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– ¿Por qué no te quedaste?

– Supongo que podría haberlo hecho. Pero no era el lugar más idóneo para mí. Al principio tenía una buena razón para estar allí. Me fui con mi novio.

– Ah -dijo Jeremy-. Así que lo seguiste hasta Nueva York.

Ella asintió con la cabeza.

– Nos conocimos en la universidad. Parecía tan…, no lo sé…, tan perfecto, supongo. Era de Greensboro. Provenía de una buena familia y era sumamente inteligente. Y muy guapo, también; tan guapo como para conseguir que cualquier mujer ignorara sus mejores instintos y cayera rendida a sus pies. Se interpuso en mi camino, y al día siguiente me encontré siguiéndolo a ciegas hasta la gran ciudad, sin poder evitarlo.

– ¿De veras era tan especial? -Jeremy sonrió socarronamente.

Lexie también sonrió maliciosamente. A los hombres no les gustaba oír halagos sobre otros hombres, especialmente si éstos habían mantenido una relación formal con la mujer que les interesaba.

– Todo fue viento en popa durante el primer año. Incluso habíamos decidido casarnos. -Lexie pareció perderse en sus pensamientos, luego entornó los ojos y soltó un suspiro antes de proseguir-. Obtuve una plaza de interina en la biblioteca de la Universidad de Nueva York, y Avery encontró trabajo en Wall Street; hasta que un día me lo encontré en la cama con una de sus compañeras de trabajo. Fue un golpe muy duro, pero me di cuenta de que no era el tipo que yo esperaba, así que hice las maletas y regresé. Desde entonces no lo he vuelto a ver.

La brisa empezó a soplar con más fuerza, con un lento y prolongado silbido.

– ¿Tienes hambre? -le preguntó ella, intentando cambar de tema nuevamente-. Aunque estoy a gusto aquí, charlando contigo, creo que será mejor que coma algo. Si estoy hambrienta, suelo ponerme verdaderamente insoportable.

– La verdad es que yo también me muero de hambre -repuso él.

Regresaron al coche y se repartieron la comida. Jeremy abrió la caja de galletas saladas. Sentado en el asiento del conductor, se dio cuenta de que la vista que tenían delante no era nada especial, así que puso el motor en marcha y maniobró por la explanada hasta que encaró el coche hacia la fabulosa panorámica del pueblo; entonces apagó el motor.

– Así que volviste a Boone Creek y te pusiste a trabajar de bibliotecaria y…

– Así es -constató ella-. Eso es lo que he estado haciendo durante los últimos siete años.

Jeremy hizo sus cuentas y calculó que Lexie debía de tener treinta y un años.

– ¿Has tenido algún otro novio desde entonces? -inquirió.

Lexie rompió un trozo de queso de la cajita de cartón que sostenía entre sus piernas y lo puso sobre una galleta salada. No sabía si contestar, pero entonces pensó que tampoco pasaba nada por contar parte de su vida a un desconocido. Después de todo, él se marcharía del pueblo en un par de días.

– Sí. He tenido algún que otro novio. -Le habló del abogado, del médico, y por último de Rodney Hopper; pero no mencionó al señor sabelotodo.

– Fantástico, ¿no? Por lo que cuentas, parece que eres feliz -dedujo él.

– Lo soy -aseveró ella rápidamente-. ¿Tú no?

– La mayor parte del tiempo sí, aunque de vez en cuando me entra alguna neura repentina, pero creo que eso es normal.

– ¿Y es entonces cuando te pones tus pantalones caídos?

– Exactamente -respondió él con una sonrisa. Tomó un puñado de galletas saladas, los dejó en equilibrio sobre una de sus piernas y empezó a colocar trozos de queso sobre cada uno de ellos. Levantó la vista, con aire serio-. ¿Te molesta si te hago una pregunta personal? No tienes que contestar, si no quieres. No me sentiré humillado, de verdad. Pero es que siento una enorme curiosidad por algo que has dicho antes.

– ¿Te refieres a algo más personal que preguntarme sobre mis ex novios?

Jeremy puso cara de ingenuo, y ella tuvo una visión repentina de cómo debía de ser cuando era un chiquillo: con la carita delgada y tersa, con el flequillo cortado en línea recta, con una camiseta y unos vaqueros sucios de tanto jugar en la calle.

– Adelante.

Jeremy clavó la vista en su cajita de cartón con fruta mientras hablaba, como si le diera vergüenza mirarla a los ojos.

– Antes me has señalado la casa de tu abuela, y has dicho que te criaste allí.

Lexie asintió. Se había preguntado cuánto tardaría en hacerle esa pregunta.

– Así es.

– ¿Por qué?

Lexie desvió la vista hacia la ventana, y por unos instantes buscó un punto de la carretera que conducía hasta los confines del pueblo. Cuando lo avistó, empezó a hablar sosegadamente.

– Mis padres volvían de Buxton, una pequeña localidad en la que tenían una casita en la playa. Está en la zona de la Barrera de Islas, y es el pueblo que eligieron para casarse. Resulta bastante difícil llegar hasta allí desde Boone Creek, pero mi madre aseguraba que era el lugar más bello del mundo, así que mi padre compró una barca para que no tuvieran que usar el transbordador cada vez que quisieran ir. Era su lugar preferido, donde se escapaban juntos siempre que podían. Desde el porche se divisa una magnífica panorámica, con un bonito faro incluido. De vez en cuando yo también me refugio allí, igual que hacían ellos, cuando necesito desconectar de todo y de todos.

En sus labios se esbozó una finísima sonrisa antes de continuar.

– Una noche, de regreso a casa, mis padres estaban cansados. Aún se necesita un par de horas para hacer el trayecto sin el transbordador. Todos creen que en el camino de vuelta mi padre se quedó dormido mientras conducía y el coche se precipitó por el puente. Cuando la policía halló el coche y logró sacarlo del agua a la mañana siguiente, los dos habían muerto.

Jeremy se quedó mudo durante unos momentos que parecieron eternos.

– Qué terrible -acertó a balbucear finalmente-. ¿Cuántos años tenías?

– Dos. Ese día me había quedado a dormir en casa de mi abuela, y al día siguiente, ella se fue al hospital con mi abuelo. Cuando regresaron, me explicaron que a partir de entonces viviría con ellos. Y así fue. Pero es extraño; quiero decir, sabía lo que había pasado, pero nunca me llegó a parecer particularmente real. No tuve la impresión de que me faltara nada en la infancia. Para mí, mis abuelos eran como los padres de los demás chicos, salvo que yo me dirigía a ellos por el nombre de pila. -Sonrió-. Fue idea de ellos, por si te interesa. Supongo que no querían que a partir de ese momento los viera como mis abuelos, porque tenían que encargarse de criarme, pero tampoco eran mis padres. Cuando terminó, lo miró con serenidad, y se fijó en la forma en que sus hombros parecían llenar el jersey por completo, casi de un modo perfecto. También se fijó en el hoyuelo de la barbilla.

– Ahora me toca a mí hacer preguntas -anunció ella-. Yo ya he hablado demasiado, y estoy segura de que mi vida debe de ser muy aburrida, comparada con la tuya. No me refiero a la trágica historia de mis padres, claro, sino al hecho de vivir aquí.

– Te equivocas. Tu vida no es nada aburrida. Es interesante. Es como cuando lees un libro nuevo, y sientes una agradable sorpresa cuando pasas la página y descubres algo inesperado.

– Bonita metáfora.

– Pensé que sabrías apreciarla.

– ¿Y qué hay de ti? ¿Por qué decidiste convertirte en periodista?

Durante los siguientes minutos, Jeremy le relató sus años escolares, sus planes para convertirse en profesor, y el giro en su vida que le había llevado hasta ese punto.

– ¿Y dices que tienes cinco hermanos?

Él asintió.

– Todos más mayores que yo. Soy el bebé de la familia.

– No sé por qué, pero me cuesta creer que tengas hermanos.

– ¿Ah, sí?

– Das la impresión de ser el típico hijo único.

Jeremy sacudió la cabeza lentamente.

– Qué pena que no hayas heredado los poderes adivinadores del resto de tu familia.

Lexie sonrió antes de volver a desviar la mirada. En la distancia, un grupo de halcones de cola roja planeaba en círculos sobre el pueblo. Lexie apoyó la mano sobre la ventana, sintiendo el cristal frío en su piel.

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