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Eddie la sostuvo mientras su madre la vestía, y entonces Marion la tomó en brazos durante el tiempo que Eddie tardó en vestirse

Ruth había dejado de llorar y ahora estaba más preocupada por la fotografía que por el dedo herido. Recogieron la foto, que estaba todavía con el paspartú manchado de sangre, la sacaron del marco roto, y se la llevaron porque Ruth quería tener la foto consigo en el hospital. Marion intentó prepararla para que no se asustara cuando le dieran los puntos, y lo más probable era que le pusieran por lo menos una inyección. En realidad fueron dos, la inyección de lidocaína antes de darle los puntos y luego la vacuna contra el tétanos. A pesar de su profundidad, el corte era tan limpio y delgado que Marion estaba segura de que no requeriría más de dos o tres puntos ni dejaría una cicatriz visible

– ¿Qué es una cicatriz? -preguntó la niña-. ¿Voy a morirme?

– No, no vas a morirte, cariño -le aseguró su madre.

Entonces la conversación giró en torno al arreglo de la fotografía. Cuando salieran del hospital, llevarían la foto a una tienda de marcos de Southampton y la dejarían allí para que le pusieran un marco nuevo. Ruth se echó a llorar una vez más, porque no quería dejar la foto en la tienda. Eddie le explicó que necesitaban un paspartú, un marco y un cristal nuevos

– ¿Qué es un paspartú? -preguntó la niña

Cuando Marion mostró a Ruth el paspartú manchado de sangre, pero no la fotografía, Ruth quiso saber por qué la mancha de sangre no era roja. La sangre se había secado y vuelto marrón

– ¿Me volveré marrón? -preguntó Ruth-. ¿Voy a morirme?

– No, cariño, no te morirás, te lo prometo -le decía Marion una y otra vez

Como es natural, Ruth gritó cuando le pusieron las inyecciones y le dieron los puntos, que sólo fueron dos. El médico se sorprendió al ver la perfecta línea recta del corte. La yema del dedo índice estaba cortada con precisión por la mitad. Un médico no habría podido cortar intencionadamente por el centro exacto de un dedo tan pequeño, ni siquiera con un bisturí

Después de dejar la fotografía en la tienda de marcos, Ruth permaneció sentada y tranquila en el regazo de su madre. Eddie conducía de regreso a Sagaponack, con los ojos entornados porque le deslumbraba el sol matinal. Marion bajó el parasol del lado del pasajero, pero Ruth era tan bajita que el sol le daba directamente en la cara y le hacía volverse hacia su madre. De repente Marion empezó a mirar con fijeza los ojos de su hija, el derecho en particular

– ¿Qué ocurre? -le preguntó Eddie-. ¿Tiene algo en el ojo?

– No es nada -respondió Marion

La niña se acurrucó contra su madre, quien protegió la cara de Ruth interponiendo la mano entre ella y el sol

Extenuada después de tanto lloro, Ruth se quedó dormida antes de llegar a Sagaponack

– ¿Qué has visto? -le preguntó Eddie a Marion, que volvía a tener la mirada notablemente perdida (no tanto como la noche anterior, cuando Eddie le preguntó por el accidente que habían sufrido sus hijos)-. Dímelo

Marion mencionó el defecto en el iris del ojo derecho, aquel hexágono amarillo que Eddie había admirado con frecuencia. Más de una vez le había dicho que le encantaba la manchita amarilla en su ojo, la manera en que, bajo cierta luz o visto desde ángulos impredecibles, su ojo derecho podía pasar del azul al verde

Aunque los ojos de Ruth eran castaños, lo que Marion había visto en el iris de su ojo derecho era exactamente la misma forma hexagonal de color amarillo brillante. Cuando la niña parpadeó a causa del sol, el hexágono amarillo había revelado su capacidad de volver ámbar el color castaño del ojo derecho de Ruth

Marion siguió abrazando a la niña dormida contra su pecho. Con una mano, seguía protegiéndole la cara del sol. Eddie nunca le había visto manifestar semejante grado de afecto físico a Ruth

– Tu ojo es muy… distinguido -le dijo el muchacho-. Es como una marca de nacimiento, sólo que más misteriosa…

– ¡La pobre niña! -le interrumpió Marion-. ¡No quiero que sea como yo!

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