La colchoneta hinchable roja y azul
Cuando Ruth empezó a leer el primer capítulo, en la sala se habría podido oír el vuelo de una mosca, como suele decirse
Jane Dash llevaba un solo año de viuda, pero tendía a dejarse arrebatar por un supuesto torrente de recuerdos tan intenso como el que la embargó la mañana en que, al despertar, encontró a su marido muerto en la cama, a su lado. Jane era novelista y no tenía intención de escribir unas memorias. La autobiografía no le interesaba, y menos aún la suya, pero quería mantener bajo control los recuerdos del pasado, como debe hacerlo toda viuda
Una intromisión muy inoportuna del pasado de la señora Dash era la antigua hippie Eleanor Holt, una mujer atraída por las desgracias ajenas. A decir verdad, parecía como si el dolor del prójimo fuese edificante para ella, y las viudas le interesaban de una manera especial. Eleanor era la prueba viviente de la convicción que abrigaba la señora Dash de que la justicia divina no actúa cuando debe. Ni siquiera Plutarco podía convencer a Jane Dash de que Eleanor Holt recibiría alguna vez su justo merecido
¿Cómo era aquello que escribió Plutarco? Jane creía que rezaba así: "Por qué los dioses son tan lentos en el castigo de los malvados", pero no lo recordaba con exactitud. En cualquier caso, a pesar de los siglos que los separaban, Plutarco debía de haber pensado en Eleanor Holt cuando lo escribió
El difunto marido de la señora Dash se había referido cierta vez a Eleanor como una mujer sometida a la presión constante de examinarse. (Este juicio le parecía a Jane amable en exceso.) Cuando se casó por primera vez, Eleanor Holt era una de esas mujeres que hacen gala de la felicidad de su matrimonio hasta tal punto que cualquier persona que se hubiera divorciado la odiaba cordialmente. Tras su divorcio, Eleanor se convirtió en una defensora tan ardiente del divorcio que toda persona felizmente casada quería matarla
No sorprendía a nadie que en los años sesenta hubiera sido socialista y en los setenta feminista. Cuando vivía en Nueva York, pensaba que la vida en los Hamptons, a los que ella llamaba "el campo", sólo era adecuada para pasar algún fin de semana cuando hacía buen tiempo. Vivir en los Hamptons durante todo el año, o ir allí con tiempo desapacible, era propio de palurdos y demás zoquetes
Cuando abandonó Manhattan para residir durante todo el año en los Hamptons (y con objeto de casarse por segunda vez), manifestó que la vida en la ciudad sólo era adecuada para depredadores sexuales y buscadores de emociones incapaces de conocerse a sí mismos. (Después de vivir muchos años en Bridgehampton, Eleanor seguía considerando rural esa horquilla al sur de Long Island, porque no tenía ninguna experiencia de la auténtica vida campestre. Había asistido a una universidad femenina de Massachusetts, y aunque consideraba esa experiencia totalmente antinatural, no la clasificaba como rural ni urbana.)
Cierta vez Eleanor quemó sus sostenes en público, ante un grupito de personas en un aparcamiento de Grand Union, pero a lo largo de los años ochenta fue una activa republicana en el terreno político, por influencia, al parecer, de su segundo marido. Durante años intentó sin éxito quedarse embarazada, y finalmente concibió a su único hijo gracias al esperma de un donante anónimo. Desde entonces se opuso con firmeza al aborto. Esta actitud podría deberse a la influencia de lo que el difunto marido de la señora Dash llamaba "el esperma misterioso"
En el transcurso de dos décadas, Eleanor Holt completó un ciclo dietético: primero comía de todo, luego se pasó al vegetarianismo estricto y finalmente volvió a comer de todo. Los cambios en la dieta se los impuso confusamente la niña producto de un esperma donado, una niña inquieta. Cuando sólo tenía seis años, la decisión de Eleanor de mostrar la película doméstica del nacimiento de la pequeña estropeó a ésta, y a los demás niños asistentes, su fiesta de cumpleaños
El hijo único de Jane Dash fue uno de los niños traumatizados en esa fiesta de cumpleaños. El episodio turbó a la señora Dash, quien siempre se había mostrado recatada en presencia de su hijo. A menudo su difunto marido había deambulado desnudo por la casa (dormía sin pijama, etcétera), pero eso no había turbado a Jane, o por lo menos no le había preocupado la impresión que podría causar en su hijo. Al fin y al cabo, ambos eran varones. Sin embargo, Jane siempre se había esforzado al máximo por cubrirse. Entonces su hijo regresó de la fiesta de cumpleaños en casa de los Holt tras haber visto una película, al parecer muy reveladora, de un parto en directo… ¡en la que salía Eleanor Holt expuesta como un libro abierto!
Y en el transcurso de los años, Eleanor volvería a imponer de vez en cuando la película obstétrica a su pobre hija, y no necesariamente por razones educativas, sino más bien por el engreimiento ilimitado de Eleanor Holt: tenía que demostrar cómo había sufrido, por lo menos en el momento de dar a luz
En cuanto a la hija, se caracterizaba por llevar siempre la contraria, un rasgo de su personalidad que tanto podía ser contraído como innato. Tanto si esto era el resultado de ver una y otra vez las sanguinolentas imágenes de su propio nacimiento como algo inscrito en los genes del "esperma misterioso", lo cierto es que la hija siempre parecía empeñada en poner a su madre en un brete. Y la terquedad de la pobre chica daba alas a Eleanor para achacar a otros posibles orígenes de la inquietud de su hija, porque Eleanor Holt jamás se achacaba a sí misma la culpa de nada
La señora Dash recordaría siempre la conversión de Eleanor Holt en una activista antipornográfica. La sex shop, que se encontraba en las afueras de Riverhead, en Long Island, a considerable distancia de los Hamptons, no era un lugar que atrajera a su puerta a jóvenes, incautos o inocentes lectores. El edificio era bajo, de tablas de chilla, con ventanas pequeñas y tejado plano. En la fachada había un letrero que no tenía nada de ambiguo
LIBROS Y REVISTAS DE CLASIFICACIÓN X
¡SÓLO PARA ADULTOS!
Cierta vez, Eleanor, con un grupito de mujeres maduras escandalizadas, entró en la tienda. Las mujeres, sofocadas y ruborosas, se apresuraron a retirarse. ("¡Los fuertes abusan de los débiles!", dijo Eleanor a un reportero local.) Dirigía el negocio una pareja, ya entrada en años, que anhelaba huir de los tristes inviernos en Long Island. En medio del jaleo que se armó a continuación, lograron, mediante engaños, que un grupo de ciudadanos preocupados (creado por Eleanor) comprara el edificio, pero los ciudadanos preocupados no sólo pagaron demasiado por el viejo cobertizo, sino que se quedaron con… el inventario, como lo llamaba la señora Dash
Como novelista, y también como parte interesada, Jane Dash se ofreció voluntaria para calcular el valor de las existencias. Con anterioridad había rechazado cortésmente participar en la cruzada de Eleanor contra la pornografía, aduciendo que ella era escritora y se oponía por principio a toda censura. Cuando Eleanor insistió, diciéndole que apelaba a ella "primero como mujer y, en segundo lugar, como escritora", Jane sorprendió con su respuesta no sólo a Eleanor sino a sí misma
– Primero soy escritora -dijo la señora Dash
Aceptaron que Jane investigara la pornografía en sus ratos libres. Dejando aparte el "valor" del material, a la señora Dash le decepcionó. Aunque su ordinariez era de esperar, ¡al parecer le había tomado por sorpresa a Eleanor Holt! Sin embargo, la grosería era la norma para mucha gente. La crudeza y los intereses lascivos eran los humores motivadores de toda clase de individuos, y la señora Dash, felizmente, no se relacionaba con ellos. Si bien deseaba que una mayor parte de la población estuviera mejor educada, también creía que, para la mayoría de la gente que había conocido, la educación caía en saco roto
En la indecorosa colección de la sex shop, ahora cerrada para siempre, no figuraban imágenes de actos sexuales con animales o niños. La señora Dash consideraba un tanto tranquilizador que tales depravaciones no hubieran llegado, por lo menos en forma de libro o revista, a un lugar situado tan al este de Manhattan como lo era el condado de Suffolk. En cambio, encontró en abundancia la vulgar exageración del orgasmo femenino, y hombres, siempre con penes de tamaño inverosímil, que mostraban un interés poco convincente por la actividad que estaban realizando. Jane Dash llegó a la conclusión de que la actuación era mala por parte de ambos sexos. Los primeros planos de los innumerables y diversos genitales femeninos eran…, en fin, interesantes desde un punto de vista clínico. Ella no había mirado jamás a otras mujeres con un detallismo tan poco invitador
Ante la insistencia de que evaluara el material, Jane declaró que el contenido de la tienda era basura sin valor, a menos que los ciudadanos preocupados quisieran reducir sus gastos saldando las existencias que quedaban entre ciertos habitantes del pueblo que sin duda sentirían curiosidad. Pero semejante venta callejera habría convertido en pornógrafos a los ciudadanos preocupados. En consecuencia, se procedió a la quema de los libros y revistas… Una pérdida total
Una vez más, fiel a su criterio de que era "ante todo, escritora", la señora Dash dijo que no quería participar en la ceremonia de la quema y que ni siquiera la presenciaría. Los periódicos locales se refirieron al pequeño pero triunfante grupo de mujeres que se dedicaron a alimentar la hoguera. Había auténticos bomberos preparados en las inmediaciones, por si las fotografías de los esforzados actos sexuales y los genitales aislados se convertían de repente en llamas propagadoras del fuego
Transcurrieron seis años sin que en el condado de Suffolk se produjeran más demostraciones públicas en el campo de la moralidad sexual. La hija concebida gracias al esperma donado tenía doce años cuando tomó el consolador de Eleanor Holt (un vibrador accionado a pilas) y lo llevó a la escuela de enseñanza media de Bridgehampton para participar en esa actividad tan poco recomendable de la educación norteamericana conocida como "mostrar y explicar". Una vez más, el hijo de Jane Dash, que había presenciado la película del nacimiento en directo en la fiesta de cumpleaños cuando la niña tenía seis años, tuvo el privilegio de ver aquel breve atisbo de la vida íntima de Eleanor Holt