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Una máquina masturbadora

Durante el primer mes de aquel verano, Ruth y el ayudante del escritor apenas se vieron. No se encontraban en la cocina de la casa, sobre todo porque Eddie nunca comía allí. Y aunque la niña de cuatro años y el ayudante de escritor dormían bajo el mismo techo, las horas en que uno y otra se retiraban eran muy distintas y sus dormitorios estaban a considerable distancia. Por la mañana, Ruth ya había tomado el desayuno, con su madre o con su padre, antes de que Eddie se levantara. Cuando el muchacho estaba despierto del todo, había llegado la primera de las tres niñeras de la pequeña, y Marion ya había llevado a la niñera y a Ruth a la playa. Si hacía mal tiempo, Ruth y la niñera jugaban en el cuarto de la niña, o en la sala de estar de la gran casa, que prácticamente no se usaba

Lo grande que era la casa asombró de inmediato a Eddie O'Hare. Éste había pasado parte de su infancia en un piso pequeño, en la residencia de Exeter, y luego había vivido en una de las casas destinadas a los profesores, que no era mucho mayor que el piso. Pero el hecho de que Ted y Marion estuvieran separados, que nunca durmieran en la misma casa, era una rareza de mucha mayor magnitud (y causa de especulación) para Eddie que el tamaño de la casa. También para Ruth la separación de sus padres había supuesto un cambio nuevo y misterioso. A la pequeña no le resultaba más fácil que a Eddie adaptarse a esa singularidad

Al margen de las implicaciones que tuviera la separación para Ruth y para Eddie de cara al futuro, el primer mes de aquel verano se caracterizó por la confusión. Cuando Ted se quedaba a dormir en la casa alquilada, a la mañana siguiente Eddie tenía que ir a buscarle con el coche. A Ted le gustaba estar en su cuarto de trabajo no más tarde de las diez de la mañana, por lo que a Eddie le daba tiempo de hacer un alto en el camino y pasar por la tienda de artículos generales de Sagaponack, donde había una estafeta de correos. Allí Eddie recogía el correo y compraba café y bollos para los dos. Cuando era Marion quien pasaba la noche en la casa alquilada, Eddie recogía el correo, pero desayunaba solo, pues Ted ya lo había hecho anteriormente con Ruth. Y Marion conducía su propio coche. Cuando no hacía recados, como sucedía a menudo, Eddie dedicaba gran parte de la jornada a trabajar en la casa alquilada

Este trabajo, que no era en absoluto exigente, abarcaba desde responder a algunas de las cartas que enviaban los admiradores de Ted hasta mecanografiar de nuevo versiones retocadas a mano del brevísimo relato Un ruido como el de alguien que no quiere hacer ruido. Por lo menos una vez a la semana, Ted añadía o borraba una frase. También añadía y borraba comas, sustituía puntos y comas por guiones para después volver a los puntos y comas. (Eddie opinaba que Ted estaba atravesando una crisis de puntuación.) En el mejor de los casos, escribía a máquina un nuevo y desordenado párrafo (Ted era un pésimo mecanógrafo) y al instante lo revisaba y lo dejaba lleno de confusos garabatos. En el peor de los casos, el mismo párrafo quedaba eliminado por completo a la noche siguiente

Eddie no abría ni leía el correo de Ted, y la mayor parte de las cartas que mecanografiaba eran las respuestas de Ted a los niños que le escribían. El autor respondía personalmente a las madres. Eddie nunca vio lo que las madres escribían a Ted, o lo que éste les contestaba. (Cuando Ruth oía el tecleo de su padre por la noche, sólo por la noche, lo que oía, con más frecuencia que la escritura de un nuevo libro para niños, era la de una carta dirigida a una joven madre.)

Los acuerdos a los que llegan las parejas para no perder las maneras en su viaje hacia el divorcio suelen ser más complicados cuando la máxima prioridad declarada es la de proteger a un hijo. A pesar de que Ruth, a sus cuatro años, había sido testigo de que un muchacho de dieciséis montaba a su madre por detrás, sus padres nunca se hablaban a gritos ni se manifestaban odio, como tampoco el padre o la madre le hablaba a Ruth mal del otro. En este aspecto de su matrimonio destrozado, Ted y Marion eran modelos de buen comportamiento. No importaba que los acuerdos relativos a la casa alquilada fuesen tan sórdidos como la deplorable vivienda. Ruth nunca tuvo que vivir en aquella casa

En la jerga inmobiliaria que imperaba en los Hamptons en 1958, era una vivienda de las llamadas "casa vagón". En realidad se trataba de un apartamento sin ventilación, de un solo dormitorio, construido a toda prisa y amueblado de una manera económica, encima de un garaje de dos plazas. Estaba situada en Bridge Lane, en la localidad de Bridgehampton, apenas a tres kilómetros de la casa que los Cole tenían en Parsonage Lane de Sagaponack, y de noche era un lugar que permitía que Ted y Marion durmieran a suficiente distancia el uno del otro. Durante el día, allí trabajaba el ayudante del escritor

La cocina de la casa vagón nunca se usaba para cocinar. En la mesa de la cocina (la vivienda carecía de comedor) se amontonaba el correo sin responder o las cartas a las que el autor estaba dando respuesta. De día, le servía a Eddie como mesa de trabajo y, cuando se quedaba allí por la noche, Ted utilizaba la máquina de escribir. Todo lo que había en la cocina era un amplio surtido de bebidas alcohólicas, café y té. En la sala de estar, una simple extensión de la cocina, había un televisor y un sofá, en el que Ted daba cabezadas mientras miraba un partido de béisbol. Nunca encendía el televisor a menos que retransmitieran un partido de béisbol o un combate de boxeo. Marion, si tenía dificultades para dormir, miraba las películas de la última sesión

El armario del dormitorio sólo contenía unas pocas prendas de Ted y Marion para casos de emergencia. La habitación nunca estaba lo bastante a oscuras, pues tenía una claraboya, sin cortina, por la que a menudo se filtraba agua. Tanto para evitar la luz como las goteras, Marion cubría la claraboya con una toalla que fijaba con chinchetas, pero cuando Ted estaba allí quitaba la toalla. Sin la luz que entraba por la claraboya, no habría sabido cuándo era hora de levantarse. No había ningún reloj, y a menudo Ted se acostaba sin saber dónde había dejado su reloj de pulsera

La misma señora de la limpieza que se ocupaba de la casa familiar acudía a la casa vagón, pero sólo para pasar el aspirador y cambiar las sábanas. Tal vez debido a que la casa vagón estaba cerca del puente, donde pescaban los cangrejeros, normalmente utilizando como cebo trozos de pollo crudo, en el apartamento flotaba un olor permanente a volatería y salmuera. Y debido a que el propietario usaba el garaje para sus coches, Ted, Marion y Eddie comentaban que el olor del aceite lubricante y la gasolina saturaba el aire permanentemente

Si algo mejoraba el lugar, aunque sólo fuese ligeramente, eran las pocas fotografías de Thomas y Timothy que Marion había llevado allí. Procedían del dormitorio de invitados que ocupaba Eddie en la casa de los Cole, así como del baño de invitados adjunto, que también estaba a disposición del muchacho. (Eddie no podía saber que los pocos ganchos que había en las paredes desnudas eran un anuncio de los muchos ganchos para colgar cuadros que no tardarían en quedar a la vista. Tampoco podía haber predicho que durante muchos años le obsesionaría la imagen del empapelado visiblemente más oscuro donde las fotos de los chicos muertos habían colgado antes de que las quitaran.)

Todavía quedaban algunas fotografías de Thomas y Timothy en el dormitorio y el baño para invitados que utilizaba Eddie, y con frecuencia las miraba. Una de ellas, en la que aparecía Marion, era la que le llamaba más la atención. En la foto, que había sido tomada con luz matinal en una habitación de hotel en París, Marion se hallaba tendida en una cama anticuada con colchón de plumas; estaba despeinada y parecía soñolienta y feliz. Al lado de su cabeza, sobre la almohada, había un pie infantil descalzo y sólo una vista parcial de la pierna del niño, en pijama, que desaparecía bajo las ropas de cama. Lejos, en el otro extremo de la cama, había otro pie descalzo que, lógicamente, pertenecía a un segundo niño, no sólo dada la considerable distancia entre los pies descalzos, sino también porque el pijama que cubría la segunda pierna era diferente

Eddie no podía saber que la habitación de hotel estaba en París y pertenecía al otrora encantador Hótel du Quai Voltaire, donde los Cole se alojaron cuando Ted promocionaba la traducción francesa de El ratón que se arrastra entre las paredes. Sin embargo, Eddie reconoció que había algo extranjero, probablemente europeo, en la cama y los demás muebles. También supuso que los pies descalzos pertenecían a Thomas y Timothy, y que era Ted quien había hecho la fotografía

Allí estaban los hombros desnudos de Marion (sólo se veían los delgados tirantes de la combinación o la camisola) y uno de sus brazos. Una vista parcial de las axilas sugería que Marion las llevaba pulcramente depiladas. En aquella fotografía Marion debía de ser doce años más joven, todavía veinteañera. Eddie no la veía ahora muy distinta, aunque le parecía menos feliz que entonces. Tal vez el efecto de la luz matinal, que incidía oblicuamente en las almohadas, daba a su cabello un tono más rubio

Como todas las demás fotografías de Thomas y de Timothy, era una ampliación de veinte por veinticinco centímetros, rodeada por un paspartú y enmarcada en cristal. Eddie descolgaba la fotografía de la pared y la apoyaba en el sillón que había junto a la cama, de manera que Marion estuviera frente a él mientras permanecía tendido en la cama y se masturbaba. Para reforzar la ilusión de que la mujer le dirigía a él su sonrisa, Eddie sólo tenía que apartar de su mente los pies descalzos de los niños. La mejor manera de lograrlo era eliminarlos también de su vista, para lo cual bastaban dos trocitos de papel fijados al cristal con cinta adhesiva

Esta actividad se había convertido en su ritual nocturno cuando, una noche, le interrumpieron. Apenas empezaba a cascársela, oyó unos golpes en la puerta del dormitorio, que carecía de cerradura, seguidos por la voz de Ted

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