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Nicolás Valdivia a Jesús Ricardo Magón
Amor, esta va sin firma pero tú sabes de quién viene y a quién va… Bonito verbo, venir. Se conjuga de todas las maneras imaginables… Salgo esta tarde del puerto y te espero en el Hotel Mocambo. No te asombres. Es una especie de Marienbad-sobre-el-Golfo. Un hotel con cien años de soledad en el que sólo viven los fantasmas de su apogeo, que fue allá por los 1940. Imagínate. Hace ocho décadas. Tiene la ventaja de que es un laberinto blanco, délabré. Entras y sales sin destino. Llegar a tu recámara es una aventura deliciosa, si tú me estás esperando allí. He tomado cuartos separados y no soporto la espera que me separa aún de tu cuerpo canela, que es como una estatua viva del trópico, tan llena de selvas y flores, de negruras y soles, de escondites y sabanas…
No necesito repetirte que amo con igual intensidad a las mujeres, porque en ellas veo y deseo lo que yo no soy. Pero te amo también a ti, sin contradicción con mi naturaleza heterosexual, porque en ti me veo a mí mismo. En la mujer veo lo otro y también me apasiona. En ti me veo a mí mismo y mi pasión está iluminada por la melancolía. Sí, somos hombres, somos jóvenes, pero yo dejaré de ser joven antes que tú y comprendo que al amarte dejo en ti mi juventud antes de perderla. Eres el depósito de mi mocedad, amor. Te amo como dice San Juan de la Cruz que debe amarse, repitiendo sin pudor ni medida la palabra hermosura.
"Hagamos de manera que, por este ejercicio de amor ya dicho, lleguemos hasta vernos en tu hermosura, que siendo semejantes en hermosura, nos veamos entrambos en tu hermosura, teniendo ya tu misma hermosura; de manera que, mirando el uno al otro, vea cada uno en el otro su hermosura, siendo la una y la del otro tu hermosura sola, absorto yo en tu hermosura, y así, te veré yo a ti en tu hermosura, y tú a mí en tu hermosura, y así aparezca yo tú en tu hermosura, y parezcas tú yo en tu hermosura, y mi hermosura sea tu hermosura, y tu hermosura mi hermosura; y así seré yo tú en tu hermosura, y serás tú yo en tu hermosura, porque tu misma hermosura será mi hermosura; y así nos veremos el uno al otro en tu hermosura…
No eres el espejo de Narciso. Eres la piscina en la que nadamos los dos desnudos. Eres mi cauterio. Eres mi fina herida. Sólo he amado a un hombre en mi vida, y eres Tú.
Posdata: No te aventures en el mar de Mocambo. Hay muchos tiburones en la costa y las redes colocadas a unos metros de la playa a veces tienen hoyos. ¡Te pueden dar un susto! Recuerda que lo bueno del tiburón es que no puede dejar de moverse. Si se detiene, se va al fondo del mar y allí muere. ¿Sueña el tiburón en movimiento? Qué lindo enigma, amor. Tú nada más no camines por la playa. No es de arena. Es de lodo. Espérame con los pies limpios. Y arrójale la carta a los tiburones. Si se la comen, aprenderán algo. Aprenderán a amar. ¿Sabes que sólo cogen una vez en sus tristes vidas?
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Xavier Zaragoza "Séneca" a Presidente Lorenzo Terán
Con cuánto dolor, señor Presidente, reviso el calendario de nuestra relación y me doy cuenta de que he sido el tábano que le criticó su inmovilismo. Un rey sentado en un trono sin moverse, creyendo que así aseguraba la paz del reino. Si movía la cabeza a la izquierda, predecía guerra y muerte. Si la movía a la derecha, pronosticaba libertad y bienestar, anhelados aunque utópicos.
Y ahora, encamado, como lo acabo de ver, como me permitió usted verlo, consumido, mi amigo, ahora sólo mi amigo, querido amigo, hombre bueno y honesto, Presidente animado por el amor al pueblo, ahora que lo veo agonizando entiendo mejor que nunca que un Presidente no hace ni se hace. Es un producto de la ilusión nacional -o de la alucinación colectiva-. Alguna vez le dije,
– Menos gloria, señor, y más libertad.
¡Qué terrible, qué cruel es la política, porque al desaparecer usted no pasarán muchos días sin que pierda su gloria y nosotros nuestra libertad! Señor Presidente, deja usted irresuelta su propia sucesión. ¿Qué se puede hacer para que el nuevo Presidente sea un hombre semejante a usted, un político decente como Bernal Herrera, y no un pillo como De la Canal?
¡Qué huecas, qué melancólicas, mi querido Presidente y amigo, me suenan hoy mis primeras recomendaciones!:
– Aproveche el periodo de gracia al asumir la Presidencia. Las lunas de miel son muy cortas. Los bonos democráticos se devalúan de la noche a la mañana.
– El primer requisito para ejercer el poder, señor Presidente, consiste en ignorar la inmensidad del puesto.
– La Presidencia es como el sistema solar. Usted es el sol y los secretarios de Estado son satélites. Pero ni usted es Dios, ni ellos son ángeles.
– La política -le dije entonces- no es el arte de lo posible. Es el grafito de lo impredecible. Es el garabato de la fatalidad.
¡Mi pobre Presidente! Jaloneado durante tres años por el pragmatismo de Herrera, el servilismo de Tácito y el idealismo de "Séneca"! ¿Qué le diría yo a usted hoy si hoy fuese su primer día sentado en la Silla del Águila? Le repetiría, no para exorcizarlas, sino para saberlas aprovechar o evitar, las características más entrañables de nuestra dictablanda tradicional:
– No hay que temerle a la pasividad de un Presidente, sino a su actividad desenfrenada.
Con usted ha sido lo contrario. Más suspicacia provocó su pasividad que su actividad. Acaso siente hoy la tentación suprema del poder. Ser un líder que organice nuestras energías nacionales y nos someta a la voluptuosa pasividad de la obediencia total.
Es lo más fácil.
Es lo más cómodo.
Pero es lo más peligroso. Y ese peligro usted lo evitó, mi querido, queridísimo señor Presidente. Un día me dijo:
– Creen que me engañan dándome a leer informes largos. Creen que sufro de letargia, como si me hubiera picado la mosca tsé-tsé. Falso. Leo de noche y lo sé todo. Los he engañado. Duermo tranquilo.
Sí, pero la imagen de pasividad que dejó usted puede ser malinterpretada ahora; la gente puede clamar por un Presidente hiperactivo porque la autoridad puede cambiar de rostro de un día para otro (piense en las sucesiones del siglo pasado, de Madero hasta Fox) porque el público se nutre de paradoja y ama el contraste y aun la contradicción.
Gracias, mi amigo querido, señor Presidente Lorenzo Terán, por permitirme entrar a su recámara y verle postrado, rodeado de enfermeras, doctores, sueros, calmantes. Gracias por darme la oportunidad de ver completa su vida.
No sé si nos volveremos a ver. Sé que a nadie más que a su fiel mosquito, "Séneca", le ha permitido usted entrar a esta antesala donde el poder termina para siempre.
Adiós, señor Presidente…