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Cogió el teléfono y pulsó el botón de rellamada. -Hogan's.

– Con Daniel Connelly, por favor. -Un momento.

– No me ponga… -Comenzaron a sonar los Greensleeves-. En espera.

– Diga?

– Daniel, soy yo -dijo con premura.

– ¿Alguna vez me dejarás en paz? -Inquirió Daniel, tomándole el pelo.

– No. Necesito ayuda.

– Ya lo sé, pero no estoy cualificado para eso.

– Hablo en serio. He comentado lo de ese lanzamiento con mi editor y quiere que lo cubra yo.

– Fabuloso. ¡Entonces ya puedes olvidarte del anuncio! -bromeó Daniel.

– No, de fabuloso nada. Quiere que lo escriba yo.

– Me alegro por ti, Holly.

– ¿No lo entiendes, Daniel? ¡No sé escribir!

– ¿De veras? Era una de las asignaturas más importantes en mi colegio. -Daniel, por favor, que esto va en serio…

– De acuerdo. ¿Qué quieres que haga?

– Necesito que me cuentes absolutamente todo lo que sepas sobre esa bebida y el lanzamiento, para que pueda comenzar a escribir enseguida y así tener unos días de margen para preparar el artículo.

– ¡Sí, un momento, señor! -gritó Daniel, apartándose del teléfono-. Oye, Holly, ahora no puedo entretenerme.

– Por favor -lloriqueó Holly. -Escucha, ¿a qué hora sales de trabajar? -A las seis. -Cruzó los dedos y rezó para que la ayudara.

– De acuerdo, ¿por qué no te pasas por aquí a las seis y te llevo a cenar a alguna parte?

– Oh, muchísimas gracias, Daniel. -Se puso a dar brincos de alegría por el despacho-. Eres un cielo!

Colgó el teléfono y suspiró aliviada. Después de todo quizás aún tuviera una oportunidad de redactar el artículo y de paso conservar el empleo.

De repente se quedó inmóvil al repasar mentalmente la conversación. ¿Acababa de aceptar una cita con Daniel?

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