Se detuvo debajo de la sombra del magnolio, preguntándole qué aspecto tendría ese lugar en una noche cerrada con una densa bruma. Probablemente pondría la piel de gallina a cualquiera, y eso debía de ser lo que provocaba que la gente imaginaba cosas insólitas. Pero ¿de dónde provenían las luces extrañas? Dedujo que los fantasmas eran simplemente el reflejo de la luz, convertida en un prisma de un mágico color azul, de las finas gotas de agua que se formaban en la niebla, aunque no vio farolas ni ninguna otra clase de iluminación en todo el recinto. Tampoco advirtió señales de algún riachuelo en Riker's Hill que pudiera ser el posible causante del efecto luminoso. Supuso que podían proceder de la luz de los focos de los automóviles, pero solo distinguió una única carretera cercana, y la gente se habría dado cuenta de esa simple conexión bastante tiempo atrás.
Tenía que conseguir un buen mapa topográfico del área, además del mapa de carreteras que acababa de comprar. Quizás en la biblioteca local podrían prestarle alguno. En cualquier caso, pasaría por la biblioteca para consultar la historia del cementerio y del pueblo. Necesitaba saber cuándo fue la primera vez que se detectaron las luces; eso podría aportarle alguna idea sobre su origen. Por supuesto, había pensado pasar un par de noches en el cementerio, si la niebla se dignaba a cooperar.
Durante un rato deambuló por el cementerio tomando fotos por aquí y por allá. No serían las que publicaría; le servirían como puntos de referencia en caso de que consiguiera fotos más antiguas del cementerio. Deseaba contrastar los cambios acaecidos a lo largo de los años, y de paso averiguar cuándo -o por qué- se habían desmoronado las criptas y los monumentos. También tomó una foto del magnolio. Sin lugar a dudas, era el ejemplar más grande que jamás había visto. Su tronco ennegrecido estaba totalmente arrugado, y dos de las ramas que colgaban desmayadamente lo habrían mantenido ocupado -a él y a mus hermanos- durante muchas horas en sus años infantiles. Si no hubieran estado rodeados de muertos, claro.
Mientras se dedicaba a revisar las fotos que había tomado con la cámara digital para asegurarse de que ya tenía suficientes, con el rabillo del ojo vio algo que se movía.
Apartó la cámara y vio a una mujer que avanzaba con paso decidido hacia él. Iba ataviada con unos pantalones vaqueros, unas botas y un jersey de color azul celeste que hacía conjunto con el enorme bolso que llevaba colgado del hombro. Su melena castaña le llegaba hasta los hombros, y su piel, de un ligero color aceitunado, hacía innecesario el uso de maquillaje; pero fue el color de sus ojos lo que lo cautivó: desde la distancia parecían casi violetas. Fuera quien fuese esa muchacha, había aparcado el coche justo detrás del suyo.
Por un momento imaginó que se acercaba para pedirle que se marchara de ese lugar. Quizá habían declarado ruinoso el cementerio y ahora no se podía entrar en esos terrenos por temor a que alguien resultara herido. Aunque a lo mejor su visita se debía a una simple coincidencia. Ella continuó caminando hacia él.
Jeremy pensó que se trataba de una coincidencia atractiva. Irguió la espalda, guardó la cámara en la funda, y dibujó una amplia sonrisa en sus labios cuando ella se aproximó.
– Hola, ¿qué tal? -la saludó.
Ella aminoró el paso ligeramente, aunque no mostró señal alguna de haberlo visto. Tenía la expresión ausente, pero Jeremy supuso que se detendría; mas en lugar de eso, le pareció oír el eco de su risa cuando pasó por su lado y continuó andando.
Jeremy se quedó unos instantes inmóvil, observando cómo se alejaba de él sin darse la vuelta. De repente, movido por un impulso irrefrenable, intentó llamar su atención.
– ¡Eh! -gritó.
En lugar de detenerse, ella simplemente se dio la vuelta y regresó sobre sus pasos, con la cabeza erguida inquisitivamente. Jeremy vio la misma expresión ensimismada en su rostro.
– No debería mirarme de ese modo tan descarado -replicó la muchacha súbitamente-. A las mujeres nos gustan los hombres que saben comportarse con más sutileza.
Luego se dio la vuelta, se ajustó el enorme bolso en el hombro y prosiguió la marcha. En la distancia, Jeremy volvió a oír cómo se reía. Se quedó boquiabierto, absolutamente desconcertado y sin saber qué contestar.
Así que no estaba interesada en él. Bueno, daba igual. No obstante, cualquiera habría contestado cortésmente a su saludo con otro saludo. Quizá era un hábito del sur. Quizá los hombres la habían maltratado sin tregua y ella se había cansado de ser amable. O quizá no quería que la interrumpieran mientras hacía… hacía…
¿Hacía qué?
Ese era el problema de su profesión. Cualquier situación despertaba su curiosidad. Se recordó a sí mismo que lo que hiciera esa mujer no era de su incumbencia y, además, estaba en un cementerio. Probablemente había venido a visitar la tumba de un familiar o un conocido. Eso era lo que normalmente hacía la gente, ¿no?
Jeremy enarcó una ceja. La única diferencia era que en casi todos los cementerios alguien se encargaba de recortar la hierba y de mantener los parterres más o menos pulcros, pero en camino éste tenía el aspecto de San Francisco después del terremoto de 1906. Por unos instantes tuvo la tentación de seguirla para ver lo que pretendía hacer, pero había hablado con suficientes mujeres como para saber que el espiarlas podía incomodarlas mucho más que una simple mirada insistente. Y por lo que parecía, a ella no le gustaba que la mirasen descaradamente.
Jeremy hizo un esfuerzo por no observarla mientras desaparecía detrás de uno de los robles, zarandeando el bolso con gracia a cada paso.
Sólo después de haberla perdido de vista por completo, recordó que no había ido a ese lugar en busca de chicas monas. Tenía un trabajo que hacer, y su futuro dependía en cierta manera de eso. Dinero, fama, televisión, blablablá. Bueno, ¿qué era lo que tocaba hacer ahora? Ya había visto el cementerio… Podía echar un vistazo a los alrededores para familiarizarse con el lugar.
Regresó al coche y se alegró de haber sido capaz de no volverse ni una sola vez para ver si la muchacha lo estaba observando. Los dos podían jugar al mismo jueguecito. Eso, claro, si ella estaba interesada en averiguar lo que él estaba haciendo, y le daba la impresión de que ése no era el caso.
Una mirada furtiva desde el asiento del conductor corroboró su corazonada.
Puso el motor en marcha y aceleró lentamente; cuando se alejó del cementerio, notó que le era más fácil borrar de su mente la imagen de la muchacha y concentrarse en la tarea que lo ocupaba. Condujo un poco más para averiguar si había otros caminos -o bien de gravilla o bien asfaltados- que se cruzaran con la carretera por la que circulaba, e intentó distinguir, sin suerte, algún molino de viento o algún edificio con el techo de hojalata, mas ni siquiera divisó algo tan simple como una granja.
Con un golpe de volante, dio la vuelta y empezó a recorrer el trayecto en dirección opuesta, en busca de una carretera que lo llevara hasta la cima de Riker's Hill, pero finalmente abandonó la empresa sintiendo una enorme frustración. Cuando se aproximaba de nuevo al cementerio, se preguntó quién era el propietario de los terrenos que lo rodeaban y si Riker's Hill era una colina de acceso público o privado. Como avezado observador, también se fijó en que el coche de la mujer había desaparecido, lo que le provocó una inesperada sensación de contrariedad, que se esfumó tan rápido como había llegado.
Echó un vistazo a su reloj de pulsera. Pasaban unos escasos minutos de las dos, y supuso que la tanda de comidas en el Herbs estaría a punto de tocar a su fin. Quizá podría hablar con Doris. Quizá podría ver un poco la luz en ese tema.
Sonrió burlonamente para sí, preguntándose si la muchacha que había visto en el cementerio se habría reído ante ese comentario tan sutil.