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La puerta en el suelo

Camino de New London, trayecto que había sido objeto de un tedioso exceso de planificación (al igual que Marion, salieron demasiado temprano hacia el embarcadero del transbordador), el padre de Eddie se extravió en las proximidades de Providence

– ¿Es un error del piloto o del copiloto? -preguntó Minty en tono jovial

Era un error de ambos. El padre de Eddie hablaba tanto que no había prestado suficiente atención a la carretera. Eddie, que era el "copiloto", había hecho tales esfuerzos por mantenerse despierto que se había olvidado de consultar el mapa. -Menos mal que hemos salido temprano -añadió su padre

Se detuvieron en una estación de servicio, donde Joe 0'Hare intentó rebajarse para trabar conversación con un miembro de la clase trabajadora

– Bueno, vaya situación difícil la nuestra, ¿no cree usted? -dijo el señor O'Hare al empleado de la gasolinera, el cual le pareció a Eddie un poco retrasado-. Aquí tiene a un par de exomanos perdidos en busca del transbordador de New London a Orient Point

Eddie se moría un poco cada vez que oía a su padre hablar con desconocidos. (¿Quién, salvo un exoniano, sabía lo que era un exoniano?) Como si sufriera un coma pasajero, el empleado de la gasolinera contemplaba una mancha aceitosa en el suelo, un poco a la derecha del zapato derecho de Minty

– Están ustedes en Rhode Island -fue todo lo que pudo decir el pobre hombre

– ¿Podría indicarnos la dirección hacia New London? -le preguntó Eddie

Cuando estuvieron de nuevo en marcha, Minty obsequió a Eddie con unas observaciones sobre la taciturnidad intrínseca, que tan a menudo era el resultado de una enseñanza media deficiente

– El entorpecimiento de la mente es una cosa terrible, Edward -le advirtió su padre

Llegaron a New London con tanta antelación que Eddie hubiera podido tomar el transbordador anterior

– ¡Pero entonces tendrás que esperar completamente solo en Orient Point! -señaló Minty

Al fin y al cabo, los Cole esperaban que Eddie llegara en el transbordador siguiente. Cuando el muchacho comprendió hasta qué punto habría preferido esperar solo en Orient Point, el transbordador anterior ya había zarpado

– Es el primer viaje en barco de mi hijo -le dijo Minty a la mujer de brazos enormes que le vendió a Eddie el pasaje-. No es el Queen Elizabeth ni el Queen Mary, no se trata de un crucero de siete días. No parte de Southampton, como en Inglaterra, o de Cherburgo, como en Francia. ¡Pero, sobre todo a los dieciséis años, una pequeña travesía marítima hasta Orient Point es suficiente!

La rolliza mujer sonreía con indulgencia. Aunque no esbozaba una amplia sonrisa, se veía que le faltaban varios dientes. Luego, en el muelle, el padre de Eddie filosofó sobre el tema de los excesos dietéticos, que a menudo son el resultado de una escolarización secundaria deficiente. Durante el breve trayecto desde Exeter, ¡se habían encontrado con muchas personas que habrían sido más felices, más delgadas, o ambas cosas a la vez, si hubieran tenido la buena suerte de asistir a su escuela

De cuando en cuando, de improviso, el padre de Eddie rompía el hilo de su discurso para darle consejos sobre el trabajo veraniego

– No tienes que ponerte nervioso sólo porque sea un hombre famoso-dijo el señor O'Hare sin que viniera a cuento-. No es precisamente una gran figura literaria. Debes aprender lo que puedas, observar sus hábitos de trabajo, ver si su locura tiene un método, esa clase de cosas

A medida que el transbordador de Eddie se aproximaba, era Minty quien de repente se mostraba inquieto por el trabajo de su hijo

Los primeros vehículos que iban a subir a bordo eran los camiones, y el primero de la fila iba cargado de almejas frescas… o vacío y de camino hacia el lugar donde lo cargarían de almejas. Sea como fuere, no olía precisamente a almejas frescas, y su conductor -que se fumaba un cigarrillo, apoyado en la rejilla del radiador sembrada de moscas muertas, mientras el transbordador atracaba- fue la siguiente víctima de la conversación espontánea de Joe O'Hare

– Mi chico va a iniciar su primer trabajo -le informó Minty, mientras Eddie se moría un poco más

– ¿Ah, sí? -replicó el conductor del camión

– Va a ser ayudante de un escritor-le dijo el padre de Eddie-. No estamos muy seguros de lo que eso puede significar, desde luego, pero sin duda será algo más exigente que afilar lápices, cambiar la cinta de la máquina de escribir y buscar en el diccionario esas palabras difíciles que ni siquiera el mismo escritor sabe cómo se escriben. Lo considero una experiencia de aprendizaje, al margen de lo que al final resulte ser

– Buena suerte, chico -le dijo el camionero, súbitamente contento con su trabajo

En el último momento, poco antes de que Eddie subiera al transbordador, su padre fue corriendo al coche y regresó también a la carrera

– ¡Casi se me olvida! -gritó, tendiendo a Eddie un grueso sobre rodeado por una goma elástica y un paquete del tamaño y la blandura de una hogaza de pan

El paquete estaba envuelto en papel de regalo, pero algo lo había aplastado en el asiento trasero del coche, y ahora el obsequio parecía abandonado, algo que nadie desearía

– Es para la nena-le dijo Minty-. Tu madre y yo hemos pensado en ella

– ¿Qué nena? -preguntó Eddie

Se puso el regalo y el sobre bajo la barbilla, apretándolos contra el pecho, porque la pesada bolsa de lona y una maleta más pequeña y ligera requerían ambas manos. Así cargado, y tambaleándose un poco, subió a bordo

– ¡Los Cole tienen una niña, creo que de cuatro años! -gritó Minty. Se oía el traqueteo de las cadenas, el resoplido de las máquinas del barco, los pitidos intermitentes de la sirena. Otras personas se despedían a gritos-. ¡Tienen una nueva hija para sustituir a los chicos que se murieron!

Esta última frase llamó la atención incluso del conductor del camión marisquero, quien ya había aparcado su vehículo a bordo y ahora estaba apoyado en la barandilla de la cubierta superior

– Ah -dijo Eddie-. ¡Adiós!

– ¡Te quiero, Edward! -gritó su padre

Entonces Minty O'Hare se echó a llorar. Eddie nunca había visto llorar a su padre, pero aquélla era la primera vez que se iba de casa. Lo más probable era que su madre también hubiera llorado, pero Eddie no se había dado cuenta

– ¡Ten cuidado! -exclamó su padre, emocionado. Ahora todos los pasajeros apoyados en la barandilla de la cubierta superior les miraban-. ¡Cuídala! -gritó Minty

– ¿A quién? -gritó Eddie a su vez.

– ¡A ella! ¡Me refiero a la señora Cole!

– ¿Por qué? -replicó Eddie. Se estaban alejando, el muelle quedaba atrás, y la sirena del transbordador era ensordecedora.

– ¡Tengo entendido que no lo ha superado! -vociferó Minty-. ¡Es una zombi!

"¡Estupendo! ¡A estas alturas se le ocurre decirme eso!", pensó Eddie, pero se limitó a agitar el brazo. Ignoraba que la llamada zombi le estaría esperando en Orient Point, pues aún no sabía que al señor Cole le habían retirado el carné de conducir. A Eddie le había enojado que su padre no le hubiera permitido conducir durante el trayecto a New London, aduciendo que el tráfico con el que se encontrarían era "diferente del de Exeter". Eddie veía aún a su padre en la orilla de Connecticut, cada vez más alejada. Minty se había dado la vuelta y tenía la cabeza entre las manos. Estaba llorando

¿Qué significaba eso de que la señora Cole era una zombi? Eddie había esperado que fuese como su madre, o como las numerosas esposas de los profesores, en absoluto memorables, en las que se compendiaba casi todo lo que sabía acerca de las mujeres. Con un poco de suerte, tal vez la señora Cole tuviera algo de lo que Dot O'Hare llamaba "carácter bohemio", aunque Eddie no se atrevía a esperar encontrarse con una mujer que, con sólo verla, causara un placer como el que la señora Havelock proporcionaba

En 1958, los sobacos peludos y los pechos oscilantes de la señora Havelock eran lo único que ocupaba la mente de Eddie O'Hare cuando pensaba en mujeres. En cuanto a las chicas de su edad, no había tenido éxito con ellas, y además le aterraban. Como era hijo de un profesor, las escasas chicas con las que había salido eran de la población de Exeter, a las que conocía de la época en que iba a la escuela media elemental. Ahora aquellas muchachas habían crecido y, en general, se mostraban cautas con los chicos del pueblo que iban al centro Phillips. Era comprensible que esperasen ser tratadas con aires de superioridad

Los fines de semana, cuando había baile en Exeter, las chicas que no eran del pueblo le parecían a Eddie inabordables. Llegaban en trenes y autobuses, a menudo de otros centros o de ciudades como Boston y Nueva York. Vestían mucho mejor y parecían más femeninas que la mayoría de las esposas de profesores, con excepción de la señora Havelock

Antes de abandonar Exeter, Eddie había hojeado las páginas del anuario de 1953 en busca de las fotos de Thomas y Timothy Cole. Aquél era el último anuario en el que aparecían. Lo que vio allí le intimidó mucho. Aquellos chicos no habían pertenecido a un solo club sino que Thomas figuraba en los equipos juveniles de fútbol y hockey, y Timothy, a poca distancia de su hermano, aparecía en las fotos de los equipos cadetes de fútbol y hockey. El hecho de que supieran dar puntapiés al balón y patinar no era lo que había intimidado a Eddie, sino la gran cantidad de instantáneas, a lo largo del anuario, en las que aparecían los muchachos: estaban en las numerosas fotografías reveladoras que contiene un anuario, en todas las fotos en que los alumnos evidencian que se están divirtiendo. Thomas y Timothy siempre daban la impresión de que se lo pasaban en grande. Eddie se dio cuenta de que habían sido felices

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