Allan Albright era demasiado listo para aceptar la respuesta más sencilla. Habían hablado largo y tendido sobre las razones más complejas de Ruth para rechazar el matrimonio y los hijos. Con excepción de Hannah, Ruth nunca había discutido con nadie sus razones más complejas. En particular, lamentaba no haber hablado nunca de ellas con su padre
Cuando Eddie regresó al camerino, Ruth le agradeció su presentación y su oportuna intervención para librarla de la señora Benton
– Parece ser que me las arreglo bien con las señoras de su edad -admitió Eddie, y Ruth observó que lo decía sin asomo de ironía. (También reparó en que Eddie había vuelto con la bolsa de libros de la señora Benton.)
Incluso Allan le felicitó con no poca brusquedad, mostrando su aprobación, a la manera demasiado viril que le caracterizaba, por la determinación con que Eddie se había ocupado de la implacable cazadora de autógrafos
– ¡Bien hecho, O'Hare! -exclamó cordialmente
Era uno de esos hombres francotes que llamaban a los demás hombres por sus apellidos. (Hannah habría dicho de ese hábito que era distintivo de la "generación" de Allan.)
Por fin había dejado de llover. Cuando salieron por la puerta de acceso al escenario, Ruth mostró su agradecimiento a Allan y a Eddie
– Sé que habéis hecho lo posible para salvarme de mí misma.
– No necesitas que te salven de ti misma, sino de los gilipollas -replicó Allan
Aunque Ruth no estaba de acuerdo con él en este punto, le sonrió y apretó el brazo. El silencioso Eddie pensaba que era necesario salvarla de sí misma, de los gilipollas y, probablemente, de Allan Albright
Hablando de gilipollas, había uno esperando a Ruth en la Segunda Avenida, entre la Calle 84 y la 85. Debía de haber conjeturado a qué restaurante irían a cenar, o bien había tenido la astucia de seguir a Karl y Melissa hasta allí. Era el impúdico joven que se había sentado al fondo de la sala de conciertos, el que formuló a la escritora aquellas preguntas hostiles.
– Quiero pedirle disculpas -le dijo a Ruth-. No tenía intención de enojarla
Por su tono, parecía realmente muy contrito
– No me he enojado con usted -respondió Ruth, sin decirle del todo la verdad-. Me enfado conmigo misma cada vez que hablo en público. No debería hacerlo
– Pero ¿por qué? -inquirió el joven
– Ya le has hecho bastantes preguntas, tío -intervino Allan. Cuando le llamaba a alguien "tío" es que estaba dispuesto a enzarzarse en una pelea
– Me enfado conmigo misma al descubrirme ante el público -dijo Ruth. Algo cruzó entonces por su mente y añadió de improviso-: Dios mío, usted es periodista, ¿verdad?
– No le gustan los periodistas, ¿eh? -inquirió el periodista.
Ruth le dejó en la puerta del restaurante, donde el joven siguió discutiendo con Allan durante un rato que pareció interminable. Eddie se quedó sólo un momento con ellos, antes de entrar en el restaurante y reunirse con Ruth, que se había sentado junto a Karl y Melissa
– No llegarán a las manos -aseguró a Ruth-. Si fuesen a pelearse, ya lo habrían hecho
Resultó que el periodista había solicitado una entrevista con Ruth al día siguiente, y se la habían denegado. Al parecer, el departamento de prensa de Random House no le había considerado lo bastante importante, y Ruth siempre ponía un límite a las entrevistas que concedía
– No estás obligada a conceder ninguna -le había dicho Allan, pero ella cedía a la insistencia de los del departamento de prensa
Allan tenía mala fama en Random House porque socavaba los esfuerzos del departamento de prensa. Consideraba que un novelista, incluso una autora de novelas de gran éxito como Ruth Cole, debía quedarse en casa y escribir. Lo que los autores con quienes Allan Albrigth trabajaba apreciaban de él era que no los abrumaba con todas las demás expectativas que tienen los de prensa. Se entregaba a sus autores, en ocasiones se desvelaba por sus obras más que ellos mismos. Ruth no tenía la menor duda de que le gustaba ese aspecto concreto de Allan, pero que no temiera criticarla, que no temiera nada, era otro aspecto de Allan que no le satisfacía demasiado
Mientras Allan estaba todavía en la acera, discutiendo con el joven y agresivo periodista, Ruth se apresuró a firmar los libros que contenía la bolsa de la compra de la señora Benton, incluido el que había "estropeado" y en el que añadió "¡perdón!" entre paréntesis. Entonces Eddie escondió la bolsa bajo la mesa, porque Ruth le dijo que Allan se sentiría decepcionado con ella por haber dedicado los ejemplares de la arrogante abuela. A juzgar por el tono en que lo dijo, Eddie supuso que Allan tenía un interés más que profesional por su renombrada autora
Cuando por fin Allan se reunió con ellos en la mesa, Eddie estuvo sobre aviso acerca del otro interés que el editor tenía en ella, tan sobre aviso como lo estaba la misma Ruth
Durante la corrección y preparación del texto, cuando sostuvieron una acalorada discusión acerca del título, ella no había percibido ninguna inclinación romántica de Allan hacia su persona. El editor se centró estrictamente en su trabajo, mostrándose como un mero profesional. Tampoco reparó entonces en que el desagrado de Allan hacia el título que ella había elegido se había convertido en algo curiosamente personal. El hecho de que ella no aceptara sus sugerencias, que no estuviera dispuesta a considerar siquiera la alternativa que él le proponía, le había afectado de una manera extraña. Era como si le tuviera inquina al título, se refería a él obstinadamente, como un marido enojado podría mencionar una y otra vez un desacuerdo permanente en un matrimonio duradero y, por lo demás, feliz
Ella había titulado su tercera novela No apto para menores. (No lo era, en efecto.) En la novela, es un eslogan utilizado por los piquetes en contra de la pornografía, una invención de la enemiga de la señora Dash (quien acabará siendo su amiga), Eleanor Holt. No obstante, en el transcurso de la novela, la frase llega a significar algo diferente de su intención original. Eleanor Holt y Jane Dash tienen una necesidad mutua de afecto y deben criar a sus nietos huérfanos. En tales circunstancias, se dan cuenta de que deben dejar de lado sus diferencias, pues su prolongada hostilidad tampoco es "apta para menores"
Allan había querido titular la novela Por el bien de los niños. (Señaló que las dos adversarias se hacen amigas a la manera de una pareja que soporta un matrimonio desdichado "por el bien de los niños".) Pero Ruth quería conservar la relación antipornográfica que estaba tanto implícita como explícita en el título No apto para menores. Le interesaba que el título expresara de un modo contundente su propia opinión acerca de la pornografía…, la opinión de que temía la censura aún más de lo que le desagradaba la pornografía, la cual le desagradaba muchísimo
En cuanto a proteger a los niños de la pornografía, era una responsabilidad individual; proteger a los niños de todo lo inadecuado para ellos ("incluida cualquier novela de Ruth Cole", había dicho ella en varias entrevistas) era cuestión de sentido común, no de censura
En el fondo, Ruth detestaba discutir con los hombres, porque eso le recordaba el pasado, las discusiones que había tenido con su padre. Si dejaba que su padre se saliera con la suya, él tenía una manera pueril de recordarle que le había asistido la razón. Pero si Ruth ganaba claramente, Ted no lo admitía o se mostraba petulante
– Siempre pides rúgula -le dijo Allan, refiriéndose a esa clase de lechuga que ahora está tan de moda en los restaurantes de Estados Unidos, pero que hasta hacía poco tiempo nadie conocía
– La rúgula me gusta, y no la encuentras en todas partes -replicó Ruth
Al oírles, Eddie tenía la impresión de que llevaban años casados. Deseaba hablarle a Ruth sobre Marion, pero tendría que esperar. Cuando pidió excusas para levantarse de la mesa (diciendo que iba al lavabo, aunque no lo necesitaba), confiaba en que Ruth aprovechara la oportunidad para visitar el lavabo de señoras. Por lo menos podrían intercambiar unas palabras a solas, aunque fuese en un pasillo. Pero Ruth se quedó en la mesa
– Por Dios -dijo Allan, cuando Eddie estaba ausente-. ¿Por qué ha tenido que ser O'Hare el presentador?
– Me pareció que era el adecuado -mintió Ruth
Karl les explicó que él y Melissa pedían con frecuencia a Eddie O'Hare que hiciese de presentador, porque era de confianza, dijo Karl, y Melissa añadió que jamás se negaba a presentar a nadie
Ruth sonrió al escuchar lo que decían de Eddie, pero Allan no parecía estar de acuerdo
– ¿De confianza, decís? ¡Pero si llegó tarde! ¡Parecía que le hubiera atropellado un autobús!
Karl y Melissa convinieron en que había alargado algo más de la cuenta su presentación, pero era la primera vez, que ellos supieran, que hacía semejante cosa
– ¿Por qué quisiste que te presentara? Ruth-. Me dijiste que te gustaba la idea
De hecho, de Ruth había partido la idea de proponer a Eddie como su presentador
¿Quién dijo que no existe mejor compañía para una revelación especialmente personal que la compañía de personas que apenas se conocen? (Lo había escrito Ruth, en El mismo orfanato.)