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Hay las tentaciones: los militares. Hay el misterio de Ulúa y su detentador, El Anciano del Portal, al cual no puedes ni torturar ni asesinar para que suelte prenda. Se llevaría el secreto a la tumba. Y torturar a un anciano puede matarlo o sería una crueldad deshonrosa. Luego hay esa inoportuna señorita De la Garza, que le escribe cartas de amor al difunto candidato Tomás Moctezuma Moro.

En suma, que debes encontrarte un contrincante, Bernal. Ya ves, la última vez que tuvimos un Presidente electo sin opositor, López Portillo, cómo nos fue. La vanidad se devoró a la inteligencia. La prepotencia rebasó los límites de la reflexión.

¿Quién será tu oponente en el 2024, Bernal?

Eso es lo que debería preocuparnos, no tus locas serenatas de amor entre rucos. Porque tú tienes cincuenta y dos años y yo cuarenta y nueve, digamos la neta. Tú me susurras al oído en Catedral, en medio de responsos fúnebres,

– María del Rosario, hemos aplazado nuestro matrimonio un cuarto de siglo. Sabemos las razones. Pero ahora piensa en lo indispensable que es un candidato casado.

– El Presidente Terán era soltero…

– Pero con fama de monje. Nadie le reprochó nada. Pero dos al hilo, María del Rosario, dos al hilo, date cuenta, van a creer que soy puñal. Disimulé la risa tras el velo negro. -Encuéntrate otra, Bernal. -Marucha, yo sólo te he querido a ti.

Perdón. No quise romper las cuentas del rosario que llevaba entre las manos. Se regaron con un ruido espantoso.

– Luego hablamos.

– No. Ahora.

– Mira la fila para la comunión, ven. Hablemos en voz baja.

¿Qué te dije, Bernal, los dos juntos en la lenta cola que iba camino a la eucaristía? ¿Qué te dije? Vamos dejando constancia.

– Todo hombre teme a una mujer capaz de pensar y actuar por sí misma. Todo hombre teme a una mujer fuerte y capaz de defenderse. Prefiero actuar sola y no inspirarle temor a un marido. Te lo digo por tu propio bien. Por eso nunca me casé contigo de jóvenes. Nunca me tengas compasión. ¿Tú le pedirías a un hombre que abandone a sus amigos? ¿Sus restoranes, sus costumbres? Yo misma no lo aceptaría. ¿Por qué habría de obligar a nadie a ser lo mismo que yo no quiero ser? Déjame ser mi propia mujer. Recuerda que soy hija de un temible padre y que en política me siento autorizada a actuar como él lo hizo en los negocios. Me justifico a mí misma, Bernal, diciendo que él tenía la energía del mal -más que hacer dinero, ser dinero- y que a mí, tortuosamente si tú quieres, me inspira el bien común. Ríete aunque no puedas porque estamos en un Te Deum. Ríete por dentro. Pero reflexiona y piensa que tengo una gran falla. No sé ser una buena esposa. No sé compartir, reír, aliviar. Sólo sé intrigar, pero eso j espérelo hago con una elegancia que honra a mis aliados. Quizá no sepa querer a un hombre. Pero a un amigo, como tú, sí que sé honrarlo…

Recibimos el cuerpo de Cristo, hincados lado a lado frente al altar mayor y de manos del arzobispo de México, Pelayo Cardenal Munguía.

Al terminar la ceremonia, me invitaste a subir a tu auto. Manejabas tú mismo y me dijiste que no te resolvía tu problema. Se necesita una Primera Dama en Los Pinos. El Presidente tiene que decir,

– Tengo una vida privada.

Me obligaste a reír.

– Todos tenemos derecho a una vida privada. Siempre y cuando tengamos con qué pagarla. Si me casara contigo, no tendríamos con qué pagar nuestra infelicidad.

– Tú eres la única que me dice cosas que me reconfortan más allá de la política, ¿me entiendes? -Y tú también el único para mí. Dejemos las cosas como están. Casarnos sería una mentira. -¿No lo es la política? -Sí, por eso exige tanto tiempo. -¿Qué quieres decir?

– Que mentir con éxito requiere más tiempo y atención que los que la vida nos otorga. Habría que dedicarse enteramente a cultivar la mentira. Que es precisamente lo que la política autoriza. -¿Te queda energía?

– Mírate en el espejito del auto, Bernal. Mirémonos los dos. ¿Crees que somos los mismos que hace veinte años? ¿Qué te dice el espejito, Bernal?

Tu voz me sonó muy melancólica, mi amor. -Que nada volverá a ser como fue. Chapultepec convertido en Castillo del rock, cimbrado por tanto concierto de beneficencia tan ruidoso que dicen haber visto a los fantasmas insomnes de Maximiliano y Carlota deambular, con la guardia de los Niños Héroes, en medio de los fanáticos del anciano Mick Jagger, que vino aquí a celebrar sus ochenta años y que, como todos los jipis melenudos y provectos, parece una viejecita en busca de cereales contra la constipación.

Y por fin Los Pinos, la residencia y oficina presidencial donde se recibe el duelo de jefes de Estado extranjeros, embajadores y "fuerzas vivas". ¿Quiénes lo reciben? Naturalmente, el presidente del Congreso, Onésimo Canabal, el presidente de la Suprema Corte, Javier Wimer Zambrano, y el secretario de Gobernación, Nicolás Valdivia. La elección de Presidente Sustituto no se hará hasta que concluyan las ceremonias luctuosas en honor de Lorenzo Terán y se retiren las misiones extranjeras -aunque el Presidente cubano Castro ha declarado su intención de darse una vuelta por Chiapas "con una importante revelación que hacer".

Ahora tú y yo hacemos cola otra vez. Ya no tenemos representación oficial. Admiramos la compostura de los Tres Poderes. Y yo busco en vano a la mujer, Bernal.

Porque el Presidente Lorenzo Terán sí tenía una mujer en Los Pinos. Una mujer invisible. Allí, asomándose por una puerta del Salón López Mateos. Llorando. Con el pañuelo en la boca. Prieta. Cacariza. Cuadrada como una caja fuerte. Cariñosa. Adolorida.

Es Penélope Casas.

Llora pero mira con ternura a Nicolás Valdivia.

Ya sabe que será Presidente. Lo agradece. Es su protector.

Miro la escena contigo, Bernal, y te repito. El demonio de la política arde en mi corazón. Qué bueno que nunca nos casamos tú y yo. Así he podido darle a la política la parte oscura de mi persona, la parte que heredé de mi padre, sin dañarte a ti.

"Nicolás Valdivia, yo te haré Presidente."

Lo que no le dije es que conocía la enfermedad mortal del Presidente Lorenzo Terán.

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Xavier Zaragoza "Séneca" a María del Rosario Galván

Ha muerto Lorenzo Terán. Ha muerto el señor Presidente. ¿Seguimos vivos tú y yo, María del Rosario? No, no te embarco en mi propio funeral de vikingo: una nave en llamas cuyo velamen de fuego no sobrevive a la noche de la muerte. No. Hago con mi amiga un repaso necesario que quizá sea, también, un responso fúnebre.

¿Fue grande Lorenzo Terán? ¿Pudo serlo y no lo fue? ¿O sólo fue lo que siempre fue: un hombre decente, bien intencionado y -de mortuis hil nisi bonum- sin verdadera inteligencia? Su Presidencia no pasará a la historia. Terán dejó que sucedieran las cosas porque ese era su credo demócrata. Pero no pasó lo que él quiso que pasara. Ve el panorama. Vacíos de poder, cacicazgos arraigados, intrigas palaciegas incontroladas… pero no la sociedad civil gobernándose a sí misma en un ambiente de tolerancia, respeto e iniciativa moral. Y la muerte de un hombre honrado, decente, María del Rosario, a ti, a mí, a Bernal Herrera, nos consta más que a nadie. Pero yo te pregunto, ¿puede alguien, con fuerza, si no pasivamente, cambiar realidades con palabras? Las palabras que la civilización ama -Ley, Seguridad, Democracia, Progreso, se vuelven pardas, angustiosas, falsarias, aquí en México y en toda esta región más dolorosa, Latinoamérica.

¿Qué puede hacer alguien como yo, el llamado "Séneca", si no proponer utopías radicales, ya que la topía es, ella misma, tan absoluta en su dominio de la política? Ante la extrema realpolitik, yo propuse una idealpolitik igualmente extrema. Mi esperanza fue que entre dos extremos, la moneda de la virtud cayese, de canto, en los medios. In medio stat virtus, pues.

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