Acabé mi helado y, al meter la servilleta en el bolsillo, me encontré con el sobre de Claudel.
¡Diablos!, ¿por qué no leerlo?
Lo abrí y apareció una nota manuscrita. Para mi sorpresa, no era la queja oficial que esperaba. El mensaje estaba escrito en inglés.
«Doctora Brennan:
Usted tenía razón: nadie debe morir en el anonimato. Gracias a usted, así ha sucedido con esas mujeres. Gracias a usted ha concluido la carrera criminal de Leo Fortier.
Constituimos la última línea de defensa contra ellos, contra los proxenetas, los violadores, los asesinos a sangre fría. Me sentiré muy honrado si volvemos a trabajar juntos.
Luc Claudel.»
Arriba en la montaña, la cruz brillaba suavemente enviando su mensaje por el valle. ¿Qué era lo que decía Kojak? «Alguien te quiere, pequeña.»
Ryan y Claudel lo habían comprendido: éramos el último baluarte.
Contemplé la ciudad a mis pies. Quédate: alguien te quiere.
– Á la prochaine -dije en la noche veraniega.
– ¿Qué quiere decir? -se interesó Katy.
– Hasta la próxima vez.
Mi hija pareció sorprendida.
– Vámonos a la playa.