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– Nada -replicó Denise.

– Te he oído. Has dicho que eso era toda una novedad, ¿me equivoco?

– Pues verás, resulta que me tomo el trabajo muy en serio, Denise, y no tengo intención de perder mi empleo por culpa de un baile estúpido.

– Muy bien -rezongó Denise-. Pues no vayas.

– ¡No iré!

– ¡Estupendo!

– Bueno, pues me alegro de que te parezca bien, Denise.

– Holly no pudo evitar sonreír ante el diálogo tan estúpido que mantenían.

– Me alegro de que te alegre -agregó Denise, enojada.

– Oh, no seas tan infantil, Denise. -Holly puso los ojos en blanco-. Tengo que trabajar, es tan simple como eso.

– Bueno, no me sorprende, es lo único que haces últimamente -replicó-. Nunca quieres salir. Cada vez que te llamo resulta que estás ocupada haciendo algo al parecer mucho más importante, como trabajar. Durante mi despedida de soltera parecía que estuvieras pasando el peor fin de semana de tu vida y ni siquiera te dignaste salir la segunda noche. En realidad, no sé por qué te molestaste en ir. Si tienes algún problema conmigo, Holly, ¡preferiría que me lo dijeras a la cara en lugar de portarte como una pelmaza!

Holly se quedó perpleja y miró el teléfono. No podía creer que Denise dijera aquellas cosas. Le parecía mentira que Denise fuese tan estúpida y egoísta como para pensar que todo aquello tenía que ver con ella y no con las preocupaciones íntimas de Holly. No obstante, no era de extrañar que creyera estar perdiendo el j uicio cuando una de sus mejores amigas era incapaz de comprenderla.

– Nunca había oído un comentario más egoísta que ése. -Holly procuró controlar la voz, pero notó que el enojo salpicaba sus palabras.

– ¿Que soy egoísta? -chilló Denise-. ¡Fuiste tú quien se escondió en la habitación durante mi despedida de soltera! ¡Y era mi despedida de soltera! ¡Se supone que eres mi dama de honor!

– Estaba en la habitación con Sharon, ¡lo sabes de sobra! -se defendió Holly.

– ¡Tonterías! Sharon no necesitaba que nadie le hiciera compañía. Está embarazada, no agonizante. ¡No es preciso que estés a su lado veinticuatro horas al día!

Hizo una pausa al darse cuenta de lo que acababa de decir.

Furiosa, Holly dijo con voz cada vez más temblorosa a medida que hablaba:

– Y aún te extraña que no quiera salir contigo. Pues es por esta clase de comentarios estúpidos e insensibles. ¿Alguna vez te has parado a pensar lo duro que resulta para mí? Os pasáis el día hablando de vuestros malditos preparativos de boda, de lo felices que sois y lo entusiasmadas que estáis y de las ganas que tienes de pasar el resto de tu vida compartiendo con Tom la dicha conyugal. Por si no te has dado cuenta, Denise, yo no tuve esa oportunidad porque mi marido murió. Aunque me alegro mucho por ti, de verdad. Me encanta que seas feliz y no pido ningún trato especial, lo único que pido es un poco de paciencia para comprender que ¡no lo habré superado hasta dentro de unos meses! En cuanto al baile, no tengo la menor intención de ir a un sitio que frecuenté con Gerry durante los diez años que estuvimos juntos. Puede que no lo comprendas, Denise, pero por curioso que parezca me resultaría un poco difícil, para decirlo suavemente. ¡Así que no me reservéis un cubierto, estaré muy bien quedándome en casa! -gritó y colgó el auricular de golpe. Rompió a llorar y apoyó la cabeza en el escritorio sin dejar de sollozar. Se sentía perdida. Ni siquiera su mejor amiga la comprendía. Quizás estuviera volviéndose loca. Quizá ya debería haber superado la pérdida de Gerry. Quizás aquello era lo que hacía la gente normal cuando fallecían sus seres queridos. Una vez más pensó que tendría que haber comprado el manual para viudas para ver el tiempo recomendado de luto, dejando así de ser una lata para sus familiares y amigos.

Finalmente el llanto dio paso a unos débiles sollozos y advirtió el silencio que reinaba en la oficina. Comprendió que todo el mundo la habría oído y sintió tanta vergüenza que no se atrevió a salir al cuarto de baño en busca de un pañuelo de papel. Le ardía la cabeza y tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Se secó las lágrimas con la manga de la blusa.

– ¡Mierda! -farfulló tirando unos papeles de encima del escritorio al darse cuenta de que había manchado de base de maquillaje, rímel y pintalabios la manga de su blusa blanca. Se incorporó en el asiento al oír que llamaban a su puerta.

– Adelante -dijo con un hilo de voz.

Chris entró en el despacho con dos tazas de té.

– ¿Té? -propuso arqueando las cejas, y Holly le sonrió débilmente al recordar la broma del día de la entrevista. Chris dejó una taza delante de ella y se sentó en la silla de enfrente-. ¿Estás pasando un mal día? -preguntó con toda la amabilidad de la que era capaz su imponente voz.

Holly asintió con la cabeza y de nuevo se le saltaron las lágrimas. -Perdona, Chris. -Hizo un gesto con la mano mientras intentaba recobrar la compostura-. No afectará a mi trabajo -dijo entrecortadamente.

– Holly, eso no me preocupa lo más mínimo, eres una gran trabajadora -dijo Chris, restándole importancia.

Holly sonrió, agradecida por el cumplido. Al menos estaba haciendo una cosa bien.

– ¿Quieres marcharte a casa más temprano?

– No, gracias, el trabajo me mantiene la mente ocupada. Apenado, Chris negó con la cabeza.

– Ésa no es forma de solucionarlo, Holly. Nadie lo sabe tan bien como yo. Me he encerrado entre estas cuatro paredes y de poco me ha servido. Al menos a la larga.

– Pero tú pareces feliz-musitó Holly con voz temblorosa.

– Ser y parecer algo no es lo mismo. Me consta que lo sabes. Holly asintió, desolada.

– No tienes que hacerte la valiente todo el tiempo, sabes? -Le tendió un pañuelo de papel.

– De valiente no tengo nada -replicó Holly, y se sonó.

– ¿Alguna vez has oído eso de que hay que tener miedo para ser valiente?

Holly meditó un instante.

– Pero no me siento valiente, sólo tengo miedo.

– Bah, todos tenemos miedo en algún momento. No hay nada de malo en ello y llegará un día en que dejarás de tener miedo. ¡Mira todo lo que has hecho! -Chris levantó las manos como abarcando el despacho-. ¡Y mira esto! -Pasó las páginas de una revista-. Éste es el trabajo de una persona muy valiente. Holle sonrió.

– Me encanta el trabajo.

– ¡Y eso está muy bien! Pero debes aprender a disfrutar de otras cosas que no sean el trabajo.

Holly frunció el entrecejo. Esperó que aquello no fuera a convertirse en una charla entre perdedores desdichados.

– Me refiero a aprender a quererte a ti misma, a disfrutar de tu nueva vida. No permitas que toda tu vida gire en torno a tu empleo. Tú eres más que eso. Holly levantó las cejas. «Dijo la sartén al cazo: retírate que me manchas», pensó.

– Ya sé que no puedo ponerme como ejemplo. -Chris hizo un gesto de asentimiento con la cabeza-. Pero también voy aprendiendo… -Apoyó una mano en la mesa y comenzó a apartar migas imaginarias mientras pensaba en lo que iba a decir a continuación-. Me he enterado de que no quieres asistir a ese baile.

Holly creyó morir de vergüenza al comprender que había oído la conversación.

Chris prosiguió:

– Había un millón de sitios a los que me negaba a ir cuando Maureen murió -dijo con voz triste-. Los domingos solíamos ir a pasear al jardín botánico y simplemente me sentía incapaz de regresar allí después de perderla. Había un sinfín de recuerdos contenidos en cada flor y cada árbol que crecía allí. El banco donde solíamos sentarnos, su árbol predilecto, su rosa favorita, cualquier detalle del parque me recordaba a ella.

– ¿Volviste a ir? -preguntó Holly. Tomó un sorbo de té y notó su reconfortante calor.

– Hace unos meses -dijo Chris-. Me costó mucho pero lo hice, y ahora voy cada domingo. Tienes que hacer frente a las cosas, Holly, y pensar en ellas positivamente. A menudo me repito: en este lugar solíamos reír, llorar o discutir, y cuando vas al sitio y recuerdas todos esos momentos que atesoras en la memoria, te sientes más cerca de la persona amada. Puedes celebrar el amor que compartiste en lugar de esconderte de él. -Se echó hacia delante y la miró de hito en hito-. Hay personas que pasan por la vida buscando y nunca encuentran a su alma gemela. Nunca. Tú y yo la encontramos, sólo que las tuvimos por un período más corto del habitual. Es triste, pero así es la vida. Así que ve a ese baile, Holly, y acepta el hecho de que tuviste a alguien a quien amaste y que te correspondió.

Las lágrimas bañaron el rostro de Holly al comprender que Chris tenía razón. Necesitaba recordar a Gerry y alegrarse por el amor que habían compartido y el que todavía seguía sintiendo, pero no para llorar por ellos, no para anhelar los años vividos juntos que ya no estaban a su alcance. Pensó en la frase que había escrito en su última carta para ella: «Recuerda nuestros momentos felices, pero por favor no tengas miedo de crear nuevos recuerdos.» Necesitaba alejar al fantasma de Gerry para mantener vivo su recuerdo.

Después de su muerte, aún había vida para ella.

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