– Bien. Bien. Tranquilízate. Lo enfocas de un modo equivocado. En primer lugar la mayor parte de lo que dices tiene que ver con un modus operandi.
– Sí.
– Las similitudes del modus operandi pueden ser útiles, no me interpretes mal, pero son en extremo comunes las disparidades. Un asesino puede amordazar o atar a su víctima con un cordón telefónico en una ocasión y, la próxima, ir provisto de una cuerda. Acaso apuñale o destripe a una persona y mate de un tiro o estrangule a la siguiente. Puede robar a unas, y a otras no. Te hablo de un tipo que utiliza diferente clase de armas cada vez. ¿Me sigues?
– Sí.
– El modus operandi de un criminal nunca es estático. Como todo lo demás, siempre existe una curva de aprendizaje. Esos tipos mejoran con la práctica. Aprenden qué es lo que funciona y mejoran continuamente su técnica. Algunos más que otros, desde luego.
– Muy consolador.
– Asimismo existen múltiples acontecimientos azarosos que pueden afectar los actos de un criminal, con independencia de sus planes mejor conformados. Suena un teléfono, aparece un vecino, se rompe una cuerda y tiene que improvisar.
– Comprendo.
– No lo interpretes erróneamente. Las pautas del modus operandi son útiles, y las utilizamos, pero las variaciones no significan gran cosa.
– ¿Y qué es lo que utilizáis?
– El ritual.
– ¿El ritual?
– Algunos de mis colegas lo llaman la firma o tarjeta de visita, y sólo se descubre en algunos escenarios. La mayoría de los criminales desarrollan un modus operandi porque, cuando un plan funciona un par de veces, sienten crecer su confianza en él y creen que reduce su riesgo de ser descubiertos. Pero en los elementos violentos y repetitivos hay algo más que funciona. Esa gente está impulsada por la ira. Su ira los induce a fantasear sobre violencia y, al final, ejecutan tales fantasías. Pero la violencia no basta. Implica rituales para expresar la ira. Esos rituales son los que por fin los descubren.
– ¿Qué clase de rituales?
– Por lo general consisten en controlar, tal vez humillar a la víctima. Verás, la persona no es lo realmente importante. Su edad, su aspecto acaso sean irrelevantes. Lo importante es la necesidad de desencadenar la ira. Yo encontré a un tipo cuyas víctimas oscilaban de siete a ochenta y un años.
– Así, pues, ¿qué buscarías?
– ¿Cómo encuentra a su víctima? ¿La asalta? ¿Utiliza un acercamiento verbal? ¿Cómo la controla una vez establecido el contacto? ¿La asalta de modo sexual? ¿Lo hace antes o después de asesinarla? ¿La tortura? ¿Mutila su cuerpo? ¿Deja algo en el escenario? ¿Se lleva algo?
– ¿Pero tales cosas no pueden verse asimismo afectadas por contingencias inesperadas?
– Desde luego. Pero lo más crítico es si él hace tales cosas como parte de la representación de su fantasía, del ritual de disipación de su ira, o sólo como tapadera.
– ¿Qué crees, entonces? ¿Lo que te he descrito tiene una firma?
– ¿Con carácter no oficial?
– Desde luego.
– Sin duda alguna.
– ¿De verdad?
Yo había comenzado a tomar notas.
– Me apuesto la cabeza.
– Tus rizos están a salvo, John. ¿Crees que se trata de un sádico sexual?
Percibí un tintineo mientras él cambiaba el teléfono.
– Los sádicos sexuales se excitan con el sufrimiento de sus víctimas. No sólo desean matar: quieren que sufran. Y (esto es crítico) ello los excita sexualmente.
– ¿Y?
– Las pautas que me has expuesto en parte así lo afirman. La inserción de objetos en la vagina o en el recto es algo muy frecuente en esos tipos. ¿Estaban esas mujeres vivas cuando lo hizo?
– Por lo menos una de ellas. Es difícil determinarlo en las otras dos porque los cadáveres se hallaban muy descompuestos.
– Parece posible que se trate de sadismo sexual. Lo que realmente interesaría saber es si el asesino se excitó con estas acciones.
No podía responder a eso. No se había encontrado semen en ninguno de los cadáveres. Así se lo dije.
– Es útil, pero eso no descarta el sadismo sexual. Yo conocí a un tipo que se masturbaba en la mano de su víctima y luego se la cortaba y la trituraba en una licuadora. En esos escenarios nunca se encontró semen.
– ¿Cómo lo cazasteis?
– En una ocasión su puntería no fue tan buena.
– Tres de esas mujeres fueron descuartizadas. Eso lo sabemos con certeza.
– Lo que puede demostrar una pauta, pero no constituye prueba de sadismo sexual. A menos que se realizara antes de la muerte de la víctima. Los asesinos en serie, sean o no sádicos sexuales, son muy astutos y planean ampliamente sus crímenes. La mutilación posmórtem no significa de modo necesario que exista un componente sexual ni sádico. Algunos lo hacen simplemente para deshacerse con más facilidad del cadáver.
– ¿Y qué me dices de la mutilación? ¿De las manos?
– La misma respuesta. Es una pauta, una exageración, pero puede ser o no sexual. A veces sólo es un medio de dejar indefensa a la víctima. Sin embargo advierto algunos indicadores. Dices que esas personas eran desconocidas para su asesino, que fueron golpeadas de manera brutal, que sufrieron inserción de objetos, probablemente ante mórtem. Esa combinación es característica.
Yo anotaba precipitadamente.
– Comprueba si los objetos fueron llevados al escenario del crimen o si ya se encontraban allí. Eso podría formar parte de la firma del tipo: planear las cosas en lugar de mostrar una crueldad circunstancial.
Lo anoté y contemplé lo escrito con ojos encandilados.
– Dime otras características de sadismo sexual.
– Un modus operandi establecido. Utilizar un pretexto para establecer contacto. La necesidad de dominar y humillar a la víctima. Crueldad excesiva. Excitación sexual por el temor y el dolor de la mujer. Conservar recuerdos de ella. El…
– ¿Qué has dicho últimamente?
Escribía tan deprisa que se me agarrotaba la mano.
– Recuerdos.
– ¿Qué clase de recuerdos?
– Elementos del escenario del crimen: retales de ropa de la víctima, joyas, esas cosas.
– ¿Recortes de periódicos?
– A los sádicos sexuales les encanta que la prensa hable de ellos.
– ¿Suelen guardar constancias?
– Mapas, diarios, calendarios, dibujos, lo que quieras. Algunos graban cintas. La fantasía no consiste sólo en matar. El asedio previo y la representación posterior acaso constituyan gran parte de la excitación.
– Si son tan hábiles para evitar que los descubran, ¿por qué guardan todo ese material? ¿No resulta arriesgado?
– La mayoría se creen superiores a los policías. Demasiados inteligentes para ser capturados.
– ¿Y qué me dices de las partes del cuerpo?
– ¿Partes del cuerpo?
– ¿Las guardan?
Una pausa.
– No es habitual, pero sí en ocasiones.
– ¿Qué piensas entonces de la idea del metro y de los anuncios por palabras?
– Las fantasías que esos tipos desarrollan pueden ser increíblemente complicadas y muy específicas. Algunos necesitan localizaciones especiales, secuencias exactas de los hechos. Otros sádicos sexuales precisan respuestas específicas de las víctimas, por lo que preparan el guión completo y la obligan a decir determinadas cosas, a realizar ciertos actos y a vestir ciertas ropas. Pero esos comportamientos no son sólo típicos de los sádicos sexuales, Tempe. Caracterizan muchísimos desórdenes de personalidad. No hay que aferrarse a la vertiente sádico sexual. Debes procurar buscar la firma, esa tarjeta de visita que sólo dejará tu asesino. Así es como lo acorralarás, pese a las clasificaciones que le den los psiquiatras. Utilizar el metro y el periódico pueden figurar en las fantasías de ese tipo.
– Basándote en lo que te he dicho, ¿qué opinas, John?
Se produjo una larga pausa y a continuación un prolongado suspiro.
– Creo que has tropezado con un individuo realmente repulsivo, Tempe, poseído de terrible furia y extrema violencia. Si se trata de ese tal Saint Jacques, me preocupa que utilizara la tarjeta de crédito de su víctima. O es increíblemente necio, y no parece ser el caso, o por las razones que sea se está descuidando. Tal vez sufriera una repentina necesidad económica o se vuelve más audaz. El cráneo en tu jardín es como una bandera. Te enviaba un mensaje, tal vez una pulla. O es posible que a cierto nivel desee ser capturado. No me gusta lo que me has dicho de tu aparición en escena. Y parece que así es: la foto, el cráneo. Basándome en lo que me has dicho, se diría que te está zahiriendo.
Le hablé de lo sucedido aquella noche en el monasterio y del coche que me había seguido.
– ¡Por Cristo, Tempe, si ese tipo se está centrando en ti, no juegues! ¡Es peligroso!
– Si era él quien se encontraba en los jardines del monasterio, ¿por qué no me mató entonces, John?
– Eso concuerda con lo que te decía antes. Probablemente lo sorprendiste allí y no estaba preparado para actuar tal como le gusta. No dominaba la situación. Tal vez no llevaba sus herramientas. Quizás el hecho de que estuvieras inconsciente lo privaba de la excitación que obtiene al ver el terror de su víctima.
– No seguía su mortífero ritual.
– Exactamente.
Charlamos un rato acerca de otros lugares, de antiguos amigos, de la época anterior a que el crimen formara parte de nuestras vidas. Cuando colgamos eran más de las ocho.
Me tendí, estiré brazos y piernas y me quedé inerte. Durante algún tiempo yací de tal modo, como una muñeca de trapo que recordara su pasado. Por fin se despertó mi apetito. Fui a la cocina, calenté una bandeja de lasaña congelada y me esforcé por comérmela. Luego pasé una hora reconstruyendo mis notas sobre lo que había dicho J. S. Recordé sus palabras de despedida.
«Los intervalos se están abreviando». Sí, lo sabía.
«Está aumentando los riesgos». También era consciente de ello.
«Tal vez ahora tenga sus miras puestas en ti».
A las diez me acosté. Yací en la oscuridad mirando al techo, solitaria y autoconmiserativa. ¿Por qué tenía que soportar la carga de aquellos cadáveres femeninos? ¿Me tenía alguien en la retícula de su fantasía psicópata? ¿Por qué nadie me tomaba en serio? ¿Por qué envejecía y comía congelados frente a un televisor sin verlo? Cuando Birdie se ovilló junto a mi rodilla, aquel pequeño contacto desencadenó las lágrimas que había estado conteniendo desde que había hablado con J. S. Lloré sobre la funda de la almohada que Pete y yo habíamos comprado en Charlotte. O, más bien, que había comprado yo mientras él paseaba por el local con aire impaciente.