Nosotros, a veces, pagamos caro nuestras decisiones independientes, como ahora en el caso colombiano. Nos vimos obligados a apoyar al nuevo Presidente Juan Manuel Santos pidiendo que salgan las tropas yanquis de Colombia. No nos bastó ceder en tratos comerciales, apoyos contra el terrorismo, votos de respaldo en organismos internacionales, desprotección de mexicanos agredidos, injustamente encarcelados y aun condenados a muerte en los USA. Bastaron dos botones rojos -Colombia y petróleo- para provocar esta cruel y extrema reacción de Washington: dejarnos incomunicados, en una especie de desierto de la globalización.
No verás, sin embargo, signo alguno de preocupación en el rostro del señor secretario Palafox. Desciende de una muy vieja familia que ha atestiguado tres siglos de turbulenta historia nacional. Nada lo altera. No tiene nervios. Es un profesional. Aunque no faltan las malas lenguas que dicen:
– La serenidad inmutable del canciller Palafox no se debe a su sangre azul, sino a su bien ganada fama de jugador de póker.
Parece que no son los salones de Versalles la escuela del señor secretario, sino los salones de juego, las piezas llenas de humo de cigarrillo, luces pardas y tapetes verdes. El reino, digamos, del azar. Y dime tú, mi bello aprendiz, ¿cómo conciliar la necesidad con el azar? Es la gran pregunta irresuelta de todos los tiempos, me indica mi gran amigo Xavier Zaragoza, a quien no sin error han motejado "Séneca" y de quien, debes saberlo, he aprendido más que en la Sorbona, donde estudié Ciencias Políticas. Lee, al respecto, el gran artículo de ayer de don Federico Reyes Heroles. Son sus reflexiones al cumplir 65 años.
Ahora empezamos a degenerar, mi querido discípulo Nicolás Valdivia. Al contralor de la República don Domingo de la Rosa le dicen "El Flamingo" porque no sabe sobre cuál pierna pararse, la derecha o la izquierda. Como el gobierno del señor Presidente es de Unidad Nacional, a veces hay que favorecer a los conservadores y a veces a los progresistas. Lo malo es que unos y otros sólo son honrados en la oposición. Apenas llegan al gobierno, fraternizan y se confunden en el antiquísimo mandato del pintoresco personaje de nuestro truculento pasado, el llamado "Tlacuache" Garizurieta:
– El que vive fuera del presupuesto, vive en el error.
De él te digo que quien busca ganarse la amistad de todos haciéndoles concesiones, nunca tendrá bastante dinero. ¿Él no, pero la República sí?
Tienes razón, mi querido Nicolás. El secretario de Educación Ulises Barragán es un desastre. Dicen que es más mentiroso que un dentista y que su perpetuo e interminable monólogo tiene una sola virtud: vuelve catatónico a cualquier auditorio, cosa útil tratándose del Sindicato de Trabajadores de la Educación y sus dos millones de temibles adherentes cuando se reúnen en el Auditorio "Elba Esther Gordillo". Lo malo del señor secretario Barragán es que su discurso es tan aburrido que no sólo pone a dormir a quienes lo escuchan. Se duerme a sí mismo. Se conoce el caso de salas de conferencias sorprendidas en pleno sueño al terminar de hablar el señor secretario. Durmió a los asistentes y se durmió a sí mismo. El prolongado silencio atrajo por ello una vez al conserje de El Colegio Nacional, quien encontró perfectamente dormidos a todos: los sesenta y seis asistentes y el propio conferenciante, el secretario Barragán.
El secretario de Salud, Abundio Colmenares, lleva con cierta galanura y hasta fantasía su puesto. Es un cachondo bien hecho y se aprovecha de su función para gozar con el pretexto de curar. Todo un caso, bien simpático a veces. Dicen que es duro y ardiente: no se le escapa ni un hombre que odia ni una mujer que desea.
La señora secretaria del Medio Ambiente, Guillermina Guillén, brilla por sus buenos deseos. Es tan fantasiosa que le basta hacer lo contrario de lo que piensa para ser realista. Protege los santuarios de aves fumigándolos hasta matar cualquier cosa que vuela. Se hace taruga dando concesiones de tala de bosques porque así ya no hay bosques que proteger. Problema resuelto. Acaba de divorciarse de su marido porque descubrió que el buen señor sólo se ponía la dentadura postiza cuando visitaba a su amante.
El señor secretario del Trabajo, Basilio Taracena, es todo lo contrario de lo que parece ser. Mira sus ojos de criollo tapatío: claros, pero no serenos. Encapotados, velados, brumosos, y si algo le da trabajo es su propio cuerpo. Observa la serie interminable de sus tics, su constante rascarse los costados, el cuello, las axilas, la entrepierna, como si lo asediasen las ladillas…
El señor secretario de Agricultura, don Epifanio Alatorre, anda en la política nacional desde tiempos de López Mateos y es famoso por sus predicciones sobre las cosechas y el clima:
– Dependiendo de las lluvias, las cosechas este año pueden ser buenas, pueden ser malas o pueden ser todo lo contrario.
Como lleva más de medio siglo en la política, algunos le preguntan cómo ha sobrevivido tanto cambio, de López Mateos a Fox a Terán. Entonces don Epifanio se moja el dedo índice con saliva y lo levanta para indicar que él sabe siempre por dónde sopla el viento. Nunca te metas en un argumento con él. Es cómo discutir con una banda de mariachis.
Desconfía también del señor secretario de Comunicaciones Felipe Aguirre. Fíjate que su cara es del mismo color que sus calcetines, signo inequívoco de bajeza. O de falta de imaginación. Lo comprueba su famoso dicho conyugal:
– ¿Quieres hacerte viejo? Entonces vive siempre con la misma vieja.
Si el consejo es amoral, su conducta no lo es. El señor secretario se ha hecho viejo con la misma vieja, una voluminosa señora que inspira pavor porque camina con los ojos cerrados, como un gordo vampiro cegado por el sol. Prueba de que el encargado de las comunicaciones se comunica mejor en silencio, a oscuras, y expidiendo, como lo hace, concesiones y contratos mediante jugosas comisiones. ¿Por qué lo tolera el señor Presidente, a sabiendas de que el señor secretario no ve nada para robarlo todo? Singular y antiquísima teoría, mi querido Nicolás: no hay gobierno que funcione sin el aceite de la corrupción.
La corrupción lubrica, pero mira nada más la cara compungida del director general de Petróleos Mexicanos, don Olegario Santana. Se da entrada al capital norteamericano sin desnacionalizar la industria, pero a la hora de defender el precio del petróleo, el gobierno de los USA nos sanciona, sancionando a sus propios inversionistas. Es la perpetua contradicción de Washington entre sus proclamas internacionales y sus pequeños intereses locales: el textilero de Carolina del Norte siempre le ganará al textilero brasileño y a la Organización Mundial del Comercio, dado que éstos no votan… ¿Qué cara pones? El director general, como podrás observar, pone cara de violador de niñas de diez años. ¿Cómo puede aparecer en público con ese semblante de culpable? Tenle compasión.
Ahora dirige tu mirada a los dos militares sentados lado a lado. El secretario de la Defensa se llama Mondragón von Bertrab y parece precisamente eso, un junker prusiano. Se formó en la escuela militar alemana, la Hochschule, lleva una relación magnífica con el Pentágono y ha leído y se sabe de memoria las campañas de César en Galia y la correspondiente de Bonaparte en Italia, te recita a Von Clausewitz y no hay página de la Germania de Tácito o de las Historias de Livio que no haya cursado. Es el fruto más acabado del mando culto y responsable, serio y leal, que la Heroica Escuela Militar lleva generaciones formando. Pero no te apresures a meter la mano en el fuego, mi querido Nicolás Valdivia. Precisamente por su formación y seriedad, Von Bertrab es un autómata disciplinado que cumplirá al pie de la letra sus obligaciones: lealtad al señor Presidente mientras juzgue que el señor Presidente es leal a las instituciones de la República, pero más lealtad al espíritu de la Patria -whatever that means- que al propio Presidente si, a juicio del general, el Presidente no le cumple a la Patria -exactly what that mean!-. Pero nuestro admirable junker local no se mancha las manos nunca, Nicolás, eso se lo deja al torvo individuo que ves sentado a su lado, el general Cícero Arruza, jefe de la Policía Federal.