Así que yo soy una de las malas de la película?

Jeremy no dijo nada, y ella achicó los ojos.

– Entonces, ¿por qué te di el diario en primer lugar? ¿Por qué no lo oculté para que no lo leyeras?

– No lo sé. Quizá porque tiene algo que ver con la dichosa libreta de Doris. Las dos habéis intentado que la leyera desde que llegué. A lo mejor pensasteis que no vendría a Boone Creek por esa razón, así que planificasteis todo este montaje para que viniera.

– ¿No te has parado a pensar en lo ridículo que suena todo esto? -Lexie se apoyó en la mesa, con expresión azorada.

– Simplemente estoy intentando comprender por qué me habéis traído hasta aquí.

Lexie levantó los brazos, como si intentara detenerlo.

– No quiero escuchar más tonterías.

– No, claro que no.

– Mira, será mejor que te marches -le ordenó ella al tiempo que guardaba el aerosol en uno de los cajones de la mesa-. No encajas en este lugar, y me niego a continuar hablando contigo. Vete. Regresa a tu ciudad.

Jeremy se cruzó de brazos.

– Por lo menos has admitido lo que has estado pensando durante todo el día.

– ¡Anda! Ahora resulta que puedes leer la mente de las personas.

– No, pero no tengo que leer las mentes para comprender por qué has estado actuando de ese modo.

– Pues bien, ahora deja que yo te lea los pensamientos, ¿de acuerdo? -musitó ella, cansada de la actitud de superioridad de Jeremy, cansada de él-. Deja que te diga lo que veo, ¿vale?

Lexie sabía que estaba alzando la voz lo suficiente como para que todo el mundo en la biblioteca la oyera, pero le daba igual.

– Veo a alguien realmente hábil a la hora de decir las cosas por su nombre, pero que en el momento de la verdad no piensa

– ¿Y qué se supone que significa eso?

Lexie empezó a caminar hacia él desde la otra punta de la habitación, notando cómo la rabia iba tensando cada uno de los músculos de su cuerpo.

– ¿Qué? ¿Piensas que no sé lo que opinas de nuestro pueblo, que no es nada más que un punto sin importancia en el mapa de Estados Unidos? ¿O que, en el fondo, no llegas a comprender cómo es posible que alguien quiera vivir aquí? ¿Y que, no importa lo que me dijeras ayer por la noche, el mero pensamiento de que tú pudieras vivir aquí es ridículo?

– Yo no dije eso.

– ¡No hacía falta! -gritó ella, odiando la forma tan impasible con la que él le había contestado-. Ésa es la cuestión. Cuando te hablaba de sacrificio, sabía perfectamente que tú pensabas que era yo la que tendría que hacerlo; que yo debería abandonar a mi familia, a mis amigos, mi casa, porque Nueva York era mil veces mejor que este pueblucho; que yo debería comportarme como la mujercita sumisa que sigue a su hombre hasta allá donde él considere que hay que ir. Nunca pensaste que tú serías el que lo abandonaría todo.

– Estás exagerando.

– ¿Ah, sí? ¿Sobre qué? ¿Sobre el hecho de que esperabas que fuera yo quien decidiera abandonar su mundo? ¿No me digas que estabas planeando comprar una casita en el pueblo mañana, antes de marcharte? Mira, deja que te ayude a hacerlo -lo apremió al tiempo que asía el teléfono-. La señora Reynolds tiene su inmobiliaria justo al otro lado de la calle, y estoy segura de que se sentirá más que contenta de mostrarte un par de casas esta noche. O ¿por qué no compras esa bonita casa georgiana que me señalaste desde lo alto de Riker's Hill? Aunque sea la casa de mis sueños, estaré encantada de cedértela.

Jeremy la observó sin decir nada, incapaz de negar sus acusaciones.

– ¿No tienes nada que decir? -prosiguió ella, colgando el teléfono con un golpe seco-. ¿Se te ha comido la lengua el gato? Entonces por lo menos respóndeme a otra curiosidad que tengo: ¿A qué te referías exactamente cuando me dijiste que hallaríamos la forma de que lo nuestro funcionara? ¿Pensabas que yo estaría dispuesta a esperar pacientemente tu visita una vez al mes, para darnos un rápido revolcón, sin la posibilidad de soñar un futuro juntos? ¿O estabas pensando en usar una de esas visitas para convencerme de lo equivocada que estaba, puesto que consideras que estoy malgastando mi vida aquí, y que sería mucho más feliz siguiendo tus pasos, accediendo a vivir contigo, eso sí, a tu modo?

La furia y el dolor en su voz eran irrefutables, así como el significado de cada una de sus palabras. Durante un largo rato, ninguno de los dos dijo nada.

– ¿Por qué no me dijiste nada de eso ayer por la noche? -inquirió él, bajando un poco el tono de voz.

– Lo intenté, pero no quisiste escucharme.

– Entonces, ¿por qué…?

Jeremy dejó la pregunta abierta; las implicaciones eran obvias.

– No lo sé. -Lexie desvió la vista-. Eres un tipo agradable; habíamos pasado un par de días fabulosos. Quizá sólo es que tenía ganas.

Él la miró sin parpadear.

– ¿Es eso todo lo que significó para ti?

– No -admitió ella, al ver un brote de dolor en su expresión-. Pero lo de ayer por la noche no cambia el que lo nuestro se ha acabado.

– Así que definitivamente tiras la toalla.

– No -repuso Lexie. Totalmente contrariada, no pudo hacer nada por contener las lágrimas que empezaron a manar de sus ojos-. No pongas esa carga sobre mis hombros. Tú eres el que se marcha. Eres tú el que has venido a mi mundo, y no al revés. Yo estaba satisfecha con mi vida hasta que tú llegaste. Quizá no era completamente feliz, quizá me sentía un poco sola, pero satisfecha. Me gusta mi vida aquí. Me gusta poder visitar a Doris cuando no tiene un buen día. Me gustan las sesiones de lectura con los niños. E incluso me gusta la «Visita guiada por las casas históricas», aunque pretendas convertirlo en un acto malintencionado y ridiculizarlo en televisión.

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