Sospechaba que Jeremy se sentía seducido por ese mundo particular, aunque se negara a admitirlo. Lo supo desde el primer momento en que lo vio, y se dijo a sí misma que no se dejaría arrastrar por sus sentimientos hacia él. Sin embargo, ahora se lamentaba de la forma en que se había comportado hacía un rato.
No estaba lista para recibirlo cuando él había aparecido por su despacho, pero pensó que lo mejor habría sido ser franca y decírselo a la cara, en lugar de mantener la distancia entre Jeremy y ella y negar que algo iba mal. Sí, debería de haber controlado la situación de una forma más civilizada. A pesar de sus diferencias, era lo mínimo que Jeremy se merecía.
«Amigos -pensó él de nuevo-. Porque somos amigos.»
Todavía le escocía la forma en que lo había dicho, y mientras daba golpecitos con el bolígrafo contra la libreta distraídamente, Jeremy sacudió la cabeza. Tenía que acabar con esa historia. Realizó unos movimientos circulares con los hombros para relajar la tensión, tomó el último diario e intentó erguir la espalda en la silla. Después de abrirlo, sólo necesitó un par de segundos para confirmar que ése era distinto a los demás.
En lugar de pasajes cortos y personales, el diario consistía en una colección de ensayos escritos entre 1955 y 1962, todos con título y fecha. El primero se refería a la construcción del edificio de la iglesia episcopal de Saint Richard en 1859 y a cómo, mientras realizaban las excavaciones oportunas, encontraron los restos de lo que parecía un antiguo poblado indio Lumbee. El ensayo abarcaba tres páginas e iba seguido de otro ensayo acerca de la suerte que había corrido la curtiduría de McTauten, erigida a la orilla de Boone Creek en 1794. El tercer ensayo, que hizo que Jeremy abriera los ojos desmesuradamente, presentaba la opinión del escritor sobre lo que realmente les había sucedido a los pioneros en Roanoke Island en 1857.
Jeremy recordó vagamente que uno de los diarios pertenecía a un historiador no profesional y comenzó a pasar las páginas más rápidamente…, leyendo los títulos de los ensayos/buscando en los artículos algo obvio…, pasando las páginas con gran celeridad…, leyendo en vertical…, intentando identificar palabras clave…, y de repente se detuvo, al constatar que había visto algo interesante. Volvió a retroceder algunas páginas. Entonces se quedó helado.
Se acomodó en la silla y parpadeó varias veces mientras movía los dedos por encima de la página.
Solución al misterio de las luces en el cementerio de Cedar Creek
A lo largo de los años, algunos residentes de nuestra localidad han afirmado que existen fantasmas en el cementerio de Cedar Creek, y hace tres años se publicó un artículo sobre el fenómeno en el periódico Journal of the South. Si bien el artículo no ofrecía ninguna solución, después de llevar a cabo mis propias investigaciones, creo que he hallado la clave del misterio sobre las luces que aparecen únicamente en determinados momentos.
De entrada quiero confirmar que no hay fantasmas. En lugar de eso, se trata de las luces de la fábrica de papel Henrickson, influidas por el tren cuando pasa por encima del puente de caballetes, la ubicación de Riker's Hill, y las fases de la luna.
Mientras Jeremy continuaba leyendo, se quedó atónito. A pesar de que no había buscado una explicación de por qué se hundía el cementerio -sin la cual las luces probablemente no serían visibles-, la conclusión del escritor era prácticamente la misma que la de Jeremy.
El escritor, fuera quien fuese, había dado en el clavo casi cuarenta años atrás.
Cuarenta años…
Jeremy marcó la página con un pedazo de papel que arrancó de su libreta y pasó las páginas hasta llegar a la cubierta del diario, buscando el nombre del autor, recordando la primera conversación que mantuvo con el alcalde. Entonces todas sus sospechas se desvanecieron, y la última pieza en el rompecabezas encajó.
Owen Gherkin.
El diario lo había escrito el padre del alcalde, quien, según el propio alcalde, «lo sabía todo sobre esta localidad»; quien supo comprender el motivo que originaba las luces; quien indudablemente se lo contó a su hijo; quien, por consiguiente, sabía que no había nada de sobrenatural en el tema de las luces, pero prefería actuar como si lo hubiera. Lo cual significaba que el alcalde había estado mintiendo durante todo el tiempo, con la esperanza de usar a Jeremy como cebo para atraer a un montón de visitantes curiosos.
Y Lexie…
La bibliotecaria, la mujer que le había dado pistas de que quizá podría encontrar las respuestas que buscaba en los diarios. Lo cual significaba que ella había leído el ensayo de Owen Gherkin. Lo cual significaba que ella también había estado mintiendo, prefiriendo jugar a la misma farsa del alcalde.
Se preguntó cuántos más en la localidad sabían la respuesta. ¿Doris? Quizá, pensó. No, mejor dicho, ella tenía que saberlo. En su primera conversación, le había dicho clara y llanamente que las luces no eran fantasmas. Pero al igual que el alcalde y Lexie, no había especificado lo que eran realmente, aun cuando seguramente lo sabía.
Y eso significaba… que toda la historia -la carta, la investigación, la fiesta- no había sido más que una broma pesada, una broma pesada dirigida a él.
Y ahora Lexie había tirado la toalla, pero no hasta que le había contado la historia de cuando Doris la llevó al cementerio a presenciar los espíritus de sus padres, y ese cuento agridulce acerca de cómo sus padres habían querido conocerlo.
¿Era una coincidencia, o acaso estaba todo planeado? Y ahora, el modo en que ella se estaba comportando… Como si quisiera que él se marchara, como si no sintiera nada por él, como si hubiera sabido lo que iba a suceder… ¿Todo, absolutamente todo había estado planeado? Y si así era, ¿por qué?
Jeremy agarró el diario y se dirigió al despacho de Lexie con la determinación de obtener algunas respuestas. Ni siquiera se dio cuenta del portazo que dio al abandonar la sala de los originales; ni tampoco de las caras de los voluntarios que se volvieron para mirarlo. La puerta de Lexie estaba entreabierta, y Jeremy la abrió del todo con un fuerte empujón antes de entrar en el despacho.
Todas las pilas de libros y papeles estaban ocultas, y Lexie sostenía en las manos un limpiador de polvo en aerosol y una gamuza, con la que estaba sacando brillo al tablero de la mesa. Levantó la vista cuando Jeremy elevó el diario.
– Ah, hola -lo saludó esforzándose por sonreír-. Casi ya he acabado con esta habitación.
Jeremy la miró fijamente.
– No hace falta que sigas actuando -anunció él.
Incluso desde el otro extremo de la habitación, ella pudo notar su ira, e instintivamente se aderezó un mechón de pelo detrás de la oreja.
– ¿A qué te refieres?
– A esto -espetó él, ondeando el diario como si fuera una bandera-. Tú lo habías leído, ¿no es cierto?
– Sí -contestó ella simplemente, reconociendo el diario de Owen Gherkin-. Lo he leído.
– ¿Sabías que contiene un pasaje en el que habla de las luces de Cedar Creek?
– Sí -volvió a contestar.
– ¿Y por qué no me lo dijiste?
– Lo hice. Te hablé de los diarios la primera vez que viniste a la biblioteca. Y si mal no recuerdo, te dije que igual encontrabas las respuestas que estabas buscando.
– Mira, se acabaron los juegos -soltó Jeremy con la mirada iracunda-. Tú sabías lo que estaba buscando.
– Y lo has encontrado -contraatacó ella alzando la voz-. No veo dónde está el problema.
– El problema es que he estado perdiendo el tiempo. Este diario contenía la respuesta. No existe ningún misterio. Jamás ha existido. Y tú has aceptado formar parte de este montaje desde el primer día.
– ¿Qué montaje?
– No intentes negarlo -dijo él, apretando el diario que tenía en la mano-. Aquí está la prueba. Me has mentido. Me has mentido a la cara.