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Mucho cuidado con él, te lo digo en serio. Von Bertrab es la cara amable de la fuerza. Arruza es la cara odiosa. Su lema es Sangre, Muerte y Fuego. Es un lobo con piel de lobo. Su única barrera es Von Bertrab, quien ha dicho de Cícero:

– Darle el poder a Arruza es como poner un pirómano al frente del cuerpo de bomberos.

Pero nadie -te digo que nadie- duda de que Arruza puede ser indispensable en un momento dado. Él lo sabe y propicia ese momento con el sigilo de una pantera en la selva. Dicen que el general Cícero Arruza hubiese sido capaz de hacerle confesar a Benito Juárez que era agente de los franceses. No deja de ser constructivo, sólo que para él ser constructivo es hacer obra de intimidación pública.

Me despacho con una o dos frases al señor secretario de la Vivienda, Efrén Iturbide. Dicen que es el idiota mejor vestido del mundo. Se ufana de descender de aquel emperador de burlas que tuvimos a principios del siglo XIX, Agustín I. No es cierto. Nuestro Efrén se aprovecha de la buena facha para crearse un pedigree falsario. Claro, no se puede tener una piel tan translúcida sin ser "gente decente". ¿Decente, amigo mío? La voz popular dice de él y de su cargo:

– Efrén Iturbide es el secretario de Estado para la Vivienda de Efrén Iturbide.

Así es. Sólo ha construido una casa: la suya.

Ese tipo con cara de pasmado es Juan de Dios Molinar, secretario de Información y Medios, hoy despojado, por obra y gracia de nuestros poderosos vecinos, de toda capacidad informativa o mediática, salvo, como lo he decidido yo (y que cunda mi ejemplo), por la vía epistolar. Míralo, qué mal distribuido el pobre. Aire saturnino, ojos de tigre, sonrisa tímida, manos de carpintero y busto de tenor italiano. ¡Qué cabrona puede ser la naturaleza! Y para colmo, la boca cerrada como candado. Es el retrato del estupor idiota y me da pena. Mi amigo Herrera dice que mejor así. Como el secretario de Información no informa, la Secretaría de Gobernación maneja a su antojo las noticias.

En cambio, mira a su lado al sonriente procurador general de Justicia Paladio Villaseñor diciéndole a todo el mundo "qué bueno, qué bueno". Con razón lo llaman "Don Qué 'bueno", pero yo creo que es más astuto de lo que parece y que su fama de zonzo lo salva de tomar decisiones tajantes o de ofender públicamente a los que jode bajita la mano. Tiene, ya verás, sus usos y virtudes. No en balde, de acuerdo con las circunstancias, es anguila o es molusco.

Y ahora, mi querido Nicolás, viene lo grueso. El secretario de Hacienda, Andino Almazán, es un tecnócrata de fierro indispuesto a mudar una pulgada de sus convicciones sobre la economía. Es un teólogo de la Economía con E gótica y mayúscula. Para Andino, devaluar la moneda es como tener una hija prostituta. Lo que el pobre no sabe es que su mujer, llamada "La Pepa" es, en efecto, una puta que lo cornamenta el día entero. Pero más sobre esto más tarde, querido.

Quiero llegar a lo peor, culminar mi repaso con el horror mismo, la más inexplicable voz de éste coro republicano: el jefe del Gabinete del señor Presidente Lorenzo Terán. El lambiscón, miserable, despreciable Tácito de la Canal. Velo bien: no debía mostrarse a la luz. Su cara es como una sola cicatriz, del mentón al occipucio, rodeados uno y otro de unas púas pilosas que mal disfrazan su cabeza de huevo pelón. Míralo sobándose las manos en actitud de humildad perfecta. Cultiva el aspecto de un perpetuo necesitado, a punto de regresar a la mendicidad. Es el doormat, el paillason, el tapete de entrada del señor Presidente, en todos sentidos. Controla el acceso a la oficina del Ejecutivo y se ofrece para que el Presidente se limpie las suelas de los zapatos antes de pisar el despacho de despachos. Tácito de la Canal es un tipo que da la impresión de no haber respirado aire fresco en su vida. Eso dicen de él. Yo sé que no es cierto. Tácito de la Canal es el hombre que me espía desde el bosque todas las noches mientras me desvisto. Es el voyeur que se te anticipó, el despreciable mirón que tú miraste anoche…

Este es el reparto de la película. Dejo para mejor ocasión a otro elenco singular, el de nuestros Solones de rancho, los señores diputados y senadores que, pulverizados en partidos minúsculos, dejan la conducción del Congreso en manos de un inepto que ya te presenté, Onésimo Canabal, pero impiden, en virtud de su atomización misma, que pasen las leyes indispensables, dejándole al Presidente y al secretario Herrera la obligación de actuar "por la libre", es decir, con un pragmatismo a veces legal, a veces no, pero a veces, como ahora (Colombia, petróleo) obligado a lucir legitimaciones de principio para compensar un pragmatismo obligado, por la fragmentación del Congreso, a ser pan nuestro de cada día.

Y ahora la buena nueva, mi galán de noche. Mi amigo íntimo el secretario de Gobernación Bernal Herrera le ha pedido como favor personal al señor Presidente que te nombre asesor de la Oficina Presidencial de Los Pinos, donde estarás a las órdenes, ni más ni menos, que de Tácito de la Canal.

¿Te doy un regalo envenenado? No. Te ofrezco la oportunidad de devolverme, amor profeso, una manzana de oro desde el corazón del Edén subvertido. Aprovecha, Valdivia. ¿Qué más, Nicolás?

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Xavier Zaragoza "Séneca" a Presidente Lorenzo Terán

¡Ay, señor Presidente! ¿Cómo se me va a olvidar lo que usted me dijo a las veinticuatro horas de tomar posesión?

– Asumes la Presidencia, "Séneca", te ponen en el pecho la banda tricolor, te sientas en la Silla del Águila y ¡vámonos! Es como si te hubieras subido a la montaña rusa, te sueltan del pináculo cuesta abajo, te agarras como puedes a la silla y pones una cara de sorpresa que ya nunca se te quita, haces una mueca que se vuelve tu máscara, con el gesto que te lanzaron te quedas para siempre, el rictus ya no te cambiará en seis años, por más que aparentes distintos modos de sonreír, ponerte serio, dubitativo o enojado, siempre tendrás el gesto de ese momento aterrador en que te diste cuenta, amigo mío, de que la silla presidencial, la Silla del Águila, es nada más y nada menos que un asiento en la montaña rusa que llamamos La República Mexicana.

Desde el momento en que me dijo usted esto, señor Presidente, ambos -usted y yo- entendimos que me había llamado a su lado para hablarle con franqueza, para aconsejarlo con desinterés, para ayudarle a disimular el gesto de estupor que le produjo saberse arrojado al vacío por la empinada cuesta de esa atracción de carnaval llamada "La Presidencia de la República”.

– Te eligen, Séneca. Dejas de tener contacto con la gente. Ni tus mejores amigos te critican.

Pues bien, yo he tratado de ser digno de su confianza y aunque mis consejos quizá no sean los mejores, usted tiene derecho de contrastarlos con opiniones opuestas a las mías -¡y mire que no faltan en los cartones y páginas editoriales!-. Mi deber (al menos así lo entiendo) es decirle con absoluta franqueza lo que pienso. Han transcurrido pocos días de sus primeros tres años en la Presidencia y mi crítica sincera, señor Presidente, es que usted es percibido como un hombre un poco abúlico. No se le ve hacer. Se le ve dejando hacer. Conozco su filosofía. Ya pasó la época del autoritarismo, cuando sólo la voluntad del Presidente contaba, de Sonora a Yucatán, como los sombreros Tardán que se han vuelto a poner de moda, ¡la de vueltas!

Ya sabemos que esto nunca fue totalmente cierto. La dictablanda del PRI era suavizada por un cierto margen de tolerancia hacia las élites mexicanas, sus críticas, burlas y opiniones generalmente poco informadas. Poetas, novelistas, uno que otro periodista, los cómicos de carpa, los caricaturistas, nuestros inefables muralistas, podían decir y dibujar más o menos lo que quisieran. Eran críticas de la élite intelectual a la élite gubernamental, o necesarios escapes de vapor, como los cómicos de Soto a Beristáin a Cantinflas y Palillo. Ellos gozaban de esta graciosa concesión. Pero los cineastas no, la mayoría de los periodistas no, los sindicatos independientes ni hablar. En cambio, ¿qué tal los gobernadores, los alcaldillos, los militares de provincia, las fuerzas policiales en general, hasta los pinches aduaneros? Toda una caterva de poderes locales, señor Presidente, que actuaban con impunidad corrupta y caprichosa. Sólo los corruptos eran libres. Creamos una cultura de la ilegalidad, hasta cuando el Presidente obraba legalmente o lanzaba "cruzadas morales".

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