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– No. Sólo te repito que el gran problema de la igualdad no es vencer el orgullo de los ricos, sino vencer el egoísmo de los pobres.

¿Sabes qué me gusta de ti? Te encabronas sin grosería. Rumias tu rabia por dentro. Por eso me resultas más peligroso que si explotaras con violencia externa, verbal o física.

Me miras y sabes que sé. Te entiendo. Y si te repito nuestros diálogos es porque comparto contigo, aunque nuestras políticas sean distintas, la fe en la palabra.

¿Sabes cuál fue la grandeza de los diálogos platónicos sobre los que se funda todo el discurso humano del Occidente liberado del despotismo oriental? Fue la de concebirnos a ti y a mí hablando aquí en una azotea de México D. F en el año 2020. El dúo Sócrates-Platón nos convierte a dos interlocutores cualesquiera en compañeros de un lugar y una hora que de otra manera -sin la palabra- sería imposible. Sin este lugar y esta hora compartidos, no sabríamos nada el uno sobre el otro. Es más: ignoraríamos nuestras existencias. Seríamos ajenos el uno al otro, barcos que se cruzan en la noche, transeúntes de la gran avenida de los mudos.

¿Qué cosa une este lugar y esta hora nuestras, Jesús Ricardo?

La palabra, la palabra que nos acerca un momento y nos separa al siguiente, la palabra amiga o enemiga que se convierte al cabo en sentido autónomo de lo dicho. Y es esa fragilidad pasajera la que nos impulsa, mi joven y ya querido amigo en esta stoa con cagarrutas de paloma y polución irremediable, a decir la siguiente palabra, a sabiendas de que ella también se nos escapará para ingresar a la gran razón del mundo que nos rodea:

– No dejen de hablar. No digan nunca la última palabra.

Platón decía que escribir es un parricidio porque continúa significando en ausencia del interlocutor. Mientras sea yo el que te escriba a ti, sería, en todo caso, un fratricidio. Y sólo el día -que sospecho muy lejano si no imposible- en que tú me escribas a mí, hablaríamos de parricidio. Parricidio: nueve años apenas de diferencia entre tú y yo. Y yo jugando ya el papel de un perverso Mefistófeles que le ofrece al joven Fausto hacerse viejo. Madurar.

¿Has leído el maravilloso Ferdydurke de Gombrowicz, la gran novela polaca del siglo pasado? Para él, madurar equivale a corromper. Matamos los favores de la adolescencia deviniendo adultos. Matamos al inconsolable joven corrompiéndolo con la madurez. Pero fatalmente, no estando solos en la juventud, acabamos por crearnos unos a otros corriendo así el riesgo de crearnos desde fuera, deformes, inauténticos. "Ser un hombre significa nunca ser uno mismo." Si quieres ver así nuestra relación, lo acepto. Déjate corromper tantito.

– Ser un poco corrupto es como ser virgen a medias -me dices.

Y yo te digo y te repito:

– No puedes rechazar lo que desconoces. Somete a juicio tus propias ideas. No hay otra prueba de la honradez intelectual que pregonas. Tú no te comprometes a nada. Ven a trabajar conmigo a la oficina presidencial. Conocerás "las entrañas del monstruo", como dijo José Martí viviendo en Estados Unidos. No tienes por qué sacrificar tus ideas. Verás si resisten o no. Sólo tienes que sacrificar tu apariencia. No puedes trabajar en Los Pinos con esa melena de Tarzán. Tienes que cortarte el pelo. Y no puedes ir de blue jeans. Tampoco exageres. No te vistas de clasemediero cursi como Hugo Patrón, el noviecillo de tu hermana. Que Arman¡ sea tu hermano. Yo me encargo de eso. Decídete, oh heredero de la Utopía. Arrímate a mí. Déjame salvarte de un lenguaje impotente que, desesperado, pase a la acción criminal.

Te lo pido como prueba doble.

Primero, de tus ideas. Serás un cobarde ideológico si no las sujetas al desafío de cuanto las niega.

Segundo, de mi amistad. Que cada día más, se convierte en cariño. Te amo y te deseo, tú lo sabes, por ti mismo. Pero también porque me veo en ti. No duplicado, sino semejante y separado. Admito que quererte es quererme. Quererme como me gustaría ser. Me gustan las mujeres. Las amo con la misma intensidad que a ti. Pero no me veo en ellas. Veo en las mujeres, con asombro, siempre, lo que yo no soy. Veo lo otro y me maravilla. Por eso las adoro y caigo una y otra vez en el abismo de la pasión femenina. La pasión de lo distinto. Contigo, Jesús Ricardo, creo que puedo amarme a mí mismo como me gustaría ser amado por mí mismo.

Piensa en mi oferta. Esta puerta no es, como la bíblica, estrecha.

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María del Rosario Galván a Presidente Lorenzo Terán

Mi muy viejo y querido amigo, llegó la hora de soltar los perros de la guerra. Ya no es posible aplazar por más tiempo las postulaciones para sucederte como Presidente de la República. El regreso del expresidente César León es una tuerca en la bien aceitada maquinaria de nuestra democracia electoral. Y no es la única. León está intrigando con el presidente del Congreso para declararte incapacitado y dejar que sea el propio jefe del Legislativo, Onésimo Canabal, quien te suceda para empujar la reforma constitucional que permita la reelección del propio César León. Pero una enmienda constitucional requiere, a su vez, mucho tiempo: más de un año, para que la mayoría de los estados de la Federación la apruebe o no. Si es que, antes, las dos terceras partes del Congreso asienten.

O sea que César León debe tener otro as en la manga. No sabemos cuál pueda ser. Esa es nuestra debilidad. La reforma de la Constitución me huele a cortina de humo. El verdadero golpe va a venir por otro lado. Esté usted seguro. Y precávase.

Demasiado tiempo, señor Presidente, demasiado desgaste. Tenga la seguridad de que mientras el bobo del juego, don Onésimo, siga los consejos de César León, éste va a darnos un susto y quedarse con todas las fichas. ¿Cuáles? No sé, no sé, señor Presidente. Lo único que me cabe en el corazón y en la cabeza es que usted debe actuar ya. Anticipe los tiempos. Reúna por separado a los dos aspirantes a sucederle, Tácito de la Canal y Bernal Herrera. Ordénele a cada uno presentar sus renuncias, anunciar sus candidaturas y lanzar sus campañas.

No tendrán más remedio que hacerlo. Y si ponen peros, destitúyalos. Ya verá cómo le obedecen, señor Presidente. Toda mi intuición femenina me dice que sólo haciendo esto le ganaremos la partida al muy astuto expresidente César León.

¿Qué le he dicho toda la vida, señor Presidente? No tomar decisiones es peor que cometer errores. Tome una decisión ya. Recuerde que en política no hay principios. Hay instantes. Y la fuerza para pescarlos al vuelo. Es otro nombre de la astucia. ¿Astucia en qué sentido? Su secretario de Gobernación lo ha demostrado en cada uno de los tres casos que agitan a la opinión. O se atiende el problema o se le sepulta. Lo que no puede ser es que una demanda se perpetúe sin que sea concedida o negada. Entonces sólo se da la impresión de debilidad. Me dirá usted, con razón, que la falta de decisión en la huelga universitaria es el ejemplo de un caso perpetuo sin solución. Pero esa es precisamente la solución: que no haya solución, hasta cansar a todos. En cambio, tiene usted contentos a los inversionistas con sus políticas y el descontento de los obreros se aplaca por una necesidad: la de comer. En cambio, concederles un triunfo sin sentido a los campesinos es una derrota para los caciques locales que contaban con esa eterna carne de cañón, el esclavo de la gleba agrícola. Muy bien. Pero ahora viene la prueba estrictamente política, señor Presidente.

¿Quién va a sucederle en la elección del 2024?

¿Con qué fuerzas cuenta?

¿Quiénes se opondrían?

Y no piense siquiera:

– ¿Quién me será más leal?

– Todos, señor Presidente, lo traicionarán. Incluso -para que vea mi franqueza, para que aquilate mi amistad- mi favorito para la sucesión…

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