Cogí el aparato en cuanto sonó el timbre.
– Aquí Dallair.
– Sí.
Tragué saliva entre un dolor insoportable.
– Le he enviado el archivo hace unos cinco minutos. Se llama Tang.tif. Está comprimido, por lo que tendrá que descodificarlo. Me quedaré aquí hasta que lo haya reproducido para asegurarme de que no hay problemas. Envíeme respuesta. Y buena suerte.
Le di las gracias y colgué. De nuevo ante el ordenador me situé en mi correo de McGill. Inmediatamente apareció el anuncio de un mensaje recibido. Hice caso omiso de los restantes correos y di paso al archivo enviado por Dallair, que reconvertí en su formato gráfico. En la pantalla apareció una impresión dental, las piezas claramente visibles contra un fondo blanco. A izquierda y derecha de la impresión se veía una regla angular. Acusé recibo a Dallair y salí del programa.
De nuevo en el programa de imágenes hice aparecer el archivo Tang.tif. La impresión de Tanguay llenó la pantalla. Recuperé la imagen del mordisco en el queso de la rue Berger y situé ambas imágenes, una junto a otra.
A continuación las convertí a la escala RGB para maximizar la cantidad de información que en ellas aparecía. Ajusté el tono, el brillo, el contraste y la saturación. Por fin, utilizando el control de imagen, agucé los bordes de la impresión en poliestireno como había hecho con las del queso.
Para el tipo de comparación que me proponía intentar ambas imágenes tenían que estar en la misma escala. Busqué un compás de aguja y comprobé la regla de la foto de Tanguay. La distancia entre los cuadrados era exactamente de un milímetro. Bien. La imagen se correspondía de modo recíproco.
En la foto de la rue Berger no había regla. ¿Qué hacer?
Utilizar cualquier otra cosa. Retornar a la imagen completa. Tenía que haber un medio para poder medirlo.
Lo había. La taza del Burger King estaba junto al cuenco adyacente al queso, y su logotipo rojo y amarillo aparecía claro y evidente. Perfecto.
Corrí a la cocina. ¡Ojalá se encontrara allí! Abrí de par en par las puertas del armario y revolví entre la basura que estaba bajo el fregadero.
¡Allí estaba! Lavé los posos de café y llevé la taza junto al ordenador. Me temblaban las manos mientras extendía el compás. El brazo derecho del logotipo «B» medía exactamente cuatro milímetros de anchura.
Escogí la función de nuevo calibrado en el control de imagen y pulsé el borde de la «B» de la taza de la rue Berger. Arrastré el cursor hasta el extremo más alejado y pulsé de nuevo. Tras haber escogido mis puntos de calibrado, ordené al programa que modificara de nuevo toda la imagen de modo que «B» midiera exactamente cuatro milímetros a lo anchó en aquella posición. La imagen cambió al instante de dimensión.
Ambas imágenes se correspondían ahora totalmente. Las observé una junto a otra en la pantalla del ordenador. La impresión producida por Tanguay mostraba un arco dental completo, con ocho dientes a cada lado de la línea central.
En el queso sólo aparecían cinco dientes. Bertrand no se equivocaba: era como un falso inicio. Los dientes se habían clavado, resbalado o retirado y luego mordido un pedazo detrás de la marca que yo tenía ante los ojos.
Observé las huellas de la dentadura. Estaba segura de que existía un arco superior. Distinguí dos largas depresiones a cada lado de la línea central, probablemente los incisivos centrales. Junto a ellos había dos surcos orientados de modo similar, pero algo más cortos. Más allá, en la parte izquierda de la arcada, se veía una melladura, pequeña y circular, probablemente efectuada por el canino. No aparecían huellas de otros dientes.
Me enjugué las palmas mojadas a ambos lados de la camisa, erguí la espalda y aspiré profundamente.
Bien. Cambiaría la posición.
Escogí la función Effect, pulsé Rotate y lentamente manipulé la impresión dental de Tanguay con la esperanza de lograr la misma orientación que tenía la marca del queso. Mediante sucesivas pulsaciones hice girar los incisivos centrales siguiendo el sentido del reloj. Hacia adelante, luego atrás, luego adelante de nuevo, escasos grados cada vez; mi torpeza y nerviosismo prolongaban el proceso. Fue una sesión extensa pero por fin me vi recompensada. Los dientes de Tanguay se encontraban en el mismo ángulo y posición que los que aparecían en el queso.
De nuevo en el menú Edit y en la función Stitch escogí el queso como imagen activa y la impresión de Tanguay como imagen flotante. Fijé el nivel de transparencia al treinta por ciento y las marcas del mordisco de Tanguay se oscurecieron. Pulsé en un punto que se encontraba directamente entre los dientes delanteros de Tanguay y de nuevo en el hueco correspondiente de la arcada del queso definiendo un punto concreto en cada imagen. Ya satisfecha, activé la función Place, y las imágenes del mordisco de Tanguay se superpusieron sobre el efectuado en el queso. Demasiado opaco. Las huellas del queso se anularon totalmente.
Subí el nivel de transparencia al setenta y cinco por ciento y observé cómo los puntos y sombras del poliestireno se diluían hasta adquirir una transparencia fantasmal. Ahora tenía una clara visión de los dientes y huecos del queso a través de la impresión realizada por Tanguay. ¡Gran Dios!
Comprendí al instante que los mordiscos no habían sido realizados por la misma persona. Ninguna manipulación manual ni el excesivo afinado de las imágenes podía alterar tal impresión. La boca que había mordido el poliestireno no había dejado las marcas en el queso.
El arco dental de Tanguay era demasiado estrecho, la curva frontal mucho más densa que la marcada en el queso. La imagen compuesta mostraba una forma de herradura que cubría un semicírculo parcial.
Más sorprendente aún: quien hubiera comido queso en el piso de la rue Berger tenía una separación irregular a la derecha del hueco normal de la línea central, y el diente adyacente se ladeaba en un ángulo de treinta grados, lo que le daba a la hilera dental el aspecto de un cerco de estacas. El comedor de queso tenía un incisivo central muy estropeado y un lateral bruscamente girado.
La dentadura de Tanguay era igualada y continua. Su mordisco no mostraba ninguno de aquellos rasgos. No era él quien había mordido el queso. O Tanguay había tenido un invitado en la rue Berger o aquel apartamento nada tenía que ver con él.