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– Sí, allí duerme, allí come, dice que no se puede perder un solo minuto de lo que pasa en la tele.

Ah. Como el Hermano Mayor de hace años, nomás que al revés…

– Yo no sé. Él dice que en cualquier momento lo pueden matar y tiene que estar listo para defenderse.

– ¿Quiénes quieren matarlo?

– Unos malosos.

– ¿Cómo se llaman?

– Uy, uno el Sute Cúpira, otro el Cholo Parima. Ya los sueño, señor. Dizque son venezolanos y viven en una selva llamada Canaima.

La observé con creciente extrañeza.

– Está bien. Te llamas Gloria Marín. Y tu patrón, ¿cómo se llama?

– Jorge Negrete.

– No, se llama Enrico Canali. ¿De dónde sacaste eso de Jorge Negrete, pinche gata? Negrete era un actor de cine, "el charro cantor", un galán muy guapo, muy retador, con el que soñaban las criadas como tú. Murió hace casi un siglo.

Gloria Marín se soltó llorando.

– Ay señor, no se lo diga al patrón. No lo mate. Él es Jorge Negrete. Lo cree de veras. No lo desilusione. Palabra que lo puede matar.

Bajó la mirada.

– A mí llámeme como guste. Para servir al patrón.

Suspiré atávicamente. Entré al saloncito minúsculo, abierto sobre un patio descuidado donde la hierba crecía entre las baldosas y un solitario pirú hacía penitencia. En un sillón frente a la pantalla de TV estaba mi A. P, mi Antiguo Padre, con la mirada fija en la pantalla. Hablaba solo, ensimismado. -Ora entro a la cantina y miro con insolencia a todos. "Aquí está el Ametralladora", grito con el mechón sobre la frente y todos se quedan callados de miedo, agarro de la cintura a la muchacha más bonita -perdón, Gloria, no eres tú, esta vez no sales en la película- y canto Ay Jalisco no te rajes, mírenme…

Sintió mi presencia, puso mi mano sobre su hombro, la tomó con su propia mano de mármol pecoso y frío, como si agradeciera mi presencia pero sin saber quién era yo, cambió de imagen con el control, era obvio que sólo pasaba un montaje de escenas reunidas por él mismo y ahora Jorge Negrete bailaba sobre un tablado veracruzano el son del Niño Aparecido con una preciosa Gloria Marín vestida a la usanza aristocrática del siglo XIX, con mantilla y la falda de seda hasta el tobillo. Y Negrete de chinaco, mirándose los dos con una pasión desafiante hasta que el villano, un boticario llamado "Vitriolo" le arroja, lleno de celos, un puñal a Gloria y mi A. P corre velozmente la cinta hacia adelante para emocionarse -lo siento en su puño- viendo a Jorge darle un larguísimo beso a Gloria en la película Una carta de amor, evitando la muerte de su amada en la película anterior.

En el beso congela mi padre la imagen, embelesado, gozando el momento, dirigiéndose al cabo a mí.

– Gracias por venir a verme. Hace tiempo que estoy esperando que me manden a mi escudero.

Me mira sin reconocerme.

– ¿Quién eres, pelao? ¿Mantequilla o El Chicote?

– Chicote, padre…

– ¿Qué cosa?

– Perdón, Chicote, soy el Chicote, su fiel adlátere.

– Así me gusta. Te invito a tomarnos un tequila con limón en el rincón de la cantina, hasta caernos de borrachos, soñando con las hembras traicioneras y consolados por los cuates del alma…

Negrete cantó en la pantalla, mi padre cantó desde un sillón, yo canté con la mano de mi padre en la mía viendo las escenas de la película Me he de comer esa tuna,

L'águila siendo animal

se retrató en el dinero.

Para subir al nopal

pidió permiso primero.

En el patio, sin hacernos caso, Gloria Marín regaba las macetas y cantaba su propia canción,

Soy virgencita, riego las flores…

Me dirigió la mirada, modosilla y coqueta.

Se la devolví.

Puedes decir lo que estás pensando, Josefina:

– De gatero habías de acabar…

¡Cuánto siento que tu marido, pecando de honorabilidad, te haya comunicado mi plan de recuperación financiera, calificándome ante ti de pillo y facineroso! A ver cómo les va a ti y a él en nuestras agitadas aguas políticas. Yo le ofrecí un trasatlántico. Él se conformó con una chalupa. Todo sea por Dios.

Y leas lo que leas o te digan lo que te digan, recuerda que yo siempre seré político y la política da muchas vueltas. En política, te asumes y te compensas. No hay de otra, para qué es más que la verdad.

Tuyo, T.

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Nicolás Valdivia a expresidente César León

Distinguido señor Presidente y fino amigo: Nadie mejor que usted conoce las reglas de la política nacional. Todo Presidente va dejando un rosario de dichos más o menos célebres que pasan a formar parte del folklore "polaco".

– En política hay que tragar sapos sin hacer gestos. -Un político pobre es un pobre político. -El que no transa no avanza. -Arriba y adelante.

– La solución somos todos.

– Si le va bien al Presidente, le va bien a México. Le recuerdo sólo dos de su cosecha:

– Para conservar las costumbres, violemos las leyes.

– Llegar a la Presidencia es como llegar a la Isla del Tesoro. Aunque te expulsen de la isla, nunca dejarás de añorarla. Quieres volver a ella, aunque todos, incluyéndote a ti mismo, te digan que no.

Pues bien, señor Presidente, ha llegado el momento de abandonar la Isla del Tesoro. Comprendo sus sentimientos. Usted quisiera ser factor de reconciliación en momentos que prevé difíciles para la República. Ha dicho usted públicamente que

– La lucha por el poder destruye lo único que le da sentido al poder, que es crear riqueza para el país en un orden de paz y legalidad.

No podría estar más de acuerdo con usted. Comprendo su desazón, señor Presidente. Avizora usted la lucha que se aproxima. Teme que degenere en asonada, guerra civil, balcanización, hombre lobo del hombre y todo eso. Se ve a sí mismo como factor de unidad, experiencia, autoridad y continuidad.

Señor Presidente: Yo lo miro actuar y pienso que el político que se anda creyendo que es más de lo que realmente es, nunca puede saber quién es.

Esta desorientación, esta falta de conciencia acerca de uno mismo, puede ser interesante materia de psicoanálisis, pero es fatal para el personaje en cuestión y sobre todo, para la salud política del país.

Entiendo lo que pasa por su mente, a medida que el ruedo se va abandonando mueren algunos matadores, antiguos diestros se protegen en burladeros, pero el toro bravo se niega a abandonar la querencia.

– Sí, quiero eliminarlos a todos hasta que sólo quedemos dos en el redondel: Él y Yo.

Ahora bien, la cuestión es definir, ¿quién es Él? ¿Y quién soy Yo?

Cómo no, señor Presidente, el poder hacer eficaz su propia ficción, dice el distinguido filósofo chileno Martín Hopenhayn, hablando de Kafka. Y hace ya medio siglo, Moya Palencia, a la sazón secretario de Gobernación como lo soy yo actualmente, dijo que en México Kafka sería considerado como escritor costumbrista.

Me divierte que en México llamemos "costumbres" algo que en el mundo serio se llama realpolitik, que es nada menos que la política pregonada por mi tocayo Maquiavelo: Como los hombres son naturalmente perversos y jamás te serán fieles, sé a tu vez, Príncipe, infiel y perverso. La habilidad del Príncipe consiste en emplear esta realidad maligna en provecho propio, pero hacer creer que actúa en provecho de todos.

La fisura del maquiavelismo, señor Presidente, consiste en creer que los enemigos están adormecidos por el brillo y amedrentados por la fuerza del Príncipe del momento. El poderoso cree que derramando beneficios hará olvidar viejas injurias.

– Se engaña -dice mi tocayo.

Más le valdría al Príncipe cortar de un tajo todas las cabezas enemigas, instantáneamente, para no tener que cortarlas de a poquito y correr el peligro de olvidar una que otra. "Las crueldades hay que cometerlas de un solo golpe. Los beneficios hay que otorgarlos uno a la vez."

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