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Cubriéndome la boca con la mano, me adelanté a trompicones hacia el fregadero y me rocié el rostro con agua fría. Me erguí y, al volverme, descubrí a Ryan en la puerta.

– Ya estoy bien -dije.

Las moscas zumbaban por la habitación sorprendidas por la repentina intrusión.

– ¿Una pastilla de menta? -me ofreció, tendiéndome un paquete.

– Gracias -repuse. Cogí una de ellas-. Ha sido el calor.

– Es una cocina.

Una mosca pasó rozando su mejilla.

– ¿Qué diablos…? -Agitó la mano en el aire para despedirla-. ¿Qué hará aquí este tipo?

Ryan y yo los distinguimos al mismo tiempo. Sobre el mostrador se veían dos objetos de color amarronado que manchaban con sendos halos de grasa las toallas de papel en las que se secaban. Las moscas revoloteaban alrededor de ellos, se posaban y alejaban con nerviosa agitación. A la izquierda se encontraba un guante quirúrgico, idéntico al que acabábamos de desenterrar. Nos aproximamos y despedimos a las moscas a manotadas.

Contemplé cada masa reseca y recordé las cucarachas y arañas del poste de barbero y sus patas secas y rígidas por la muerte. Aquellos objetos, sin embargo, nada tenían que ver con las arañas. Comprendí al instante qué eran, aunque sólo las había visto previamente en fotos.

– Son garras.

– ¿Cómo?

– Garras de alguna especie animal.

– ¿Está segura?

– Levante una de ellas.

Así lo hizo con su bolígrafo.

– Se distinguen los extremos de los huesos de las extremidades.

– ¿Qué haría con ellas?

– ¿Cómo diablos voy a saberlo, Ryan?

Pensé en Alma.

– ¡Cristo!

– Comprobemos el refrigerador.

– ¡Oh, Dios!

El cuerpecito estaba allí, junto con otros, despellejado y envuelto en plástico transparente.

– ¿Qué son?

– Pequeños mamíferos de alguna especie. Sin la piel no puedo adivinarlo: no son caballos.

– Gracias, Brennan.

Bertrand se reunió con nosotros.

– ¿Qué han encontrado?

– Animales muertos. -La voz de Ryan denunciaba su irritación-. Y otro guante.

– Tal vez el hombre se alimente de animales accidentados -dijo Bertrand.

– Tal vez. Y acaso haga pantallas para la luz con la gente. Eso es. Quiero que sellen esta casa y que todo objeto espantoso sea confiscado. Que metan en bolsas su cubertería, su licuadora y cuanto haya en ese condenado refrigerador. Y que se examine y riegue con Luminol hasta el último centímetro de esta casa. ¿Donde diablos está Gilbert?

Ryan fue hacia un teléfono que pendía de la pared a la izquierda de la puerta.

– Sujétalo. ¿Se pueden recuperar llamadas con ese aparato?

Ryan asintió.

– Pruébalo.

– Probablemente aparecerá su sacerdote o su abuelita.

Ryan pulsó el botón. Escuchamos una melodía de siete notas seguida de cuatro timbrazos. Luego respondió una voz y la burbuja de temor que me había oprimido todo el día se remontó hasta mi cabeza y me sentí desfallecer.

– Veuillez laisser votre nom et numero de telephone. Je vais vous rappeler le plutót possible. Por favor deje su nombre y número de teléfono y le devolveré la llamada lo antes posible. Gracias. Soy Tempe.


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