Литмир - Электронная Библиотека

– Sí. Me gustaría pasar por la biblioteca antes de que cierren para buscar información.

– Muy bien. No te preocupes por la comida. Invito yo. No suelen visitarnos personas famosas como tú.

– Te aseguro que una breve aparición en Primetime no convierte a nadie en famoso.

– Ya lo sé, pero yo me refería a tu columna.

– Ah. ¿Has leído mis artículos?

– Lo hago cada mes. A mi esposo, que en paz descanse, lo que más le gustaba era hacer chapuzas en el garaje y leer esa revista. Cuando falleció, no tuve el coraje de cancelar la suscripción. Poco a poco me fui aficionando a tus artículos. No escribes nada mal.

– Gracias.

Doris se levantó de la mesa y lo acompañó hasta la puerta del restaurante. Los clientes que quedaban, muy pocos ya, levantaron la vista para observarlos. No hacía falta que dijeran nada para saber que habían estado pendientes de toda la conversación, y tan pronto como Jeremy y Doris salieron del local, empezaron a cuchichear sin tregua.

– ¿Doris ha dicho que ese señor ha salido por la tele? -preguntó uno.

– Ya me parecía que lo había visto en uno de esos programas de entrevistas…

– Entonces no es médico -agregó otro-. Le he oído comentar algo sobre unos artículos de una revista.

– Me pregunto cuál es la relación entre Doris y él. ¿Alguien sabe cómo se conocieron?

– Parece un buen tipo.

– Pues yo creo que es un soñador empedernido -intervino Rachel.

Mientras tanto, Jeremy y Doris se habían detenido en el porche, sin sospechar el barullo que habían armado.

– Supongo que te alojas en el Greenleaf, ¿no? -inquirió Doris. Cuando Jeremy asintió, ella continuó-. ¿Sabes cómo llegar hasta allí? Está un poco alejado del pueblo.

– Tengo un mapa -dijo Jeremy, intentando poner un tono convincente, como si se hubiera preparado el viaje con antelación-. Estoy seguro de que lo encontraré, pero ¿puedes indicarme cómo llegar hasta la biblioteca?

– Oh, está justo a la vuelta de la esquina. -Señaló hacia la carretera-. ¿Ves ese edificio de ladrillo, el de los toldos azules?

Jeremy asintió.

– Gira a la izquierda y sigue hasta la próxima señal de stop. Gira a la derecha en la primera calle que encuentres después de la señal. La biblioteca está en la siguiente esquina. Es un enorme edificio de color blanco. Previamente se lo conocía como Middleton House; perteneció a Horace Middleton antes de que el Estado lo comprara.

– ¿No construyeron una nueva biblioteca?

– Es un pueblo pequeño, señor Marsh, y además, ese edificio es lo suficientemente amplio, ya lo verás.

Jeremy extendió la mano.

– Gracias. Has sido una gran ayuda. Y la comida estaba deliciosa.

– Hago lo que puedo.

– ¿Te importa si vuelvo a pasar otro día por aquí con más preguntas? Me da la impresión de que estás al corriente de todo lo que pasa en la localidad.

– Puedes venir cuando quieras. Te ayudaré en todo lo posible. Pero tengo que pedirte un favor: no escribas nada que nos deje como una panda de lunáticos. A muchos (entre los que me incluyo) nos encanta vivir aquí.

– Simplemente me limito a escribir la verdad.

– Lo sé -dijo ella-. Por eso contacté contigo. Tienes pinta de ser un tipo en el que se puede confiar, y estoy segura de que zanjarás esta leyenda de una vez por todas y de la forma más apropiada.

Jeremy esbozó una mueca de sorpresa.

– ¿No crees que haya fantasmas en Cedar Creek?

– Claro que no. Sé que no hay ningún espíritu merodeando por ese lugar. Llevo años diciéndolo, pero nadie quiere escucharme.

Jeremy la miró con curiosidad.

– Entonces, ¿por qué me has pedido que venga?

– Porque la gente no sabe lo que sucede, y continuará creyendo en fantasmas hasta que encuentre una explicación fehaciente. Desde que apareció ese artículo de los estudiantes de la Universidad de Duke en la prensa, el alcalde ha estado promocionando la idea de los fantasmas como un loco, y ahora empiezan a llegar curiosos de todas partes con la esperanza de ver las luces. Según mi opinión, todo esto está provocando serios problemas; ese cementerio amenaza con hundirse, y los estropicios son cada vez mayores.

Doris hizo una pausa antes de proseguir.

– Y claro, el sheriff no hace nada para evitar que las pandillas de adolescentes o los turistas se paseen por la zona sin ninguna precaución. Él y el alcalde son los típicos buscadores de recompensas; además, casi todo el mundo aquí -excepto yo- considera que promocionar la historia de los fantasmas es una buena idea. Desde que cerraron el molino textil y la mina, el pueblo no levanta cabeza, y me parece que muchos se aferran a esa idea como una especie de salvación.

Jeremy miró hacia el coche, y después volvió a mirar a Doris, pensando en lo que le acababa de contar. Todo tenía sentido, pero…

– ¿Te das cuenta de que lo que me has dicho no coincide con lo que me escribiste en la carta?

– Eso no es cierto. Lo único que dije fue que había unas luces misteriosas en el cementerio que muchos vinculan con una vieja leyenda, que la mayoría de la gente cree que se trata de fantasmas, y que un grupo de chicos de la Universidad de Duke no pudo hallar ninguna explicación lógica al fenómeno. Sé que no soy perfecta, señor Marsh, pero mentir no es uno de mis defectos.

– ¿Y por qué quieres que desacredite la historia?

– Porque no es correcto -respondió llanamente, como si la respuesta fuera de sentido común-. La gente deambula por el cementerio, los turistas vienen y acampan en esos terrenos; hay que ser respetuosos con los muertos, aunque el cementerio esté abandonado. Los difuntos ahí enterrados merecen descansar en paz. Y ese despropósito de la «Visita guiada por las casas históricas» es simple y llanamente incorrecto. Pero todos hacen oídos sordos a mis críticas.

Jeremy reflexionó sobre lo que Doris le acababa de contar mientras hundía las manos en los bolsillos de la chaqueta.

– ¿Puedo hablar con franqueza? -preguntó él.

Ella asintió, y Jeremy empezó a balancearse alternando el equilibrio de un pie al otro.

– Si crees que tu madre era vidente, y que tú puedes adivinar dónde hay agua y el sexo de los bebés, me parece extraño que…

Cuando se quedó unos momentos indeciso sobre cómo continuar, ella lo miró con interés.

– ¿Que no sea la primera que crea en fantasmas?

Jeremy asintió.

– Sí que creo en fantasmas. Lo único es que no creo que esten congregados ahí, en el cementerio.

– ¿Por qué no?

– Porque he estado allí y no he notado ninguna presencia sobrenatural.

– ¿Así que también puedes hacer eso?

Ella se limitó a encogerse de hombros. Finalmente se decidió a romper el silencio.

– ¿Puedo hablar ahora yo con franqueza?

– Adelante.

– Un día aprenderás algo que no puede ser explicado por medio de la ciencia. Y cuando eso suceda, tu vida cambiará de una forma que no puedes ni llegar a imaginar.

Jeremy sonrió.

– ¿Es eso una promesa?

– Sí -contestó ella. A continuación lo miró fijamente-. Y he de admitir que lo he pasado muy bien charlando contigo mientras comíamos. No suelo gozar de la compañía de jóvenes tan encantadores. La experiencia me ha rejuvenecido, te lo aseguro.

– Yo también lo he pasado estupendamente.

Jeremy se dio la vuelta para marcharse. Las nubes habían hecho acto de presencia mientras ellos estaban comiendo. El cielo, aunque no tenía un aspecto amenazador, parecía indicar que el invierno estaba decidido a instalarse también en el sur, y Jeremy se levantó el cuello de la americana mientras se dirigía al coche.

– ¿Señor Marsh? -gritó Doris a su espalda.

– ¿Sí? -respondió Jeremy al tiempo que se daba la vuelta.

– Saluda a Lex de mi parte.

– ¿Lex?

– Se encarga de la biblioteca. Seguramente no tendrá ningún reparo en ayudarte en tus pesquisas.

Jeremy sonrió.

– Lo haré.

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