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A lo lejos los caballos habían empezado a retirarse, comiendo la hierba que encontraban a su paso mientras desaparecían lentamente detrás de la duna. La neblina proveniente del mar empezaba a avanzar hacia la costa, confundiendo el mar con el cielo. Las golondrinas escarbaban la arena en la orilla, moviendo sus larguiruchas patas rápidamente en busca de pequeños crustáceos.

En medio del silencio imperante, Jeremy se llevó ambas manos a la boca e intentó calentarlas con una bocanada de aire, pues empezaban a dolerle del frío.

– ¿Estás enfadada porque he venido? -preguntó finalmente.

– No -respondió ella-. Estoy sorprendida, pero no enfadada.

Él sonrió, y Lexie también relajó los músculos de la cara.

– ¿Cómo has conseguido llegar hasta aquí?

Jeremy hizo una señal con la cabeza en dirección a Buxton.

– He convencido a un par de pescadores que venían hacia aquí para que me dejaran subir a su barca. Me han dejado en el puerto.

– ¿Te han dejado subir a su barca sin más?

– Así es.

– Pues has tenido mucha suerte. Los pescadores suelen ser personas muy ariscas.

– Seguramente, pero al fin y al cabo, no son más que personas. Aunque no me considere un experto en psicología, creo que todo el mundo, incluso los desconocidos, puede notar la sensación de urgencia en una petición, y la mayoría de la gente reacciona del modo debido. -Carraspeó unos instantes antes de proseguir-. Pero cuando he visto que eso no funcionaba, les he ofrecido dinero.

Lexie sonrió socarronamente ante su confesión.

– Deja que lo averigüe -dijo ella-. Te han timado, ¿no?

Jeremy esbozó una mueca de corderito.

– Bueno, supongo que eso depende de cómo se mire. No me ha parecido demasiado dinero para darme un paseíto en barco…

– Hombre, es más que un paseíto. Sólo con el gasto de gasolina ya resulta caro. Y luego está el trajín del barco…

– Sí, lo mencionaron.

– Y además, hay que agregar el tiempo que han dedicado esos hombres y el que, irremediablemente, mañana tendrán que salir a faenar antes de que amanezca.

– Sí, también mencionaron eso.

A lo lejos, los últimos caballos desaparecieron detrás de la duna.

– Y sin embargo, has venido.

Jeremy asintió, tan sorprendido como ella.

– Pero me dejaron claro que sólo era un viaje de ida, no de vuelta. No pensaban esperarme, por lo que supongo que tendré que quedarme aquí.

Lexie enarcó una ceja.

– ¿De veras? ¿Y cómo piensas regresar?

Jeremy puso cara de travieso.

– Te contaré un secreto: conozco a alguien que está pasando unos días aquí, y mi intención es recurrir a mi encanto personal y convencerla para que me lleve de vuelta.

– ¿Y qué pasa si mi intención es quedarme varios días, o si te respondo que te las apañes tú sólito?

– Todavía no me he planteado esa posibilidad.

– ¿Y dónde piensas alojarte mientras estés aquí?

– Tampoco he pensado en esa cuestión.

– Por lo menos eres franco -dijo ella, sonriendo-. Pero dime, ¿qué habrías hecho si yo no hubiera estado aquí?

– ¿A qué otro sitio habrías ido?

Ella desvió la vista, y le gustó que él se acordara de lo que le había contado sobre ese lugar. A lo lejos vio las luces de un barco rastreador, que avanzaba de forma tan lenta que prácticamente parecía que estuviera estático.

– ¿Tienes hambre? -preguntó Lexie.

– La verdad es que sí; no he comido nada en todo el día.

– ¿Quieres cenar?

– ¿Conoces algún sitio agradable?

– Estoy pensando en uno en particular.

– ¿Aceptan tarjetas de crédito? Es que he usado todo el dinero en efectivo que llevaba encima para poder llegar hasta aquí.

– Estoy segura de que podremos arreglar esa cuestión de un modo u otro.

Se alejaron del faro, bajaron hasta la playa y empezaron a caminar sobre la arena compacta cerca de la orilla. Había un espacio entre ellos que ninguno de los dos parecía querer invadir. En lugar de eso, y con la punta de la nariz roja por el frío, continuaron avanzando como autómatas hacia el lugar que parecían predestinados a compartir.

En silencio, Jeremy recordó mentalmente su periplo hasta allí, y sintió una punzada de culpabilidad por Nate y por Alvin. No había podido realizar la llamada telefónica -no había cobertura mientras cruzaba el Pamlico Sound-, por lo que pensó que intentaría llamar tan pronto como pisara tierra firme, a pesar de que no tenía ganas de hacerlo. Suponía que Nate llevaba bastantes horas con los nervios de punta, soñando con la esperada llamada para estallar loco de alegría, pero Jeremy había pensado en sugerir una reunión con la productora para la semana siguiente, en la que les presentaría todo el material completo: la filmación y el esbozo de la historia; una idea que, suponía, no casaba en absoluto con la intención que Nate llevaba sobre la conferencia. Y si eso no era suficiente para aplacarlos, si por no realizar una llamada arriesgaba su próspero futuro laboral, entonces no estaba seguro de que quisiera trabajar en televisión, después de todo.

Y Alvin… Bueno, con él todo era más fácil. Jeremy no conseguiría regresar a Boone Creek esa noche -había llegado a esa conclusión cuando los pescadores lo dejaron en el puerto-, pero Alvin siempre llevaba el móvil encima, así que le explicaría lo que sucedía. A Alvin no le haría ninguna gracia trabajar solo esa noche, pero seguramente mañana ya se le habría pasado el enfado. Alvin era una de esas pocas personas que tenía la habilidad de no permitir que ningún tema le quitara el sueño más de veinticuatro horas seguidas.

Siendo honesto consigo mismo, Jeremy admitió que en ese momento la reacción de Nate y Alvin le traía sin cuidado. Lo único que le importaba era que se hallaba paseando con Lexie por una playa desierta en medio de la nada, y mientras la brisa marina le acariciaba la cara, sintió que, sutilmente, ella deslizaba su brazo hasta entrelazarlo con el suyo.

Lexie lo guió hasta arriba de los deformados peldaños de madera del viejo bungaló y colgó la chaqueta en el perchero que había detrás de la puerta. Jeremy hizo lo mismo, y también colgó su bolsa. Mientras ella se adentraba en el comedor, Jeremy la observó y nuevamente pensó que era muy hermosa.

– ¿Te gusta la pasta? -le preguntó, sacándolo de su ensimismamiento.

– ¿Bromeas? Me crié comiendo pasta a todas horas. Mi madre es italiana.

– Perfecto, porque eso es lo que pensaba preparar.

– ¿Cenaremos aquí?

– Supongo que no nos queda otra alternativa -profirió ella por encima del hombro-. Estás sin blanca, ¿recuerdas?

La cocina era pequeña, con la pintura de color amarillo pálido que empezaba a despuntar por las esquinas donde el papel con motivos florales había comenzado a pelarse, y con los armarios desconchados. Debajo de la ventana Jeremy divisó una mesita pintada a mano. En las estanterías destacaban las bolsas en las ella había traído las provisiones, y Lexie sacó de una de ellas una caja de cereales y una barra de pan. Desde su posición cerca del fregadero, Jeremy estudió su bonita silueta cuando ella se puso de puntillas para guardar la comida en un armario.

– ¿Necesitas que te eche una mano? -preguntó él.

– No, ya está, gracias -contestó Lexie al tiempo que se daba la vuelta. Se alisó la camisa con ambas manos y asió otra bolsa de la que tomó dos cebollas y dos latas grandes de tomates San Marzano-. ¿Quieres beber algo mientras preparo la cena? En la nevera encontrarás un paquete de seis latas de cerveza, si te apetece.

Sorprendido, Jeremy abrió los ojos exageradamente.

– ¿Tienes cervezas? Pensaba que no bebías.

– No suelo beber.

– Pues para tratarse de alguien que no bebe, seis cervezas pueden resultar ciertamente dañinas. -Sacudió la cabeza antes de continuar-. Si no te conociera, pensaría que este fin de semana tenías intención de emborracharte.

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