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Ándate con cuidado, Paulina, porque el expresidente es una chucha cuerera que se las sabe todas y lo anima una ambición sin piedad. Trata de sacarle algo -visítalo, a ver si se deja- al Anciano expresidente que vive jugando dominó en el Portal del puerto. A César León ni intentes seducirlo, porque él sólo se deja embaucar por cueros de fantasía. Aunque es tan cachondo que hasta tú puedes parecerle la nunca bien ponderada Venus del Estado de Hidalgo. Sea dicho con todo respeto, Paulina.

Pero volviendo al viejo veracruzano, yo lo más que logro sacarle -hasta hoy, pero soy más testarudo que una mula (obstinado para mis enemigos, perseverante para mis amigos), es que

– En México ya hay un Presidente legítimo -dice El Anciano.

– Claro, Lorenzo Terán -le contesto.

– No, otro, en caso de que renuncie o se muera Terán.

– ¿Renuncia, muerte? ¿De qué me habla usted, señor expresidente?

– Te hablo de la cabrona legitimidad, señor diputado.

(Perdón, Paulinita de todos mis respetos.)

– ¿Hasta ai?

– Hasta ahí nomás, Onésimo.

Ya sabes que el viejo es una mezcla de momia y de esfinge. De manera que como no le saco más que enigmas, consulto con cara de santo inocente a algunos secretarios de Estado y todos me dicen lo mismo, nomás que con sus asegunes.

– La Constitución es clara -me dice Herrera el de Gobernación-. En caso de ausencia en los últimos cuatros años -sería el caso ahora- el Congreso nombra Presidente Sustituto que termina el periodo y convoca a elecciones. Es la ley y más clara ni el agua.

– Se puede cambiar la Constitución y tener un vicepresidente -me comenta Tácito de la Canal-. Pero eso requeriría el voto de las dos terceras partes de los congresistas presentes y la aprobación de la mayoría de las legislaturas de los Estados. ¿Cuánto tiempo cree que tome eso?

Se rasca la calva y se contesta a sí mismo.

– Uno, dos, tres años. Es irrelevante para la situación actual.

– ¿Por qué no tienen ustedes un vicepresidente como nosotros -me pregunta el embajador de los EEUU, Cotton Madison-. Ya ve, matan a Kennedy, asume Johnson; renuncia Nixon, asciende Ford. Ningún problema.

Trato de explicarle que durante el siglo XIX, cuando tuvimos vicepresidentes, estos prohombres se dedicaron a minar y derrocar al Presidente en turno, empezando con la sublevación de Nicolás Bravo contra Guadalupe Victoria en 1827. Y Santa Anna, "el caudillo inmortal de Cempoalá” según nuestro Himno Nacional, le dio un golpe a su propio vicepresidente, Valentín Gómez Farías, aunque el "Quinceuñas" (el cojo Santa Anna, Paulina) fue capaz de darse golpes de Estado a sí mismo, como su siniestro émulo bolivariano Hugo Chávez hace veinte años.

Podría hacer una lista de lavandería de vicepresidentes desleales. Anastasio Bustamante contra Vicente Guerrero, y aun de generales que prefirieron asaltar el poder que defender al país contra un invasor extranjero, como sucedió con el traidor Paredes Arrillaga en la guerra con los americanos. Es una historia deprimente, pero más vale tomarla en cuenta, mi discreta amiga, para tener todas las cartas en la mano y que no nos vayan a coger durmiendo la siesta, como los gringos al propio Santa Anna en la batalla de San Jacinto, que nos costó la pérdida de Texas.

Faltaría, te digo, conocer el parecer de los caciques Cabezas en Sonora, Delgado en Baja California, Maldonado en San Luis y el temible Vidales en Tabasco. Te van a contar mentiras.

Sonora: -Nuestro problema es crear maquiladoras, no intrigas -te dirá Cabezas.

Baja California: -Bastante problema son las aguas del Río Colorado y las actividades del narco en Tijuana -te dirá Delgado.

San Luis Potosí: -Aquí sólo nos preocupa proteger la inversión extranjera -te dirá Maldonado.

Tabasco: -Aquí sólo mis chicharrones truenan -te dirá Vidales.

Te dirán, te dirán, te dirán… Mentiras nada más. Pero no tratarán (perdón) de seducirte. Las mentiras vamos a interpretarlas al revés para saber la verdad. La seducción no tendrá lugar, primero porque, por decirlo de alguna manera, inspiras más respeto que la Corregidora doña Josefa Ortiz de Domínguez, heroína de la Independencia, y segundo (te lo repito) porque eres de Hidalgo y ese estado no aparece en el radar político de México.

Tenme al tanto, querida y respetada amiga.

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Nicolás Valdivia a María del Rosario Galván

Vuelvo porque usted me lo pide. Vuelvo a Veracruz. Vuelvo a la plaza central del puerto. Vuelvo a los portales. Vuelvo al Café de la Parroquia. Vuelvo a encontrar al Anciano.

Es el famoso déjá-vu. El perico sobre el hombro del Viejo. El Viejo, esta vez, sin la corbata de moño. Viste guayabera. La autoriza el calor pegajoso, húmedo, sofocante, bajo un paraguas de nubes negras que presagian una tormenta que no estalla para limpiar la sórdida melancolía del trópico. Pero el Viejo sigue allí, con el vaso de café enfrente y las fichas de dominó dibujando un asimétrico escudo de marfil sobre la mesa.

Creo que duerme la siesta. Me equivoco. Apenas me paro frente a él, abre un ojo. Un solo ojeroso ojo. El otro sigue cerrado. El perico grita o dice o lo que hagan los pericos,

¡SUFRAGIO EFECTIVO! ¡NO REELECCIÓN!

El Anciano abre el otro ojo y me mira sombríamente. No oculta la manera de mirarme. No quiere ocultarla. Quiere que yo sepa que él sabe. Quiere que sepa que sabe que ya no soy el principiante que vino a verlo en enero. Quiere que sepa que sabe que soy el subsecretario encargado del despacho de Gobernación, por renuncia del titular, Bernal Herrera, precandidato a la Presidencia. Quiere que sepa que sabe que yo soy ahora el jefe de la política interior del país.

Y sin embargo, vuelvo a encontrarme con un personaje que actúa como si nada hubiese ocurrido en México desde 1950. Actúa, habla, como si viviésemos en el pasado. Como si las fogatas de la Revolución no terminaran de apagarse. Como si Pancho Villa aún no se bajase del caballo. Como si todos los generales no anduviesen en Cadillac. Como si (como se decía hace medio siglo) la Revolución Mexicana no hubiese desembocado en las Lomas de Chapultepec.

Y sin embargo (cuántos cependants no le cuelgo de sus hermosos lóbulos, mi sagaz y agreste dama) no tardo en darme cuenta de que El Anciano reconoce la presencia de mi juventud política -secretario de Gobernación a los treinta y cinco años de edad- pero quiere advertirme con gatopardismo jarocho que plus ca change, plus c'est la méme chose, que no me haga ilusiones sobre cambios radicales, transformaciones modernizadoras, etc. Que hay un sustrato permanente, una roca madre, no sólo de la política mexicana, sino de la política tout court.

Tiens, que por algún motivo (¿alianza francófona secreta con usted, evocación del mundo compartido de nuestros estudios, empleo de una lengua en desuso que permite comunicaciones crípticas?) utilizo locuciones francesas que no podrían estar más alejadas del profundo arraigo local de El Anciano del Portal.

– ¿De manera que en esto va a terminar la tan cacareada transición democrática de México? -me dice sin mover un músculo de su famosa cara de momia.

– ¿En qué, señor Presidente?

Ah -la sonrisa se le quiebra como una máscara de arena-. Se me olvidaba que usted es de formación gabacha. ¡Señor Presidente! "¡Monsiú le Presidan”.

Hace una pausa para sorber el café.

– Pues figúrese que a veces, para no dejar de educarme ya que la educación -dicen- es algo que nunca termina, yo me junto a jugar dominó aquí en la plaza con intelectuales mexicanos de formación germana. Aquí viene a verme don Cherna Pérez Gay, por ejemplo. Yo nomás le digo:

– Hábleme en alemán, aunque no entienda ni sopes. Me gusta el sonsonete gutural. Tiene un saborcito autoritario. Además, me hace sentirme filosófico.

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