– No, todavía no -respondió Ruth. La otra seguía bloqueando la puerta
– Yo he tenido uno -dijo Rooie. Metió los pulgares bajo la cintura de las braguitas y se las bajó un instante-. No fue nada fácil -añadió, refiriéndose a la cicatriz, muy visible, de una cesárea
La cicatriz no sorprendió tanto a Ruth, quien ya se había fijado en las marcas del embarazo en el vientre de Rooie, como el hecho de que ésta se había rasurado el vello púbico
Rooie soltó la cintura de las braguitas, y la cinta elástica produjo un chasquido. Ruth se dijo: "Si yo preferiría escribir en vez de lo que estoy haciendo, me imagino cómo se siente ella. Al fin y al cabo, es una prostituta, y probablemente preferiría dedicarse a su oficio que a coquetear conmigo. Pero también disfruta haciendo que me sienta incómoda". Ahora estaba irritada con Rooie y sólo quería marcharse. Intentó rodearla para salir
– Volverás -le dijo Rooie, pero dejó que saliera a la calle sin más contacto físico. Entonces alzó la voz, de modo que quien pasara por la Bergstraat, o una prostituta vecina, pudiera oírla. Será mejor que cierres bien el bolso en esta ciudad
Ruth se había dejado el bolso abierto, un descuido en el que caía con frecuencia, pero le bastó una mirada para cerciorarse de que allí estaban la cartera, el pasaporte y los demás objetos, un lápiz de labios y un tubo más grueso de abrillantador de labios incoloro, un tubo de crema para el sol y otro con hidratante para los labios
Ruth también llevaba consigo una polvera de bolsillo que había pertenecido a su madre. Los polvos de maquillaje la hacían estornudar y la almohadilla para aplicarlos había desaparecido mucho tiempo atrás. No obstante, en ocasiones, cuando Ruth se miraba en el espejito, esperaba ver allí a su madre. Cerró la cremallera del bolso mientras Rooie le sonreía irónicamente
Se esforzó por devolver la sonrisa a la prostituta, y la luz del sol le obligó a entrecerrar los ojos. Rooie tendió la mano y le tocó la cara mientras le miraba el ojo derecho con vivo interés, pero Ruth malinterpretó el motivo. Al fin y al cabo, estaba más acostumbrada a que la gente percibiera la mancha hexagonal que tenía en el ojo derecho que a recibir puñetazos
– Nací con ella… -empezó a explicarle
– ¿Quién te golpeó? -inquirió Rooie, y Ruth se sorprendió, pues creía haber perdido todo vestigio del moretón-. Hace una o, dos semanas, a juzgar por su aspecto…
– Un novio granuja -confesó Ruth.
– Así que hay un novio… -dijo Rooie.
– No está aquí. He venido sola
– No lo estarás la próxima vez que me veas -replicó la prostituta
Rooie tenía únicamente dos maneras de sonreír, una irónica y la otra seductora. A Ruth sólo se le ocurrió decirle:
– Hablas muy bien el inglés, es asombroso
Pero este mordaz cumplido, por cierto que fuese, ejerció en Rooie un efecto mucho más profundo del que Ruth había previsto. Sus palabras hicieron desaparecer toda manifestación externa de engreimiento en aquella mujer. Parecía como si se le hubiera despertado una antigua pena con una fuerza casi violenta
Ruth estuvo a punto de decirle que lo lamentaba, pero antes de que pudiera hablar la pelirroja le respondió con amargura:
– Conocí a un inglés… durante cierto tiempo
Entonces Rooie Dolores entró de nuevo en la habitación y cerró la puerta. Ruth aguardó, pero las cortinas del escaparate no se abrieron
Una de las prostitutas más jóvenes y bonitas, que estaba al otro lado de la calle, la miró irritada, con el ceño fruncido, como si se sintiera decepcionada porque Ruth hubiera gastado su dinero con una puta mayor y menos atractiva
Sólo había otro transeúnte en la minúscula calle Bergstraat, un hombre maduro que mantenía la vista baja. No miraba a ninguna prostituta, pero cambió de actitud y alzó de pronto los ojos y la miró con dureza cuando Ruth pasó por su lado. Ella le devolvió la mirada, y el hombre siguió andando, de nuevo con la vista en los adoquines
También Ruth reanudó su camino; su confianza en sí misma como persona se había debilitado, pero no como profesional. Al margen de cuál fuese el posible relato (el relato más probable sería el mejor), no dudaba de que pensaría en ello. Lo único que sucedía era que no había pensado lo suficiente en sus personajes. No, la confianza que había perdido era algo moral, algo que estaba en el centro de sí misma como mujer, y fuera lo que fuese ese "algo", le maravillaba la sensación de su ausencia
Volvería allí, vería a Rooie de nuevo, pero no era eso lo que la preocupaba. No sentía el menor deseo de tener una experiencia sexual con la prostituta, la cual ciertamente había estimulado su imaginación, pero no podía decir que la hubiera excitado. Y seguía creyendo que no tenía necesidad, ni como escritora ni como mujer, de mirar a la prostituta mientras trabajaba con un cliente
Lo que a Ruth le preocupaba era que necesitaba estar con Rooie de nuevo sólo para ver, como en un relato, lo que sucedería a continuación. Eso significaba que Rooie tenía la sartén por el mango
La novelista volvió enseguida a su hotel, donde, antes de la primera entrevista, escribió unas pocas líneas en su diario: "Se ha impuesto la idea convencional de que la prostitución es una especie de violación a cambio de dinero, pero lo cierto es que en la prostitución, y tal vez sólo en ella, la mujer es, al parecer, la que tiene la sartén por el mango"
Durante el almuerzo le hicieron una segunda entrevista, y otras dos después de comer. Entonces debería haber tratado de relajarse, porque a última hora de la tarde tenía que dar una lectura, a la que seguiría una firma de ejemplares y luego la cena, pero en vez de descansar se sentó en la habitación del hotel y escribió febrilmente. Desarrolló un posible relato tras otro, hasta que tuvo la sensación de que la credibilidad de todos ellos era forzada. Si la escritora que contemplaba la actuación de la prostituta iba a sentirse humillada por la experiencia, el contenido sexual de ésta tenía que sucederle a la escritora: de alguna manera tenía que ser "su" experiencia sexual. De lo contrario, ¿por qué iba a sentirse humillada?
Cuanto más se esforzaba Ruth por involucrarse en la historia que estaba escribiendo, tanto más retrasaba o evitaba la historia que vivía. Por primera vez sabía lo que era ser un personaje de novela en vez de un novelista (el único que tiene la sartén por el mango)… pues, en calidad de personaje, Ruth se veía a sí misma regresando a la Bergstraat, un personaje de un relato que no estaba escribiendo
Lo que experimentaba era la emoción de un lector que necesita saber lo que sucede a continuación. Sus pasos, indefectiblemente, la llevarían de nuevo a aquella calle; no podría resistirse a los deseos de saber lo que sucedería. ¿Qué le sugeriría Rooie? ¿Qué le permitiría Ruth hacer a la pelirroja?
Cuando el novelista prescinde del papel de creador, aunque sólo sea por un momento, ¿qué papeles puede adoptar? No hay más que creadores de relatos y personajes de esos relatos. No existen otros papeles. Nunca hasta entonces había sentido Ruth semejante expectación. Estaba segura de que no deseaba en absoluto controlar lo que sucedería a continuación, y en realidad le estimulaba carecer de ese control. Le alegraba no ser la novelista. No era la autora de aquel relato, pero de todos modos era un relato que la emocionaba