– Es posible que ande por ahí un asesino en serie, Jewel. Un tipo que mata a las mujeres y las despedaza.
Su expresión siguió inalterable. Se limitó a mirarme como una gárgola pétrea. O no me había comprendido o su mente estaba embotada para pensar en violencia y dolor, incluso en muerte. O tal vez se había puesto una máscara, una fachada para ocultar un temor demasiado auténtico para expresarlo verbalmente. Sospeché que se trataba de esto último.
– ¿Se halla en peligro mi amiga, Jewel?
Cruzamos nuestras miradas.
– ¡Es una hembra, chérie !
Regresé a casa en coche, dejando vagar mis pensamientos y sin apenas prestar atención al trayecto. De Maisonneuve estaba desierto, los semáforos funcionaban ante una vivienda vacía. De pronto aparecieron unos faros por mi espejo retrovisor que se clavaron en mí.
Crucé Peel y me situé a la derecha para dar paso al vehículo. Las luces se movieron conmigo. Regresé al carril interior. El conductor me siguió y puso las luces largas.
– ¡Asno! -exclamé.
Aceleré. El coche siguió pegado a mi parachoques.
Sentí un ramalazo de temor. Tal vez no se tratara sólo de un borracho. Miré de reojo el retrovisor y traté de distinguir al conductor, pero sólo vislumbré una silueta. Parecía grande. ¿Sería un hombre? No podía asegurarlo. Las luces eran cegadoras; el coche, inidentificable.
Las manos me resbalaban en el volante, crucé Guy, giré a la izquierda una y otra vez alrededor de la manzana prescindiendo de las luces rojas, me metí a toda marcha en mi calle y a continuación en el garaje subterráneo del edificio.
Aguardé a que la puerta eléctrica se cerrara y funcionase el seguro con la llave preparada y los oídos alerta al sonido de pisadas. Nadie me seguía. Mientras cruzaba el vestíbulo de la planta baja miré a través de las cortinas. Un coche vagaba por la esquina, en el otro extremo de la calle, con las luces encendidas, y el conductor se recortaba como una negra sombra entre la oscuridad que precede al amanecer. ¿Se trataría del mismo coche? No podía estar segura de ello. ¿Lo habría despistado?
Veinte minutos después me encontraba tendida observando tras mi ventana la cortina de oscuridad que disipaba su negrura en el triste grisáceo del amanecer. Birdie ronroneaba en el hueco de mi rodilla. Estaba tan agotada que me quité las ropas y me desplomé en el lecho prescindiendo de los preliminares. Algo impropio en mí, pues suelo ser muy estricta con la limpieza de mi dentadura y mi maquillaje. Pero aquella noche no me importaron.