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– ¿Te refieres a los estudiantes de la Universidad de Duke?

– Oh, no, no esos pobres, querido. Si no eran más que una pandilla de imberbes. Estuvieron aquí el año pasado. No, hablo de hace más tiempo; quizá de la época en la que aparecieron los primeros estropicios.

– ¿Y sabes a qué conclusión llegaron?

– No, lo siento. -Hizo una pausa, y sus ojos adoptaron un brillo malicioso-. Pero me lo figuro.

Jeremy la miró con interés.

– ¿Y bien?

– Agua -apuntó ella simplemente.

– ¿Agua?

– Recuerda que soy adivina. Sé dónde está el agua. Y te puedo asegurar sin temor a equivocarme que ese terreno se está hundiendo a causa del agua que hay debajo. Lo sé con certeza.

– Ah -dijo Jeremy con tranquilidad.

Doris se echó a reír.

– Eres tan mono, señor Marsh. ¿Sabías que cuando alguien te dice algo que no quieres creer, adoptas un aire de severa gravedad?

– No, nadie me lo había dicho.

– Pues sí. Y yo lo encuentro encantador. Mi madre habría disfrutado de lo lindo contigo. Tus pensamientos son tan transparentes…

– ¿Ah, sí? Pues a ver si adivinas qué estoy pensando ahora.

Doris lo miró pensativa.

– Bueno, ya te he dicho que mis dones difieren de los de mi madre. Ella podría leerte el pensamiento como en un libro abierto. Y además, no quiero asustarte.

– Vamos, adelante. Asústame.

– Muy bien -aceptó ella. Lo miró fijamente-. Piensa en algo que yo sepa. Y recuerda, mi don no es el de leer la mente. Sólo acierto de ve en cuando, y únicamente si se trata de pensamientos muy intensos.

– Vale -respondió Jeremy, encantado de jugar a las adivinanzas-. ¿Te das cuenta de que me estás contestando con evasivas?

– Chis, cállate. -Doris le cogió la mano-. ¿Verdad que no te importa si te toma la mano?

– No, claro que no.

– Y ahora piensa en algo personal que yo no pueda saber.

– De acuerdo.

Doris le apretó la mano

– Vamos chico, sé serio. No juegues conmigo.

– Vale -asintió él-. Te aseguro que ahora me concentraré de verdad.

Jeremy cerró los ojos. Pensó en la razón por la que María lo había abandonado, y por un momento que pareció eterno, Doris no pronunció ni una palabra. En lugar de eso, se limitó a observarlo fijamente, como si esperara a que él dijera algo.

Jeremy ya había pasado por la misma experiencia con anterioridad, innumerables veces. Sabía que no debía decir nada, y cuando ella continúo sin romper el silencio, supo que había ganado la partida. De repente ella dio un respingo. «Ya, la clase de movimientos que forma parte de estos numeritos», se dijo Jeremy. Inmediatamente después, ella le soltó la mano.

Jeremy abrió los ojos y la miró con curiosidad.

– ¿Y bien?

Doris lo observaba de un modo extraño.

– Nada -respondió

– Ah -añadió Jeremy-. Supongo que hoy no has tenido suerte, ¿eh?

– Ya te lo he dicho, soy adivina. -Sonrió, casi como pidiendo disculpas-. Pero te puedo asegurar que no estás embarazado.

Jeremy se echó a reír a carcajadas.

– Tengo que admitir que en eso tienes razón. Ella sonrió antes de desviar la vista hacia otra mesa, luego volvió a mirarlo fijamente.

– Lo siento. No debería de haberlo hecho. No era apropiado.

– No pasa nada -dijo él en un tono absolutamente desenfadado.

– No -insistió ella mirándolo fijamente, le agarró la mano de nuevo y se la estrujó suavemente-. Lo siento mucho.

Jeremy no sabía cómo reaccionar cuando Doris volvió a cogerle la mano, pero se quedó paralizado ante la compasión que emanaba de sus ojos.

Y Jeremy tuvo la desagradable sensación de que ella había adivinado más cosas sobre su vida personal de las que posiblemente podría saber.

Habilidades vaticinadoras, premoniciones e intuición son simplemente el producto de la conexión que se establece entre la experiencia, el sentido común y la sabiduría acumulada. La mayoría de la gente suele desestimar la gran cantidad de información que aprende durante toda la vida, y la mente humana es capaz de relacionar la información de un modo como ninguna otra especie -o máquina- es capaz de hacer.

No obstante, la mente aprende a desechar una inmensa parte de la información que recibe, ya que, por razones obvias, no es tan crítica como para recordarlo todo. Por supuesto, algunas personas tienen más memoria que otras, un hecho que a veces queda patente en algunas pruebas, y hay un sinfín de estudios sobre la habilidad de entrenar la memoria. Pero incluso los peores alumnos recuerdan el 99,99 por ciento de todo lo que les ha pasado en la vida. Sin embargo, es ese 0,01 por ciento lo que más frecuentemente distingue a una persona de otra. Para algunos, se pone de manifiesto en la habilidad de memorizar trivialidades, o de despuntar como doctores, o de interpretar datos financieros con una precisión extraordinaria. Para otros, consiste en la habilidad de leer los pensamientos de los demás. Esta clase de personas -con una habilidad innata para aprovecharse de la memoria, del sentido común y de la experiencia, y para codificarlos rápidamente y con precisión- manifiesta una habilidad que los demás definen como sobrenatural.

Pero lo que Doris había hecho era… ir mucho más lejos de lo que Jeremy suponía. Ella lo sabía. O al menos, ésa fue la impresión inmediata que tuvo Jeremy, hasta que se refugió en una explicación lógica de lo que acababa de suceder.

De hecho, se recordó a sí mismo que no había sucedido nada. Doris no había dicho nada; simplemente le pareció que esa mujer comprendía cosas desconocidas por la forma en que lo había mirado. Y esa suposición nacía de su interior, no de Doris.

Sólo la ciencia podía aportar respuestas reales. No obstante, ella parecía una persona muy afable, así que… ¿ Y qué si estaba tan segura de sus habilidades? Probablemente ella pensaba que la explicación había que buscarla en algo sobrenatural. De nuevo, Doris parecía estar leyéndole el pensamiento.

– Supongo que te acabo de confirmar que sólo soy una pobre loca.

– De ningún modo -repuso Jeremy. Ella tomó el bocadillo.

– Bueno, puesto que se supone que tendríamos que disfrutar de nuestra primera comida juntos, quizá será mejor que nos relajemos con una charla más amena. ¿Quieres que te cuente algo en particular?

– Háblame del pueblo.

– ¿Qué deseas saber?

– Oh, lo que sea. Ya que estaré aquí unos cuantos días, creo que debería ponerme al día con lo que pasa en la localidad.

Pasaron la siguiente media hora departiendo de todo y de nada en particular. Incluso más que Tully, Doris parecía saber hasta el más mínimo detalle de todo lo que sucedía en Boone Creek. Y no a causa de sus supuestas habilidades -tal como ella misma admitió-, sino porque en los pueblos pequeños la información corría más rápido que el viento.

Doris hablaba sin parar. Jeremy se enteró de quién salía con quién, con qué tipos era difícil trabajar y por qué, y que el párroco de la iglesia pentecostal de la localidad tenía una aventura amorosa con una de sus feligresas. Ah, y lo más importante, por lo menos según Doris, era que jamás llamara a Trevor's Towing si se le averiaba el coche, ya que probablemente Trevor estaría borracho, fuera la hora que fuese.

– Ese hombre es un peligro en la carretera -declaró Doris-. Todo el mundo lo sabe, pero como su padre es el sheriff, nadie hace nada al respecto. Pero claro, supongo que no debería sorprenderme. El sheriff Wanner tiene sus propios problemas, sobre todo sus enormes deudas contraídas a causa del juego.

– Ah -dijo simplemente Jeremy, como si estuviera familiarizado con todo lo que sucedía en el pueblo.

Durante unos instantes ninguno de los dos dijo nada. Jeremy aprovecho para echar un vistazo al reloj.

– Supongo que tienes que irte -musitó Doris. Jeremy asió la pequeña grabadora y pulsó el botón stop antes de guardarla en el bolsillo de la americana.

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