Por suerte, la misma niña, que hoy tenía doce años, carecía de pericia para demostrar cómo funcionaba el artilugio, que la asombrada maestra se apresuró a quitarle. Había poco que observar, aparte del sorprendente tamaño del objeto. La señora Dash, que no llegó a verlo, supuso por la descripción de su hijo que el consolador no se había modelado a partir de nada parecido a un auténtico miembro viril. El chico comparó el vibrador a "una especie de misil". También quedó grabado en la memoria del muchacho el sonido que produjo el vibrador cuando lo pusieron en marcha. Aunque no era muy audible, antes de que la maestra le quitara el consolador a la niña y lo pusiera en marcha, aquel sonido sorprendió a cuantos lo oyeron
– ¿Cómo sonaba exactamente? -preguntó Jane a su hijo. -¡Zzzt! ¡Zzzt! ¡Zzzt! -informó el muchacho
La señora Dash creyó discernir un deje de advertencia en ese sonido, un sonido vibratorio con una "t" final. La novelista no podía quitárselo de la cabeza
Y entonces el carácter juguetón del difunto marido de la señora Dash volvió a rondarla. En vida de éste, cada vez que veían a Eleanor Holt en una cena, en el supermercado o cuando dejaba a su hija en la escuela de enseñanza media, el marido de Jane susurraba "¡Zzzt!" al oído de ésta. A Jane le parecia que, a su manera ingeniosa, él le estaba diciendo que tuviera cuidado
Lo que más añoraba la señora Dash era el carácter jovial y el fino sentido del humor de su marido. Incluso la mera visión de Eleanor Holt le recordaba intensamente su viudez y lo que había perdido
Transcurrieron cinco años más, pero Jane recordaba el episodio del consolador como si hubiera sucedido el día anterior. Lo que impulsó a la señora Dash a hacer ante Eleanor Holt una imitación casi perfecta del sonido producido por su vibrador tenía una motivación doble: el vivo deseo por parte de Jane de gozar una vez más de aquel sentido del humor que había poseído su marido, y la certeza de que, si no se enfrentaba directamente a Eleanor, se sentiría impulsada a escribir sobre ella, lo cual sería peor. Como novelista, la señora Dash desdeñaba escribir sobre personas reales, algo que le parecía un fracaso de la imaginación. A su modo de ver, todo novelista digno de ese nombre debía ser capaz de inventar un personaje más interesante que cualquier persona real. Convertir a Eleanor Holt en un personaje literario, incluso con el propósito de reírse de ella, sería una especie de halago
Además, la señora Dash no había tomado la decisión de imitar el sonido del vibrador de Eleanor, sino que lo hizo de una manera totalmente accidental. Al contrario de lo que ocurriría en una novela de Jane Dash, no había sido un acto planeado. Sucedió durante la excursión anual de la escuela de enseñanza media, que era una especie de excursión escolar optativa, pues tenía lugar bastante tiempo después de que hubiera finalizado el curso. El propósito era que coincidiese con la llegada del tiempo apropiado para bañarse en la playa, a comienzos del verano. El océano Atlántico era sumamente frío hasta fines de junio. Pero si la escuela esperaba a celebrar la excursión hasta fines de julio, la playa pública estaría saturada de veraneantes que pasaban allí el verano en viviendas de alquiler
La señora Dash no tenía ninguna intención de bañarse antes de agosto. Nunca nadaba durante las excursiones escolares, ni siquiera lo había hecho en vida de su marido. Y puesto que su hijo había terminado la enseñanza media, la asistencia de éste, en compañía de su madre, a la excursión de aquel año obedecía más bien al deseo de llevar a cabo una reunión de ex alumnos, al tiempo que señalaba la salida más pública de la señora Dash en Bridgehampton desde que enviudara. Algunos se sorprendieron al verla, pero no Eleanor Holt
– Has hecho muy bien -le dijo Eleanor-. Ya era hora de que salieras de nuevo al mundo
Eso fue probablemente lo que hizo pensar a la señora Dash. No consideraba la excursión de la escuela como "el mundo", ni tampoco ardía en deseos de que la felicitara Eleanor Holt
Jane se distrajo contemplando a su hijo: ¡cómo había crecido! Daba gusto verle. Y sus ex compañeros de escuela…, sí, también ellos habían crecido. Incluso la hija antes tan inquieta de Eleanor era una guapa muchacha, relajada y extrovertida, ahora que estudiaba en un internado y no vivía en la misma casa con la espeluznante película de su nacimiento y el misil nuclear para el placer de su madre
Jane se distrajo también observando a los niños más pequeños. No conocía a muchos de ellos, y algunos de los padres más jóvenes también le eran desconocidos. La maestra que había quitado a la niña el vibrátil consolador fue a sentarse al lado de la señora Dash. Jane no oyó lo que le decía, pues trataba de encontrar la mejor manera de formular su pregunta, si se atrevía a hacerla. ("Cuando tomó en su mano esa cosa, ¿con qué intensidad se movía? Quiero decir, ¿era como una batidora, como un robot de cocina, o era… más suave que esos aparatos?") Pero, naturalmente, la señora Dash jamás haría semejante pregunta, y se limitó a sonreír. Finalmente la maestra se alejó
Al atardecer, los niños más pequeños temblaban de frío. La playa adquirió un color de cáscara de huevo marrón, y la superficie del océano se tornó gris. También había niños ateridos en el aparcamiento, mientras la señora Dash y su hijo colocaban la cesta de la comida, las toallas y las esteras de playa en el maletero de su coche. Habían aparcado al lado del vehículo de Eleanor Holt y su hija. A Jane le sorprendió ver al segundo marido de Eleanor. Era un abogado especializado en divorcios, demasiado litigioso y que no solía asistir a los actos sociales
Entonces empezó a soplar el viento y los niños más pequeños gimotearon. Un objeto de vivos colores, que parecía una balsa, echó a volar. Se había escapado de las manos de un chiquillo, y aterrizó sobre el techo del vehículo de Eleanor Holt. El abogado de divorcios sacó un brazo por la ventanilla para agarrar el objeto de colores, pero éste echó a volar de nuevo. Jane Dash lo atrapó en el aire
Era una colchoneta parcialmente deshinchada, roja y azul, y el chiquillo que no había podido retenerla corrió al encuentro de la señora Dash
– Quería que saliera el aire -explicó el pequeño-. Así no cabe en el coche. Entonces el viento se la llevó
– Bueno, mira, voy a enseñarte un truco para que no vuelva a pasarte -le dijo la señora Dash
Jane vio que Eleanor Holt se agachaba e hincaba una rodilla en el suelo para atarse el zapato. Su marido, el litigioso, se había sentado al volante, en una actitud dinámica, y la hija producto del esperma misterioso estaba sola y enfurruñada en el asiento trasero. Sin duda aquella reunión le había hecho volver a los horrores de su infancia
Jane buscó un guijarro del tamaño apropiado en el aparcamiento. Desenroscó el tapón que cubría la válvula del aire de la colchoneta roja y azul, y fijó el guijarro en la válvula. La piedra empujó hacia abajo la aguja de la válvula y el aire salió con un siseo
– ¿Lo ves? -le dijo la señora Dash al chico, haciéndole una demostración-. Empujas el guijarro así. -El aire surgió de la colchoneta a chorritos entrecortados-. Y… si abrazas con fuerza la colchoneta, así, se desinflará más rápido
Pero cuando Jane llevó a la práctica lo que decía, el aire hizo matraquear el guijarro contra la válvula. Eleanor oyó el sonido mientras se levantaba
"¡Zzzt! ¡Zzzt! ¡Zzzt!", dijo la colchoneta hinchable roja y azul. La satisfacción del chiquillo se evidenció en su rostro. Para él era un sonido maravilloso. Pero la expresión de Eleanor Holt traslucía el reconocimiento súbito de que había quedado al descubierto. Su marido, al volante, volvió la cara, como si estuviera en un juicio, en dirección al sonido. Entonces la hija de Eleanor hizo lo mismo. Incluso el hijo de Jane Dash, que había tenido acceso en dos ocasiones a la vida íntima de Eleanor Holt, se volvió al reconocer el emocionante sonido. Eleanor miró fijamente a la señora Dash y luego a la colchoneta, que se desinflaba con rapidez, como una mujer a la que hubieran desnudado ante una muchedumbre
– Sí, era hora de que saliera de nuevo al mundo -admitió Jane a la otra mujer
No obstante, sobre el tema del "mundo" (en qué consistía y cuándo era hora de que una viuda entrara de nuevo en él sin problemas), la colchoneta hinchable roja y azul ofrecía una sola palabra de precaución: " ¡Zzzt!"