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Pero se equivocó en esas ocasiones, igual que se equivocaba ahora. Sabía que Jeremy resolvería el misterio hoy -de acuerdo, quizás era únicamente un presentimiento, pero estaba más que segura de ello, ya que la respuesta se hallaba en uno de los diarios que le había prestado, por lo que todo lo que él tenía que hacer era encontrarla- y no le cabía la menor duda de que Jeremy le habría pedido que celebrara la resolución del misterio con él. Si se hubiera quedado en el pueblo, los dos habrían pasado prácticamente todo el día juntos, algo que no deseaba. Pero de nuevo se dio cuenta de que, en lo más profundo de su ser, eso era precisamente lo que anhelaba, y esa contradicción le provocaba un estado de alteración y de confusión como no sentía desde hacía años.

Doris había intuido lo que sucedía esa mañana, cuando Lexie pasó por su casa, pero eso no era algo que la sorprendiera. En el momento en que Lexie puso un pie fuera de la cama, notó el cansancio alrededor de sus ojos y fue absolutamente consciente de su aspecto deplorable. Tras lanzar unas pocas piezas de ropa en la maleta para pasar el fin de semana, abandonó la casa sin ducharse; ni siquiera intentó pararse a pensar qué era lo que sentía. A pesar de la prueba, Doris simplemente se limitó a asentir con la cabeza cuando Lexie le comunicó que tenía que marcharse. Doris, aunque exhausta, pareció comprender que, si bien había sido ella la que había puesto en marcha toda esa historia, no había anticipado lo que podría suceder como resultado. Ese era el problema con las premoniciones: si bien podían ser precisas a corto plazo, era imposible saber cualquier detalle posterior.

Así que se había refugiado en la cabaña porque tenía que hacerlo; aunque sólo fuera para mantener la cordura. Ya regresaría a Boone Creek cuando las cosas volvieran a su cauce normal, lo cual suponía que no tardaría en suceder. En un par de días la gente dejaría de hablar de los fantasmas y de las casas históricas y del forastero, los turistas se marcharían y lo único que quedaría sería el recuerdo. El alcalde volvería a centrarse en sus partidas de golf, Rachel volvería a salir con algún tipo desconsiderado, y Rodney encontraría una manera de toparse con Lexie cerca de la biblioteca de un modo accidental y seguramente respiraría aliviado cuando se cerciorara de que la relación entre ambos podía continuar como hasta entonces.

No era una vida excitante, pero era su vida, y no iba a permitir que nadie ni nada la desequilibrara. En otro lugar y en otro momento, habría pensado de forma distinta, pero de nada servía pensar en eso ahora. Mientras continuaba contemplando el océano, tuvo que esforzarse por no imaginar lo que podría haber llegado a ser.

En el porche, Lexie apretó con más fuerza la manta que le cubría los hombros. Ya no era una niña, sabía que superaría ese desengaño igual que había superado los otros dos. Estaba segura de ello. Pero incluso con la tranquilidad que esa aserción le confería, el murmullo del mar le recordó de nuevo lo que sentía por Jeremy, y le costó muchísimo contenerse para no derramar ni una sola lágrima.

Todo pareció relativamente simple cuando Jeremy tomó la decisión. Se precipitó hacia su habitación en el Greenleaf, e hizo los planes necesarios mientras se preparaba para partir. Agarró el mapa y la cartera, por si acaso. Decidió no llevarse el ordenador porque estaba seguro de que no lo necesitaría, e hizo lo mismo con sus notas. Guardó la libreta de Doris en su bolsa de piel. Escribió una nota para Alvin y la dejó en el mostrador de recepción, a pesar de que Jed no pareció demasiado contento con ello. Se aseguró de que llevaba el cargador del móvil y se marchó. Sólo tardó diez minutos en realizar todos los preparativos y dirigirse a Swan Quarter, desde donde el transbordador lo llevaría hasta Ocracoke, un pueblecito situado en la Barrera de Islas. Una vez allí se dirigiría al norte por la autopista número 12 hasta Buxton. Supuso que ésa era la ruta que ella habría tomado, por lo que lo único que debía hacer era seguir la misma senda y finalmente llegaría a la dirección deseada en tan sólo un par de horas.

Pero a pesar de que el viaje hasta Swan Quarter estaba resultando fácil a través de carreteras desiertas y con pocas curvas, Jeremy se puso a pensar en Lexie y apretó el acelerador, intentando no prestar atención al desagradable cosquilleo que sentía en la barriga. Pero ese cosquilleo era otra forma de referirse a la sensación de pánico, y claro, él nunca sentía pánico. Se enorgullecía de eso. Sin embargo, cada vez que se veía obligado a aminorar la marcha -en lugares como Belhaven y Leechville-, se sorprendía a sí mismo dando golpecitos nerviosos con los dedos en el volante y musitando palabras malsonantes.

Era una sensación realmente extraña para él, que crecía con más fuerza a medida que se acercaba a su destino. No podía hallar una explicación, pero en cierto modo tampoco deseaba analizar la cuestión. Era una de las pocas veces en su vida en que se estaba moviendo como un autómata, haciendo exactamente lo opuesto a lo que le dictaba la razón, pensando únicamente en cómo reaccionaría ella cuando lo viera.

Justo cuando le pareció que empezaba a comprender los motivos de su reacción tan extraña, Jeremy se encontró en la estación del transbordador, mirando fijamente a un hombre delgado y uniformado, quien prácticamente no levantó la vista de la revista que estaba leyendo. Se enteró de que el transbordador a Ocracoke no partía con la misma regularidad que el de Staten Island hasta Manhattan, y había perdido la última salida del día, lo que significaba que o bien volvía a la mañana siguiente o cancelaba todo su plan. Ninguna de las dos alternativas lo convenció.

– ¿Está seguro de que no existe ninguna otra forma de llegar hasta el faro de Hatteras? -preguntó mientras notaba cómo se le aceleraba el corazón-. Es muy importante.

– Supongo que podría intentar llegar hasta allí conduciendo.

– ¿Cuánto tardaría?

– Depende de usted, de lo rápido que conduzca.

«Evidentemente», pensó Jeremy.

– Digamos que conduzco rápido.

El sujeto se encogió de hombros, como si el tema lo aburriera soberanamente.

– Unas cinco o seis horas. Tiene que ir hacia el norte hasta Plymouth, luego tomar la carretera 64 hacia Roanoke Island, y luego hasta Whalebone. Una vez allí, vaya hacia el sur, hacia Buxton. Y llegará al faro.

Jeremy echó un vistazo a su reloj. Era casi la una del mediodía; se figuró que cuando alcanzara el faro, Alvin estaría probablemente llegando a Boone Creek. No le gustó nada la idea.

– ¿Existe alguna otra forma de atrapar el transbordador?

– Bueno, hay uno que sale de Cedar Island.

– ¡Fantástico! ¿Y dónde queda eso?

– A unas tres horas en la otra dirección. Pero igualmente tendrá que esperar hasta mañana por la mañana.

Por encima del hombro del individuo, vio un póster con todos los faros de Carolina del Norte. Hatteras, el más grande de todos, destacaba en el centro de la composición.

– ¿Y si le dijera que se trata de una emergencia? -preguntó desesperado.

El hombre levantó la cabeza por primera vez.

– ¿Es una emergencia?

– Digamos que sí.

– Entonces llame al guardacostas, o quizás al sheriff.

– Ah -dijo Jeremy, intentando no perder la paciencia-. Entonces, ¿me está diciendo que no hay ninguna otra forma de llegar hasta allí ahora? Desde aquí, me refiero.

El hombre se llevó el dedo índice a la barbilla.

– Supongo que podría alquilar una barca, si tiene tanta prisa.

«Ahora empezamos a entendernos», pensó Jeremy aliviada.

– Perfecto. ¿Y qué tengo que hacer para alquilar una?

– No lo sé. Es la primera vez que alguien me lo pide.

De un salto, Jeremy entró en su coche y finalmente admitió que empezaba a sentir pánico. Quizás era porque había llegado hasta allí, o quizá porque se daba cuenta de la gran verdad que encerraban las últimas palabras que le dijo a Lexie la noche anterior, pero algo más se había apoderado de él y no pensaba volver atrás. Se negaba a retroceder, no ahora, que se hallaba tan cerca.

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