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– ¿Qué tal aquí mismo? -dijo Holly, mirando a la cafetería de la planta baja del edificio donde trabajaba. Quería ir al lugar menos íntimo y más informal posible.

Daniel arrugó la nariz.

– Estoy demasiado hambriento para eso, si no te importa. No he probado bocado en todo el día.

Fueron paseando y Holly propuso todas las cafeterías que encontraron a su paso sin que Daniel se decidiera a entrar en ninguna de ellas. Finalmente se conformó con un restaurante italiano al que Holly no pudo negarse. No porque le apeteciera entrar, sino porque no quedaba ningún otro sitio al que ir después de que ella hubiese desestimado todos los demás restaurantes oscuros de ambiente romántico y Daniel se hubiese negado a comer en ninguna de las cafeterías informales y bien iluminadas.

Dentro reinaba un ambiente tranquilo, con sólo unas pocas mesas ocupadas por parejas que se miraban encandiladas a los ojos a la luz de las velas. Cuando Daniel se levantó para quitarse la chaqueta, Holly aprovechó para apagar la vela de su mesa. Daniel llevaba una camisa azul oscuro que hacía que sus ojos parecieran brillar en la penumbra del restaurante.

– Te ponen enferma, ¿verdad? -preguntó Daniel, siguiendo la mirada de Holly hasta una pareja del otro extremo de la sala que se estaba besando por encima de la mesa.

– En realidad no -dijo Holly con aire pensativo-. Me ponen triste. Daniel no reparó en el comentario, ya que estaba leyendo el menú.

– ¿Qué vas a tomar?

– Tomaré una ensalada César.

– Las mujeres y vuestras ensaladas César… -bromeó Daniel-. ¿No tienes hambre?

– No mucha. -Negó con la cabeza y se sonrojó porque su estómago tembló sonoramente.

– Creo que ahí abajo hay alguien que no está de acuerdo contigo.

– Daniel rió-. Parece que nunca comas, Holly Kennedy.

«Eso es cuando estoy contigo», pensó Holly, que no obstante dijo: -Lo único que pasa es que no tengo mucho apetito.

– Ya, bueno, he visto conejos que comen más que tú -bromeó Daniel. Holly procuró encauzar la conversación a terreno seguro y pasaron la velada charlando sobre la fiesta de lanzamiento. No estaba de humor para hablar de sus sentimientos y pensamientos íntimos aquella noche; ni siquiera estaba segura de cuáles eran en aquel momento. Daniel había tenido la amabilidad de llevarle una copia del comunicado de prensa para que ella lo leyera con antelación y pudiera ponerse a trabajar lo antes posible. También le dio una lista de números de teléfono de las personas que trabajaban en Blue Rock, de modo que Holly pudiera incluir algunas declaraciones. Su ayuda fue muy valiosa, ya que le aconsejó cómo enfocar el evento y con quién debía hablar para recabar más información. Holly salió del restaurante mucho más tranquila ante la idea de escribir el artículo. Sin embargo, la asustaba el hecho de sentirse tan incómoda en compañía de un hombre al que consideraba únicamente su amigo. Para colmo, seguía muerta de hambre tras haber comido unas pocas hojas de lechuga.

Salió a la calle a tomar el fresco mientras Daniel pagaba la cuenta con la caballerosidad de costumbre. Sin duda era un hombre muy generoso, y Holly se alegraba de ser su amiga. Lo que ocurría era que no le parecía apropiado cenar en un pequeño restaurante íntimo con alguien que no fuese Gerry. La hacía sentir mal. En aquel instante debería estar en casa sentada a la mesa de la cocina, esperando a que dieran las doce para abrir la carta de Gerry correspondiente al mes de octubre.

Se quedó atónita e intentó ocultar el rostro al descubrir a una pareja a quien no quería ver avanzando hacia ella por la acera. Se agachó para fing¡r que se ataba el cordón del zapato, pero resultó que llevaba puestas sus botas de cremallera y terminó alisando los bajos del pantalón, sumamente avergonzada.

– ¿Holly, eres tú? -oyó preguntar a una voz conocida.

Miró los dos pares de zapatos que tenía delante y levantó poco a poco la vista hasta mirarlos a los ojos.

– ¡Hola! -procuró mostrarse sorprendida mientras se incorporaba. -¿Cómo estás? -preguntó la mujer, dándole un abrazo cortés-. ¿Qué haces aquí fuera con este frío?

Holly rezó para que Daniel se demorara un rato más en el interior. -Bueno… acabo de comer algo aquí -musitó con una sonrisa vacilante, y señaló el restaurante.

– Vaya, nosotros vamos a entrar ahora -dijo el hombre, sonriendoLástima que no hayamos llegado antes, podríamos haber cenado juntos.

– Sí, es una lástima…

– Bueno, te felicito de todos modos erijo la mujer, dándole unas palmaditas en la espalda-. Es bueno que salgas y hagas cosas por tu cuenta.

– Verás, en realidad… -Miró otra vez hacia la puerta, rogando que no se abriera-. Sí, es agradable…

– ¡Por fin te encuentro! -exclamó Daniel, sonriendo al salir del restaurante-.

Ya creía que te habías escapado. -Apoyó el brazo en los hombros de Holly.

Holly trató de sonreír y se volvió hacia la pareja. -Oh, perdón, no les había visto -se disculpó Daniel. La pareja lo miró impávida.

– Eh… Daniel, ellos son Judith y Charles. Los padres de Gerry.

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