Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Estaba en lo cierto.

– Y apostaré a alguien tras el individuo que usted siguió.

– Deseo que sus muchachos me avisen en cuanto detecten la localización -dije con voz queda y lentamente.

– Bren…

– ¿Hay algún problema? -protesté con menos suavidad.

Era irracional y yo lo sabía, pero Ryan se mostró comprensivo hacia mi creciente histeria, ¿o sería rabia? Tal vez simplemente no deseara enfrentárseme.

– No.

Ryan tuvo el sobre en su poder hacia medianoche, y el departamento de identificación llamó una hora después. En la tarjeta aparecía una huella: la mía. La equis señalaba un solar abandonado en St. Lambert.

Una hora después recibí una segunda llamada de Ryan. Una patrulla había comprobado el solar y todos los edificios circundantes sin descubrir nada. Ryan había dispuesto que acudieran los de investigación por la mañana, acompañados de sabuesos. Retornábamos a la playa sur.

– ¿A qué hora de la mañana? -inquirí con voz temblorosa.

Mi preocupación hacia Gabby rayaba ya en los límites de lo intolerable.

– Lo tendré todo preparado para las siete.

– Para las seis.

– Las seis. ¿Quiere que la acompañemos?

– Gracias.

– Acaso no le suceda nada -dijo tras leve vacilación.

– Sí.

Aunque sabía que no lograría conciliar el sueño, seguí los habituales ritos previos al acto de acostarme: me lavé los dientes y el rostro, me di loción en las manos y me puse el camisón. Luego pasé de habitación en habitación tratando de no pensar en las mujeres que aparecían en los paneles informativos, en las fotos de los escenarios de crímenes, en las descripciones de las autopsias, en Gabby.

Coloqué bien un cuadro, puse un jarrón en su sitio, recogí pelusa de la alfombra. Como sentía frío, me preparé una taza de té y apagué el aire acondicionado. Al cabo de unos momentos volví a conectarlo. Birdie se retiró al dormitorio, cansado de tanto movimiento inútil, pero yo no podía interrumpirme. La sensación de impotencia frente al inminente horror me resultaba intolerable.

Sobre las dos me tendí en el sofá, cerré los ojos y me esforcé por relajarme. Me concentré en los sonidos nocturnos, el compresor del aire acondicionado, una ambulancia, el goteo de los grifos en el piso superior, el agua que desaguaba por una tubería, crujidos de madera, tabiques que se ajustaban.

Mi mente derivaba hacia un enfoque visual: surgían imágenes del pasado que giraban y se desplomaban como partes de secuencias oníricas de Hollywood. Veía el pichi plisado de Chantale Trottier; a la destrozada Morisette-Champoux; la putrefacta cabeza de Isabelle Gagnon; una mano cercenada; un seno aplastado encajado entre unos labios blancos como la nieve; una mona sin vida; una estatua; un desatascador; un cuchillo.

No podía evitarlo. Representé una película de muerte, torturada por la idea de que Gabby se había incorporado al reparto. La oscuridad se disolvía en la claridad matinal cuando me levanté para vestirme.


86
{"b":"97733","o":1}