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Ruth da a su padre una lección de conducir

Aún sentía dolor cuando orinaba, pero procuró no pensar en ello. Se apresuró a ponerse el equipo de squash, ansiosa de estar en la pista, calentando la pelota, antes de que su padre estuviera preparado para jugar. También quería borrar el tiznón azul que señalaba el punto muerto en la pared frontal. No necesitaba la señal hecha con tiza para saber dónde estaba el punto muerto

La pelota ya estaba caliente, y muy viva, cuando Ruth notó un temblor en el suelo casi imperceptible: su padre trepaba por la escala del granero. Ruth corrió una vez a la pared frontal, y entonces dio media vuelta y corrió a la pared posterior, todo ello antes de oír que su padre golpeaba dos veces con la raqueta en la puerta de la pista. Ruth sólo sentía una punzada de dolor en aquel lugar tan profundo donde Scott Saunders la había embestido contra su voluntad. Si no se veía forzada a correr demasiado, estaría bien

La falta de visión del ojo derecho era un problema más considerable, pues habría momentos en los que no vería dónde estaba su padre. Ted no invadía la pista, sino que se movía lo imprescindible, pero era como si se deslizase, y si no podías verle, no sabías dónde estaba

A Ruth no se le ocultaba que era esencial ganar el primer juego. Ted era más resistente en la mitad de un partido. Ruth pensó que, si tenía suerte, su padre necesitaría un juego para localizar el punto muerto. Cuando estaban todavía en la fase de precalentamiento, ella observó que su padre miraba la pared frontal de la pista con los ojos entornados, buscando aquella tiznada azul que había desaparecido

Ganó ella el primer juego por 18 a 16, pero por entonces su padre había localizado el punto muerto y Ruth contestaba tarde el potente servicio de Ted, sobre todo cuando lo recibía en el lado izquierdo de la pista. Como no veía con el ojo derecho, prácticamente tenía que volver la cara cuando él servía. Perdió los dos juegos siguientes por 12 a 15 y 16 a 18, pero, aunque él la ganaba por 2 juegos a 1, fue Ted quien necesitó la botella de agua después del tercer juego

Ruth ganó el cuarto juego por 15 a 9. Su padre perdió el último punto al golpear la chapa. Era la primera vez que uno de los dos tocaba la chapa. En juegos, estaban empatados 2 a 2. No era la primera vez que empataba con su padre… y ella siempre había acabado por perder. Muchas veces, poco antes del quinto juego, su padre le decía: "Creo que vas a ganarme, Ruthie", y entonces él ganaba. Esta vez no dijo nada. Ruth tomó un trago de agua y le miró durante largo rato con el ojo sano

– Creo que voy a ganarte, papá -le dijo

Ganó el quinto juego por 15 a 4. Una vez más, su padre golpeó con la pelota en la chapa al perder el último punto. El sonido revelador de la chapa reverberaría en los oídos de Ruth durante los siguientes cuatro o cinco años

– Buen trabajo, Ruthie -le dijo Ted

Su padre abandonó la pista para ir en busca de la botella de agua. Ruth tenía que darse prisa. Pudo darle unos golpecitos con la raqueta en el trasero cuando él cruzaba la puerta. Lo que deseaba era abrazarle, pero él ni siquiera la miraba. " ¡Qué hombre tan raro!", se dijo Ruth. Entonces recordó la extravagancia de Eddie O'Hare cuando trató de hacer desaparecer la calderilla por la taza del water. Tal vez todos los hombres eran raros

Siempre le había parecido extraño que su padre considerase natural estar desnudo delante de ella. Desde que sus pechos empezaron a desarrollarse, y su desarrollo fue notable, no se sentía cómoda cuando estaba desnuda delante de él. Sin embargo, ducharse juntos en la ducha al aire libre y nadar juntos en la piscina…, en fin, ¿acaso esas actividades no eran meros ritos familiares? Sea como fuere, en verano parecían ser los rituales esperados, inseparables de los partidos de squash

Pero después de su derrota, Ted parecía viejo y cansado, y Ruth no soportaba la idea de verle desnudo. Tampoco quería que él viese los moretones dejados por los dedos del abogado en sus pechos, caderas y nalgas. Tal vez su padre se había creído que el ojo a la funerala era una lesión sufrida mientras jugaba a squash, pero sabía más que suficiente acerca del sexo para percibir que los demás moretones no podía habérselos hecho practicando el deporte. Pensó que le ahorraría la visión de aquellos cardenales

Por supuesto, él no supo que lo hacía por su bien. Cuando Ruth le dijo que quería darse un baño caliente en lugar de una ducha y un chapuzón en la piscina, su padre se sintió desairado

– Escucha, Ruthie, ¿cómo vamos a dejar de lado el episodio de Hannah si no hablamos de él?

– Hablaremos de Hannah más adelante, papá. Tal vez cuando vuelva de Europa

Durante veinte años había intentado vencer a su padre en la pista de squash. Ahora que por fin le había derrotado, Ruth se echó a llorar en la bañera. Deseaba sentir aunque sólo fuese un asomo de júbilo por su victoria, pero lloraba porque su padre había reducido a su mejor amiga a la condición de "episodio". ¿O era Hannah quien había reducido su amistad a algo menos que una aventurilla con su padre?

"¡No le des más vueltas, supéralo!", se dijo Ruth. Los dos la habían traicionado, ¿y qué?

Al salir del baño se obligó a mirarse en el espejo. El ojo derecho tenía un aspecto espantoso… ¡Menuda manera de iniciar una gira de promoción literaria! El ojo estaba hinchado y cerrado, el pómulo también se había hinchado, pero lo más sorprendente era la decoloración de la piel. En una zona aproximadamente del tamaño de un puño, la piel tenía un color violáceo rojizo, como una puesta de sol antes de una tormenta, los vívidos colores mezclados con una tonalidad negra. Era un moretón tan cárdeno que hasta parecía un tanto cómico. E iba a exhibirlo durante los diez días de gira por Alemania. La hinchazón se reduciría y el cardenal acabaría por tomar un color amarillo cetrino, pero la lesión de su cara también sería visible durante la semana siguiente en Amsterdam

Con toda intención no incluyó en el equipaje sus prendas de squash, ni siquiera las zapatillas, y había dejado a propósito las raquetas en el granero. Era un buen momento para abandonar el squash. Sus editores alemán y holandés le habían organizado partidos, pero tendrían que cancelarlos. Tenía una excusa lógica, incluso visible. Les diría que se había roto el pómulo y que los médicos le habían aconsejado que fuese prudente mientras se curaba. (Scott Saunders muy bien podría habérselo roto.)

El ojo a la funerala no parecía una lesión sufrida durante un partido de squash. De haber recibido un golpe tan fuerte propinado por la raqueta de su contrario, el moretón estaría acompañado por un corte que habría requerido varios puntos de sutura. Ruth iba a decir que le había alcanzado el codo de su contrincante. Para que eso sucediera, ella tendría que haber estado demasiado cerca del otro, casi encima de él, a sus espaldas. En semejante circunstancia, el oponente imaginario de Ruth habría tenido que ser zurdo, para golpearla en el ojo derecho. (La novelista sabía que, para contar una historia creíble, sólo es preciso aportar los detalles correctos.)

Se imaginaba dando respuestas divertidas en las entrevistas que le harían: "Siempre lo he pasado mal con los zurdos, es como una tradición", o "Los zurdos siempre tienen algo que no ves venir". (Por ejemplo, te joden por detrás, después de que les hayas dicho que así no te gusta, y te pegan cuando les dices que es hora de que se larguen…, o se tiran a tu mejor amiga.)

Ruth se sentía lo bastante familiarizada con el comportamiento de los zurdos para inventar un buen relato

Avanzaban entre un tráfico denso por la autopista estatal del sur, no lejos del desvío hacia el aeropuerto, cuando Ruth pensó que la derrota de su padre no le satisfacía del todo. Desde hacía quince años, quizá más, siempre que iban juntos a alguna parte solía conducir Ruth. Pero aquel día no era así. Antes de salir de Sagaponack, cuando colocaba sus tres maletas en el maletero del coche, su padre le había dicho:

– Será mejor que conduzca yo, Ruthie, porque veo con los dos ojos

Ruth no discutió con él. Si su padre conducía, podría decirle cualquier cosa y él no podría mirarla, no lo haría mientras condujera

Ruth empezó por decirle cuánto le había gustado Eddie O'Hare. A continuación le reveló que su madre ya había pensado en abandonarle antes de que los chicos murieran, y que no fue Eddie quien le dio la idea a Marion. Añadió que estaba enterada de que él, Ted, había planeado la aventura amorosa de su madre con Eddie; él los había puesto en contacto, al darse cuenta de lo vulnerable que podría ser Marion a un muchacho que se parecía a Thomas o a Timothy. Y, por supuesto, a Ted le había resultado incluso más fácil suponer que Eddie se enamoraría irremediablemente de Marion

– Ruthie, Ruthie… -empezó a decir su padre

– No apartes los ojos de la calzada ni del retrovisor -le dijo ella-. Si tienes intención de mirarme, será mejor que pares y me dejes conducir

– Tu madre sufría una depresión incurable, y ella lo sabía -siguió diciendo Ted-. Sabía que tendría un efecto terrible sobre ti. Para un niño, es terrible que uno de sus padres esté siempre deprimido

Hablar con Eddie había significado muchísimo para Ruth, pero todo lo que Eddie le había contado no significaba nada para su padre. Ted tenía una idea fija sobre Marion y sobre los motivos por los que le abandonó. Lo cierto era que el encuentro de Ruth con Eddie no había causado ninguna impresión en su padre. De ahí que, probablemente, cuando empezó a hablarle de Scott Saunders, Ruth sintiera un deseo tan intenso de conmocionar a su padre

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