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La ruptura con la señora Vaughn

Durante los cinco o seis días siguientes, antes de que le quitaran los puntos, Ruth no fue a la playa. La molestia de mantener el corte seco irritaba a las niñeras. Eddie detectó un creciente mal humor en el trato entre Ted y Marion. Siempre se habían evitado, pero ahora ya ni se hablaban, ni siquiera se miraban. Cuando uno quería quejarse del otro, se valía de Eddie. Por ejemplo, Ted consideraba a Marion responsable de la herida de Ruth, aunque Eddie le había dicho repetidas veces que era él quien le había permitido a la niña quedarse con la foto

– No se trata de eso -le dijo Ted-. En primer lugar, tú no deberías haber ido a la habitación de Ruth. Ésa es tarea de su madre

– Ya te he dicho que Marion dormía -mintió Eddie

– Lo dudo -replicó Ted-. Dudo de que "dormir" sea la palabra precisa para indicar el estado de Marion. Supongo que, más bien, estaba colocada

Eddie no estaba seguro de lo que Ted quería decir.

– No estaba borracha, si te refieres a eso

– No he dicho que estuviera borracha…, nunca se emborracha -replicó Ted-. He dicho que estaba colocada. ¿No era así?

Eddie no supo qué decirle. Luego se lo comentó a Marion. -¿Le has dicho el motivo? -preguntó al muchacho-. ¿Le has dicho lo que me preguntaste?

Eddie se sintió confuso

– No, claro que no -respondió.

– ¡Díselo! -exclamó Marion

Así pues, Eddie le contó a Ted lo que había sucedido cuando le preguntó a Marion por el accidente

– Supongo que yo soy el culpable de que… se colocara -le explicó Eddie-. Te he dicho una y otra vez que la culpa ha sido sólo mía

– No, la culpa ha sido de Marion -insistió Ted

– Bueno, ¿y a quién le importa de quién sea la culpa? -le preguntó Marion a Eddie

– A mí me importa. Yo le permití a Ruth que se quedara con la fotografía -contestó Eddie

– Esto no tiene que ver con la fotografía, no digas tonterías -le dijo Marion al muchacho-. No tiene nada que ver contigo, Eddie

Eddie O'Hare comprendió que Marion tenía razón, y fue un mazazo para él. Aquélla iba a ser la relación más importante de su vida, y sin embargo lo que ocurría entre Ted y Marion no tenía nada que ver con él

Entretanto, Ruth preguntaba a diario por la fotografía pendiente de devolución. Cada día llamaban a la tienda de marcos de Southampton, pero colocar un paspartú y enmarcar una sola foto de veinte por veinticinco no era una tarea prioritaria en la época de mayor actividad en la tienda

La pequeña quería saber si el nuevo paspartú tendría una mancha de sangre. (No, no la tendría.) ¿Serían el nuevo marco y el nuevo cristal exactamente iguales que el marco y el cristal anteriores? (Serían muy parecidos.)

Y cada día y cada noche, Ruth recorría con las niñeras, con sus padres o con Eddie la galería de fotografías que colgaban de las paredes de la casa de los Cole. ¿Se cortaría con el cristal si tocaba tal foto? Y esa otra, que también tenía un cristal, ¿se rompería si la dejaba caer? ¿El cristal siempre se rompía? Y si el cristal te podía cortar, ¿por qué querías tenerlo en tu casa?

Pero, entre unas y otras preguntas de Ruth, el ecuador del mes de agosto había quedado atrás, y ahora hacía bastante más fresco por las noches. Incluso en la casa vagón se dormía cómodamente. Una noche en que Eddie y Marion durmieron allí, Marion se olvidó de cubrir la claraboya con la toalla, y a primera hora de la mañana los despertó una bandada de gansos que volaban bajo

– ¿Ya vais al sur? -les preguntó Marion. Y durante el resto del día no habló con Eddie ni con Ruth

Ted llevó a cabo una revisión radical de Un ruido como el de alguien que no quiere hacer ruido, y durante casi toda una semana presentó a Eddie un borrador escrito totalmente de nuevo cada mañana. El muchacho volvía a mecanografiar el manuscrito el mismo día, y a la mañana siguiente Ted recibía su nuevo texto. Apenas Eddie había empezado a sentirse como un verdadero ayudante de escritor cuando aquella actividad de reescritura se interrumpió. Eddie no vería Un ruido como el de alguien que no quiere hacer ruido hasta que se publicara. Aunque sería el libro preferido de Ruth entre todos los de su padre, nunca sería uno de los favoritos de Eddie. Había leído demasiadas versiones para apreciar el texto definitivo

Y un día, poco antes de que a Ruth le quitaran los puntos, llegó con el correo un grueso sobre para Eddie enviado por su padre. Contenía los nombres y direcciones de cada exoniano que vivía en los Hamptons. De hecho, era la misma lista de nombres y direcciones que Eddie había tirado en el transbordador cuando cruzaba el canal de Long Island. Alguien había encontrado el sobre con el membrete en relieve del centro Phillips de Exeter, con la dirección del remitente y el nombre del señor O'Hare pulcramente escritos a mano, un portero, o un miembro de la tripulación del transbordador, o alguien que husmeaba entre la basura. Quienquiera que fuese el idiota, había devuelto la lista a Minty O'Hare

"Deberías haberme escrito diciéndome que lo habías perdido -le escribió su padre-. Yo habría copiado los nombres y direcciones y te los habría facilitado de nuevo. Por suerte alguien reconoció su valor. Un notable acto de solidaridad humana, y más en una época de nuestra historia en que los actos solidarios son cada vez menos frecuentes. ¡Fuera quien fuese, hombre o mujer, ni siquiera pidió que le reembolsara el franqueo! Debe de haber sido por el nombre de Exeter, que figuraba en el sobre. Siempre he dicho que no se puede apreciar lo suficiente la influencia del buen nombre de la escuela…" Minty había añadido un nombre y una dirección: sin saber cómo, en la lista original había omitido a un exoniano que vivía en la cercana Wainscott

Aquél fue también un período de irritación para Ted. Ruth decía que los puntos le provocaban pesadillas, y las tenía sobre todo cuando a Ted le tocaba el turno de quedarse con ella. Una noche la niña no dejaba de llorar y llamar a su madre. Sólo su mami y, lo que exasperaba todavía más a Ted, Eddie podía consolarla. Ted se vio obligado a telefonear a la casa vagón y pedirles que regresaran. Entonces Eddie tuvo que llevar a Ted hasta la casa vagón, donde el muchacho imaginaba que las huellas de su cuerpo y el de Marion todavía serían visibles en la cama; tal vez, incluso estarían calientes

Cuando Eddie volvió a la casa de los Cole, todas las luces del piso superior estaban encendidas. Ruth sólo podía tranquilizarse si la llevaban de foto en foto. Eddie se ofreció voluntario para completar la gira con guía a fin de que Marion pudiera volver a la cama, pero ésta parecía pasárselo bien. En realidad, Marion era consciente de que probablemente aquél iba a ser su último recorrido por la historia fotográfica de sus hijos muertos con la pequeña en brazos, y prolongaba la explicación que acompañaba a cada imagen. Eddie se quedó dormido en su habitación, pero con la puerta del pasillo abierta. Durante un rato le llegaron las voces de Ruth y de Marion

Madre e hija estaban en la habitación de invitados situada en el medio, y por la pregunta de la niña Eddie conjeturó que miraban la foto en la que Timothy, cubierto de barro, lloraba

– Pero ¿qué le ha pasado a Timothy? -preguntó Ruth, aunque conocía la respuesta tan bien como Marion. Por entonces, hasta Eddie conocía las historias de todas las fotos

– Thomas le ha empujado a un charco -respondió Marion.

– ¿Qué edad tiene Timothy ahí, en el barro? -quiso saber Ruth

– Tiene tu edad, cielo -le dijo su madre-. Sólo tenía cuatro años…

Eddie también conocía la foto siguiente: Thomas, vestido con el equipo de hockey, tras un partido en la pista de Exeter. Está en pie, rodeando a su madre con un brazo, como si ella se hubiera mostrado fría durante todo el partido; pero también parece orgullosa en extremo por estar ahí, al lado de su hijo, que la rodea con el brazo. Aunque se ha quitado los patines y posa, absurdamente, con el uniforme de hockey y unas zapatillas de baloncesto que tienen los cordones desatados, Thomas es más alto que Marion. Lo que a Ruth le gustaba de la fotografía era que Thomas sonreía de oreja a oreja, sosteniendo un disco de hockey entre los dientes

Poco antes de quedarse dormido, Eddie oyó que Ruth preguntaba a su madre:

– ¿Qué edad tiene Thomas con esa cosa en la boca?

– Tiene la edad de Eddie -le oyó decir el muchacho-. Sólo tenía dieciséis años…

El teléfono sonó hacia las siete de la mañana. Cuando Marion respondió, todavía estaba en la cama. El silencio le indicó que se trataba de la señora Vaughn

– Está en la otra casa -dijo Marion, y colgó el aparato. Durante el desayuno Marion le dijo a Eddie:

– Voy a hacerte una apuesta: Ted va a romper con ella antes de que le quiten los puntos a Ruth

– Pero ¿no se los quitan el viernes? -le preguntó Eddie. Sólo faltaban dos días para el viernes

– Te apuesto a que rompe con ella hoy mismo -replicó Marion- o que por lo menos lo intenta. Si ella le pone pegas, es posible que tarde otro par de días

En efecto, la señora Vaughn iba a poner pegas y Ted, que probablemente las preveía, trató de romper con la señora Vaughn enviando a Eddie para que lo hiciera por él

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