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La hija de la prostituta

Rooie había empezado a trabajar como prostituta de escaparate en De Wallen durante el primer año de servicio policial de Harry en el barrio chino. La mujer tenía cinco años menos que él, aunque Harry sospechaba que le mentía acerca de su edad. En la primera habitación con escaparate que ocupó en el Oudekennissteeg (el mismo callejón donde años después se colgaría Vratna), Dolores de Ruiter aparentaba menos de dieciocho años. Pero ésa era su edad. Había dicho la verdad. Harry Hoekstra tenía veintitrés

Harry opinaba que Dolores la Roja no solía decir la verdad, o que decía sobre todo medias verdades

En sus días más atareados, Rooie había trabajado detrás del escaparate durante diez o doce horas seguidas. En ese lapso de tiempo podía atender hasta a quince clientes. Ganó suficiente dinero para comprarse una habitación de planta baja en la Bergstraat, que alquilaba durante unas horas a otra prostituta. Por entonces había aligerado su carga de trabajo, reduciéndola a tres días semanales y cinco horas por día. A pesar de esa reducción, podía tomarse unas vacaciones dos veces al año. Normalmente pasaba la Navidad en alguna estación de esquí, en los Alpes, y en abril o mayo viajaba a algún lugar cálido. Cierta vez pasó la Semana Santa en Roma. De Italia conocía también Florencia, y había estado en España, Portugal y el sur de Francia

Rooie tenía la costumbre de preguntarle a Harry Hoekstra adónde podría ir. Al fin y al cabo, él había leído innumerables libros de viajes. Aunque Harry nunca había estado en los lugares a los que ella quería ir, estaba informado acerca de todos los hoteles. Sabía que Rooie prefería alojarse en un entorno "moderadamente caro". También sabía que, si bien las vacaciones veraniegas eran importantes para ella, disfrutaba más en las estaciones de esquí, adonde iba por Navidad, y aunque cada invierno tomaba lecciones particulares de esquí, nunca pasaba del nivel de principiante. Cuando terminaba las lecciones, sólo practicaba el esquí a solas unas horas al día… y sólo hasta que conocía a alguien. Rooie siempre conocía a alguien

Le decía a Harry que era divertido conocer a hombres que ignoraban su condición de prostituta. En ocasiones se trataba de jóvenes acomodados que esquiaban con brío y organizaban fiestas todavía más briosas. Más a menudo eran hombres callados, incluso sombríos, cuya habilidad como esquiadores era mediana. A Rooie le gustaban en especial los padres divorciados que, un año sí y otro no, tenían que pasar las Navidades con sus hijos. (En general, los padres con hijos varones eran más fáciles de seducir que los padres con hijas.)

Siempre le había apenado ver a un padre y un hijo juntos en un restaurante. Con frecuencia no hablaban, o su conversación era forzada, normalmente acerca del esquí o la comida. Ella detectaba en los semblantes paternos una clase de soledad que era distinta pero, en cierto modo, similar a la soledad que reflejaban los rostros de sus compañeras de la Bergstraat

Y una aventura amorosa con un padre que viajaba en compañía de su hijo era siempre delicada y secreta. A pesar de que había tenido pocas aventuras realmente amorosas en su vida, Rooie creía que la delicadeza y el secreto estimulaban la tensión sexual. Además, no había nada equiparable al cuidado requerido cuando era preciso tomar en consideración los sentimientos de un niño

– ¿No temes que esos tipos quieran verte en Amsterdam? -le preguntó Harry. (Aquel año ella había estado en Zermatt.) Sin embargo, solamente una vez alguien insistió en ir a Amsterdam. En general, Rooie lograba disuadirles

– ¿A qué actividad les haces creer que te dedicas? -le preguntó Harry en otra ocasión. (Rooie acababa de volver de Pontresina, donde había conocido a un hombre que se alojaba con su hijo en el Badrutt's Palace de Saint Moritz.)

Dolores la Roja siempre decía a los padres una media verdad consoladora

– Me gano modestamente la vida gracias a la prostitución -respondía Rooie, y observaba el semblante sorprendido del hombre-. ¡Bueno, no quiero decir que yo soy una puta! Sólo soy una casera poco práctica que alquila su piso a unas prostitutas…

Si él la presionaba, Rooie ampliaba los detalles de la mentira. Su padre, que era urólogo, había muerto, y ella había convertido el consultorio en una de aquellas habitaciones con escaparate. Alquilar el local a las putas, aunque menos provechoso, era "más pintoresco" que alquilarlo a los médicos

Le encantaba contarle a Harry Hoekstra sus invenciones. Si, en el mejor de los casos, Harry había sido un viajero indirecto, también había disfrutado indirectamente de las pequeñas aventuras de Rooie. Y sabía por qué razón aparecía un urólogo en su relato

Un urólogo de carne y hueso había sido su admirador constante, además de su cliente más regular, un hombre ya muy adentrado en la octava década de su vida cuando, un domingo por la tarde, falleció en la habitación que la prostituta tenía en la Bergstraat. Era un hombre encantador que a veces se olvidaba de llevar a cabo el acto sexual por el que había pagado. Rooie le tuvo mucho cariño al viejo, el doctor Bosman, quien le juraba que quería a su mujer, a sus hijos y a sus innumerables nietos, cuyas fotos le mostraba con un orgullo inagotable

El día de su muerte estaba sentado, totalmente vestido, en la butaca de las felaciones, quejándose de que la comida había sido demasiado copiosa, incluso para un domingo. Le pidió a Rooie que le preparase un vaso de agua con bicarbonato y le confesó que en aquellos momentos lo necesitaba más que su "inestimable afecto físico"

Rooie se alegraría siempre de haberse encontrado de espaldas a su visitante cuando expiró en la butaca. Tras prepararle el agua con bicarbonato, se volvió hacia él, pero el viejo doctor Bosman ya había muerto

Entonces la tendencia de Rooie a las medias verdades la traicionó. Telefoneó a Harry Hoekstra y le dijo que el viejo estaba muerto en su habitación, pero que ella por lo menos le había evitado morirse en plena calle. Le había encontrado en la Bergstraat con mal aspecto y tambaleante, por lo que le hizo entrar en su habitación y sentarse en una cómoda butaca. Él le pidió bicarbonato

Rooie informó a Harry que las últimas palabras del fallecido fueron: "¡Dile a mi mujer que la quiero!". No le contó al policía que el urólogo muerto había sido su cliente más antiguo y regular. Quería de veras evitar a la familia del doctor Bosman el conocimiento de que su amado patriarca había muerto al lado de una puta con la que se relacionaba desde hacía muchos años. Pero Harry había comprendido la verdadera situación. Que el doctor Bosman tuviera un aspecto tan apacible en la butaca de las felaciones de Dolores la Roja era revelador…, eso y lo muy afectada que estaba Rooie. A su manera, quería al viejo urólogo

– ¿Desde cuándo te visitaba? -le preguntó Harry inmediatamente

Rooie se echó a llorar

– ¡Siempre ha sido tan amable conmigo! -exclamó-. Nadie había sido jamás tan amable conmigo, ni siquiera tú, Harry. Harry la ayudó a fraguar una historia plausible. Básicamente, era la mentira que le había dicho primero, pero Harry le echó una mano en los detalles. ¿En qué parte de la Bergstraat Rooie había observado que el viejo doctor se tambaleaba? ¿De qué manera exactamente le había hecho entrar en su habitación? ¿No tuvo que ayudarle para que se acomodara en la butaca? Y cuando el urólogo agonizante pidió a la prostituta que le dijera a su esposa que la quería, ¿lo hizo en voz forzada? ¿Respiraba con dificultad? ¿Era evidente que sufría? Sin duda la esposa del doctor Bosman querría saberlo

La viuda de Bosman se mostró tan agradecida hacia Rooie Dolores que invitó a la caritativa prostituta al funeral del anciano urólogo. Todos los familiares del doctor Bosman expresaron su profunda gratitud a Rooie. Andando el tiempo, los Bosman hicieron de la prostituta prácticamente otro miembro de la familia. La invitaban a las cenas de Nochebuena y Pascua, así como a otras reuniones familiares, bodas y aniversarios

Harry Hoekstra había reflexionado a menudo en que la verdad a medias de Rooie acerca del doctor Bosman era probablemente la mejor mentira en la que él había participado. "¿Qué tal te ha ido el viaje?", le preguntaba Harry a la prostituta cada vez que ésta regresaba de sus vacaciones. Pero el resto del tiempo le preguntaba: "¿Cómo están los Bosman?"

Cuando Dolores de Ruiter fue asesinada en la habitación en que trabajaba, Harry dio enseguida la noticia a los Bosman. No tuvo necesidad de informar a nadie más. Harry también confió en que los Bosman se ocuparan de su entierro. De hecho, la señora Bosman organizó el funeral de la prostituta y lo costeó. Estuvo presente una considerable representación de la familia Bosman, junto con unos pocos policías (Harry entre ellos) y un número también reducido de mujeres de El Hilo Rojo. Asistió la ex novia de Harry, Natasja Fredericks, pero lo más impresionante fue la presencia de la otra familia de Rooie, la de las prostitutas, que acudieron en gran número. Rooie había sido popular entre sus colegas

Dolores de Ruiter había vivido de las medias verdades. Y la que no era la mejor de sus mentiras, la que Harry consideraba una de las mentiras más dolorosas en las que se había visto implicado, se evidenció en el funeral. Una tras otra, las prostitutas que conocían a Rooie hicieron un aparte con él para formularle la misma pregunta:

– ¿Dónde está la hija?

O, mirando por encima del nutrido grupo de nietos del doctor Bosman, le preguntaban:

– ¿Cuál de ellas es? ¿No está aquí su hija?

– La hija de Rooie ha muerto -tuvo que decirles Harry-. La verdad es que murió hace ya muchos años

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