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Ruth se colocó entre dos pares de zapatos. A través de la estrecha abertura de la cortina veía claramente la toalla rosa en el centro de la cama. En un espejo opuesto, veía también el ropero. Tuvo que mirar atentamente para reconocer sus zapatos entre los que estaban alineados bajo el borde de la cortina. No podía verse a través de la cortina, tampoco veía sus propios ojos que miraban por la abertura, ni siquiera una parte de su rostro, a menos que se moviera, e incluso entonces sólo detectaba algún movimiento indefinido

Sin mover la cabeza, tan sólo los ojos, Ruth veía el lavabo y el bidé. El consolador en la bandeja de hospital (junto con los lubricantes y geles) era claramente visible. En cambio, no veía bien la butaca de las felaciones, pues se lo impedía un brazo y el respaldo de la misma butaca

– Si el tío quiere que se la chupe y alguien está mirando, puedo hacérselo en la cama -dijo Rooie-. Si es eso lo que estás pensando…

Ruth llevaba menos de un minuto en el ropero. Aún no se había percatado de que su respiración era irregular ni de que su contacto con el vestido dorado que pendía de la percha más próxima le provocaba picor en el cuello. Notaba una ligera aspereza en la garganta cuando tragaba saliva, como los últimos vestigios de la tos o el inicio de un resfriado. Un salto de cama de color gris perla cayó del colgador, y Ruth sintió como si se le hubiera detenido el corazón y hubiera muerto donde siempre imaginó que lo haría: en un armario

– Si estás cómoda ahí dentro, abriré las cortinas del escaparate y me sentaré, pero a esta hora del día es posible que pase bastante rato antes de que entre un tío…, media hora, quizá tres cuartos. Por supuesto, tendrás que pagarme otros setenta y cinco guilders. Este asunto tuyo ya me ha ocupado bastante tiempo

Ruth tropezó con los vestidos del ropero

– ¡No! ¡No quiero mirar! -exclamó la novelista-. ¡Sólo estoy escribiendo un libro! Trata de una pareja. La mujer es de mi edad, y su novio la convence para que haga esto… Su novio es un granuja

Se sintió azorada cuando vio que el movimiento de sus pies había enviado uno de los zapatos de Rooie al centro de la habitación. La mujer lo recogió, se arrodilló ante el ropero y ordenó los demás zapatos. Volvió a colocarlos en la posición habitual, con las puntas hacia dentro, incluido el zapato que Ruth había desplazado

– Eres rara -le dijo la prostituta. La situación era un poco molesta: permanecían al lado del ropero, como si estuvieran admirando los zapatos recién ordenados-. Y tus cinco minutos se han terminado -añadió Rooie al tiempo que indicaba su bonito reloj de oro

Ruth abrió de nuevo su bolso y sacó de la cartera tres billetes de veinticinco guilders, pero Rooie, que estaba lo bastante cerca de ella para ver el interior de la cartera, sacó ágilmente un billete de cincuenta

– Basta con cincuenta por otros cinco minutos -dijo la pelirroja-. Guárdate tus billetitos. Tal vez quieras volver… cuando hayas pensado en ello

Ruth no pudo prever el rápido movimiento de la prostituta, quien se acercó a ella y le deslizó los labios y la nariz por el cuello. Antes de que Ruth pudiera reaccionar, Rooie le tocó suavemente un seno mientras se volvía para sentarse en la toalla protectora situada en el centro de la cama

– Un perfume agradable, pero apenas lo huelo -observó Rooie-. Bonitos pechos, y grandes

Ruth, ruborizada, trató de sentarse en la butaca de las felaciones sin que ésta la engullera

– En mi relato… -empezó a decir

– Lo malo de tu relato es que no pasa nada -la interrumpió Rooie-. La pareja paga para verme mientras lo hago. ¿Y qué? No sería la primera vez. ¿Qué ocurre luego? ¿No consiste en eso el relato?

– No estoy segura de lo que sucede después, pero eso es lo que cuento en la novela -respondió Ruth-. Esa mujer que tiene un novio granuja se siente humillada, degradada por la experiencia, no a causa de lo que ve, sino de su acompañante. Lo que la humilla es la manera en que él la hace sentirse

– Tampoco sería la primera vez -le dijo la prostituta

– A lo mejor el hombre se masturba mientras está mirando -sugirió Ruth

Rooie supo que era una pregunta

– No sería la primera vez -repitió la prostituta-. ¿Por qué habría de sorprender eso a la mujer?

Rooie estaba en lo cierto, y había otro problema: Ruth ignoraba todo lo que podía suceder en el relato porque no tenía un conocimiento suficiente de los personajes y no sabía cuál era la relación que los unía. No era la primera vez que descubría eso sobre una novela que estaba empezando, pero sí la primera vez que lo hacía delante de otra persona, que además era desconocida y prostituta

– ¿Sabes lo que suele ocurrir? -le preguntó Rooie.

– No, no lo sé -admitió Ruth

– Mirar es sólo el principio -dijo la prostituta-. En el caso de las parejas, sobre todo…, mirar conduce a alguna otra cosa

– ¿Qué quieres decir?

– La siguiente vez que vienen, no quieren mirar, sino hacer algo -respondió Rooie

– No creo que mi personaje quiera volver -comentó Ruth, aunque consideró esa posibilidad

– A veces, después de mirar, la pareja quiere hacer cosas enseguida, sin pérdida de tiempo

– ¿Qué clase de cosas?

– De todas clases -dijo Rooie-. A veces el tío quiere mirarnos a la mujer y a mí, quiere ver cómo pongo cachonda a la mujer, pero normalmente empiezo con el tío y ella mira.

– Empiezas con el tío…

– Luego la mujer

– ¿Eso ha ocurrido de veras? -inquirió Ruth.

– Todo ha ocurrido de veras -dijo la prostituta

Ruth estaba sentada junto a la lámpara de pantalla escarlata, que sumía a la pequeña habitación en una luminosidad rojiza cada vez más intensa. La toalla rosa sobre la cama, donde Rooie estaba sentada, era sin duda de un rosa más fuerte debido al color escarlata de la lámpara. Por lo demás, a través de las cortinas del escaparate se filtraba una suave claridad que se unía a la mortecina luz piloto situada sobre la puerta principal

La prostituta se inclinó hacia delante bajo aquella luz favorecedora, y ese movimiento hizo que sus senos parecieran a punto de salirse del sostén. Mientras Ruth se sujetaba con fuerza a los brazos de la butaca, Rooie le cubrió suavemente las manos con las suyas

– ¿Quieres pensar en lo que ocurre y venir a verme otra vez? -le preguntó la pelirroja

– Sí -dijo Ruth

No se había propuesto susurrar, y tampoco podía liberar sus manos, sujetas por las de la otra mujer, sin caer hacia atrás en la espantosa butaca

– Recuerda tan sólo que puede suceder cualquier cosa -le dijo Rooie-. Cualquier cosa que desees

– Sí -susurró Ruth de nuevo, y se quedó mirando los senos de la prostituta. Parecía más seguro que mirarle a los ojos, llenos de inteligencia

– Tal vez si me mirases mientras estoy con alguien…, quiero decir, tú sola…, se te ocurrirían algunas ideas -dijo Rooie con voz queda

Ruth sacudió la cabeza, consciente de que el gesto transmitía mucha menos convicción que si hubiera dicho: "No, no lo creo", de un modo rotundo

– La mayoría de las mujeres solas que me miran son chicas muy jóvenes -le informó Rooie en un tono más alto y como si no lo tomara en serio

Esta revelación sorprendió tanto a Ruth que miró a Rooie sin darse cuenta

– ¿Por qué lo hacen? -le preguntó-. ¿Crees que quieren saber lo que es hacer el amor? ¿Son vírgenes?

Rooie soltó las manos de Ruth y, recostándose en la cama, se echó a reír

– ¡No son precisamente vírgenes! Son muchachas que piensan en la posibilidad de hacerse putas… ¡Quieren ver cómo es el oficio!

Ruth nunca se había sentido tan sorprendida. Ni siquiera enterarse de que Hannah tenía relaciones sexuales con su padre le había causado tanto asombro

Rooie señaló su reloj y se levantó de la cama exactamente en el mismo momento en que Ruth se levantaba de la incómoda butaca. La novelista tuvo que hurtar el cuerpo para no rozar a la prostituta

La mujer abrió la puerta y la luz del mediodía penetró a raudales, tan intensa que Ruth comprendió que había subestimado la penumbra reinante en la habitación de la prostituta. Rooie se dio media vuelta y bloqueó teatralmente el paso a Ruth, mientras le daba tres besos en las mejillas, primero en la derecha, luego en la izquierda y finalmente en la derecha de nuevo.

– Tres veces, al estilo holandés -le dijo alegremente, en un tono cariñoso más apropiado para los viejos amigos

Desde luego, no era la primera vez que besaban así a Ruth, pues lo hacían Maarten y su esposa, Sylvia, cada vez que le daban la bienvenida y la despedían, pero los besos de Rooie habían sido un poco más largos y, además, le había aplicado su cálida palma al vientre, haciendo que se le tensaran instintivamente los músculos abdominales

– Qué barriga más lisa tienes -comentó la pelirroja-. ¿No has tenido hijos?

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