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Tenemos que actuar rápido. ¿No por mucho madrugar amanece más temprano? Será cierto para un panadero. Un político tiene que madrugar desde la noche anterior. O lo madrugan a él. Y a ella.

Y no pongas en duda mi discreción. Todo lo dicho queda entre nosotros. Como dice el dicho, entre gitanos no se lee la buenaventura. Yo no creo nada de esos informes sobre ti. Son puras invenciones. Yo te tengo confianza. No doy crédito a tus enemigos. Son meras suposiciones. Y si salen a la luz, culpamos de desacato y calumnia a María del Rosario Galván y a Bernal Herrera. Recuerda lo que decía el ex César León a sus enemigos:

– No te voy a castigar. Te voy a desprestigiar.

Cuenta con mi fidelidad. Y no dejes de medir la relación costo-engaño.

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General Mondragón von Bertrab a Nicolás Valdivia

Por la razón misma de que ya no es imprescindible, te escribo esta carta. Adivinarás por lo mismo que mi motivo no es comunicar, sino dejar asentado. Todos te han hablado de mi formación militar en escuelas de alta exigencia intelectual. La Hochschule der Bundeswehr de Alemania es excelente en este sentido. Nadie sale de allí sin haber leído a Julio César y a Von Clausewitz, claro, pero también a Kant para aprender a pensar y a Schopenhauer para aprender a dudar. También es excelente el H. Colegio Militar de México. Si en Alemania aprendes a emular victorias, en México te enseñan a asimilar derrotas.

Que nadie se engañe, sin embargo. Hay los Arruza, es cierto. Son sobrevivientes del México bárbaro del pasado -o anuncios de la barbarie por venir-. Viven en el subsuelo de nuestro país.

La oficialidad mexicana culta es otra cosa, pero es tan real como la oficialidad salvaje. En toda relación humana hay un combate entre la verdad y la mentira. Sería imposible contestar la pregunta ¿qué es verdad, qué es mentira? si no aplicamos criterios absolutos y criterios relativos. Por ejemplo, en los cursos de estrategia militar es indispensable aprender a dudar de la información que recibes.

¿Conoces un viejo corrido de la Revolución, Valentín de la Sierra?:

El coronel le pregunta,

¿cuál es la gente que guías?

Son ochocientos soldados

que trae por la sierra Mariano Mejía.

¿Cierto o falso? ¿Debe el coronel en cuestión aceptar la confesión del oficial capturado o ponerla en tela de juicio? ¿Cómo va a saber la verdad? Ésta puede ser terca, reservada, como el mismo corrido cuando dice,

Valentín, como era hombre, de nada les dio razón…

De manera que Valentín no da razón y el otro dice que son ochocientos hombres al mando de Mariano. Ah, pero Valentín, para que rime su cuarteto, añade algo aún más despistante,

Yo soy de los meros hombres

que han inventado la Revolución…

¿Qué hace el oficial con toda esta información? Si le cree a la versión de "Mariano" debe comprobarla o se expone al fracaso. O puede interpretar el silencio de "Valentín" como ocultamiento de la verdad o mentira de "Mariano". Pero "Valentín" le da un sesgo ideológico inapresable a la información: él es de los meros hombres que "han inventado la Revolución".

Verdadera o falsa, la información debe significar algo. El pobre oficial que hace las preguntas puede suponer que la verdad "Mariano" es objetiva en el sentido de usar una proposición determinada para hablar de otro, el tal "Mariano Mejía". Pero "Valentín de la Sierra" no hace lo mismo. Habla de la proposición misma: él es de los meros hombres que han inventado la Revolución.

De allí, Nicolás, la dificultad de tomar decisiones sobre la base cierta de lo verdadero o lo falso. Los militares, por fortuna, actuamos de acuerdo con un código que dicta nuestra conducta. Hasta cierto punto, sin embargo. Porque incluso cuando se sigue al pie de la letra el código escrito, la paradoja de la mentira es que lo que se dice sólo es cierto si no es verdadero.

Esto es lo que quiero que entiendas, Nicolás, en esta carta que confiesa mi mentira sólo para justificar mi verdad.

Quizá el criterio para decir la verdad es una pregunta.

– Si la digo, ¿causo daño o causo alivio?

La verdad de la mentira es que significa algo. Lo que no significa nada no puede ser ni siquiera falso. Por eso lo que la verdad significa es sólo una parte de lo que la verdad oculta. La mitad de la verdad es mentira. La mitad de la mentira es verdad. Porque cuanto decimos y hacemos, Nicolás, es parte de una relación que no puede excluir a su contrario. Puedo afirmar como intelectual, por ejemplo, que todo lo creado es verdadero. Incluyendo a la mentira.

Como militar, no puedo darme ese lujo. Sólo admito la verdad como coherencia, como conformidad con las reglas que nos rigen. Pero aun obedeciendo la regla al pie de la letra -es decir, como la establece el reglamento-, tengo en mi alma una duda, un secreto, una fractura. La verdad no se reduce a lo verificable. La verdad es el nombre de una correspondencia entre yo y otra persona. Esa correspondencia hace relativa mi verdad.

Dale la vuelta al guante y proponte estos argumentos a partir de la pregunta opuesta:

¿Cuándo se justifica la mentira?

¿Cuándo, en vez de dañar, alivia?

Cada existencia es su propia verdad, pero siempre en correspondencia con la verdad del otro. Y cada mentira puede ser su propia verdad, si la protege la veracidad suprema del otro, que es su vida…

Cuando naciste en una clínica de Barcelona (no en Marsella, como creía la malograda Paulina Tardegarda) el 12 de diciembre de 1986, yo estaba estacionado en la Zona Militar de Ciudad Juárez, muy lejos de tu madre. Ella ya estaba casada, pero era sabido que su marido era impotente y su viejo amante, inválido. Su hijo tenía que ser, pues, de un tercer hombre. La trataron según la tradición de la alta sociedad mexicana, como si fuera una muchacha embarazada y soltera. Tuvo su hijo en una maternidad de monjas de Sarriá.

Yo no podía estar con ella. Era muy jovencito. Más cobarde que irresponsable. Y más enamorado que irresponsable. Estaba sujeto a la disciplina militar en Chihuahua. Fue mi excusa. Fue mi cobardía. Debí estar al lado de tu madre en Barcelona, recogerte, hacerte mío desde el primer día… Júzgame, condéname, pero déjame reponer contigo todo el tiempo perdido, torcerle el cuello al destino y recuperar hoy lo que pudo ser y no fue entonces…

La familia de tu madre era sumamente peligrosa. Controlaba la frontera norte, de Mexicali a Matamoros. Los Barroso, Leonardo Barroso y su descendencia, que incluye a su nieta María del Rosario Barroso Galván. Ahora sólo Galván como su madre, de tanto que le repugnaba el nombre de su padre y de su abuelo, el viejo Barroso que convirtió a tu madre Michelina Laborde en algo más que su amante. En su esclava sexual. Su odalisca encarcelada. La casó con su propio hijo, un chico sensible, tímido, decían que un poco tonto, cucho y acomplejado. Mala sangre. No tocaba a Michelina. Vivía aislado en el campo, en un rancho rodeado de liebres y de pacuaches, esos "indios borrados" de Chihuahua Leonardo Barroso el Viejo se guardó para sí a esa muchacha de belleza espléndida, tu madre, Nicolás, más sometida que nunca a los millones de los Barroso después de un atentado contra el viejo en el puente internacional entre Juárez y El Paso.

Lo dieron por muerto. Sólo quedó parapléjico, inutilizado de la mitad inferior del cuerpo, condenado a vegetar en una silla de ruedas, igual que su hermano mayor y líder comunista, Emiliano Barroso, ¡qué justicia poética!' Leonardo inválido, pero en una silla de ruedas, conservando en la cabeza toda su energía perversa, concentrada más que nunca en humillar a su hijo, despreciar a su esposa y encadenar a su amante. Tuvo vástago de una primera unión de la mujer de Leonardo, un segundo hijo, Leonardo Junior. Este adoptado fue el padre de tu amiga María del Rosario. Y era tan siniestro que empezó a empujar a tu madre a un segundo amasiato con su hijastro para poderlos espiar y sentir emociones vicarias…

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