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– De momento no, creo que me lo ha contado todo.

– Muy bien, pues te dejo con lo tuyo.

Cerró la puerta al salir y Holly se sentó a su nuevo escritorio en su nuevo despacho. Se sentía un tanto intimidada ante su nueva vida. Aquél era el empleo más importante que jamás había tenido y a juzgar por lo que había visto tendría mucho que hacer, pero eso la alegraba. Necesitaba mantener la mente ocupada. Sin embargo, le había resultado imposible memorizar los nombres de todo el mundo, de modo que sacó su libreta y el bolígrafo y anotó los que recordaba. Abrió la primera carpeta y se puso manos a la obra.

Se enfrascó tanto en la lectura que al cabo de un buen rato se dio cuenta de que había olvidado por completo la pausa para almorzar. Al parecer nadie en la oficina había abandonado su puesto. En otros empleos, Holly solía dejar de trabajar al menos media hora antes del almuerzo para pensar qué iba a comer. Luego se marchaba con un cuarto de hora de antelación y regresaba con quince minutos de retraso debido al «tráfico», aunque en realidad fuese a almorzar a la vuelta de la esquina. Pasaba la mayor parte de la jornada soñando despierta, haciendo llamadas personales, sobre todo al extranjero, ya que no tenía que pagarlas, y siempre era la primera en la cola para recoger el cheque del salario mensual, que por lo general gastaba en cuestión de dos semanas.

Sí, aquél era muy distinto de sus empleos anteriores, pero lo cierto era que lo disfrutaba minuto a minuto.

– Vamos a ver, Ciara, ¿seguro que llevas el pasaporte? -preguntó la madre de Holly a su hija menor por tercera vez desde que habían salido de casa.

– Sí, mamá -respondió Ciara-. Te lo he dicho un millón de veces, lo llevo aquí.

– Enséñamelo -ordenó Elizabeth, volviéndose en el asiento del pasajero.

– ¡No! No pienso enseñártelo. Tendrías que aceptar mi palabra, ya no soy una niña, ¿sabes?

Declan soltó un bufido y Ciara le arreó un codazo en las costillas. -Tú cállate.

– Ciara, enséñale el pasaporte a mamá para que se quede tranquila -dijo Holly cansinamente.

– ¡Muy bien! -vociferó Ciara, poniéndose el bolso en el regazo-. Aquí está. Mira, mamá… No, espera, en realidad no está aquí… No, en realidad puede que lo metiera aquí… ¡Oh, mierda!

– Cielo santo, Clara -gruñó el padre de Holly, frenando en seco para dar media vuelta.

– ¿Qué pasa? -replicó Ciara a la defensiva-. Lo metí aquí, papá, alguien tiene que haberlo cogido -refunfuñó vaciando el contenido del bolso. Joder, Ciara -se quejó Holly al caerle unas bragas en la cara. -Bah, cállate de una vez -le espetó Clara- No vas a tener que aguantarme durante mucho tiempo.

Todos los ocupantes del coche guardaron silencio al darse cuenta de que era verdad. Sólo Dios sabía cuánto tiempo estaría Ciara en Australia y sin duda iban a echarla de menos, por más escandalosa e irritante que fuera.

Holly iba apretujada contra la ventanilla del asiento trasero junto con Declan y Ciara. Richard llevaba a Mathew y a Jack (haciendo caso omiso de las protestas de éste) y probablemente ya habían llegado al aeropuerto a aquellas alturas. Era la segunda vez que regresaban a casa, dado que Clara había olvidado el aro de la suerte que se colgaba en la nariz y había exigido a su padre que diera media vuelta.

Finalmente llegaron al aeropuerto una hora después de haber salido cuando el trayecto no solía llevar más de veinte minutos.

– Por Dios, ¿qué os ha retrasado tanto? -se quejó Jack a Holly cuando por fin entraron en el aeropuerto con cara de pocos amigos-. He pasado todo este rato a solas con Dick.

– Corta el rollo, Jack -dijo Holly-, tampoco hay para tanto.

– Vaya, veo que has cambiado de onda -bromeó Jack, fingiéndose sorprendido.

– En absoluto, es sólo que cantas la canción que no toca-replicó Holly, y fue a reunirse con Richard que estaba solo viendo la vida pasar.

– Cielo, ponte en contacto más a menudo esta vez, ¿de acuerdo? -pidió Elizabeth a su hija, abrazándola llorosa.

– Claro que sí, mamá. No llores, por favor, que no quiero llorar yo también.

A Holly se le hizo un nudo en la garganta y tuvo que esforzarse para contener las lágrimas. Ciara le había hecho mucha compañía durante los últimos meses y siempre había conseguido animarla cuando pensaba que su vida no podía ir peor. Añoraría a su hermana, pero comprendía que Ciara tenía que estar con Mathew. Era un buen tipo y se alegraba de que se hubiesen encontrado.

– Cuida de mi hermana-dijo Holly, poniéndose de puntillas para abrazar al imponente Mathew.

– No te preocupes, está en buenas manos-contestó Mathew, sonriendo.

– Te ocuparás de ella, ¿verdad? -Frank le dio una palmada en el hombro y sonrió. Mathew era lo bastante inteligente como para darse cuenta de que aquello era más una advertencia que una pregunta y le contestó de forma muy convincente.

– Adiós, Richard -dijo Ciara, dándole un fuerte abrazo-. Mantente alejado de la bruja de Meredith. Eres demasiado bueno para ella. -Clara se volvió hacia Declan-. Ven a vernos cuando quieras, Dec. Podrás hacer una película o lo que sea sobre mí -dijo muy seria al benjamín de la familia, y le dio un fuerte abrazo.

– Jack, cuida de mi hermana mayor-dijo sonriendo a Holly-. Uuuuy, cuánto voy a echarte de menos. -Apenada estrechó a Holly con fuerza.

– Yo también -respondió Holly con voz temblorosa.

– Bueno, me largo antes de que me contagiéis la depresión y me eche a llorar -dijo tratando de parecer contenta.

– No sigas haciendo esos saltos con cuerda, Ciara. Son muy peligrosos -dijo Frank con aire preocupado.

– ¡Se llama puenting, papá! -Ciara rió y besó a sus padres en la mejilla una vez más-. Descuida, seguro que descubro algo nuevo para probar -bromeó.

Holly guardó silencio junto a su familia, observando a Ciara y Mathew mientras éstos se alejaban cogidos de la mano. Incluso Declan tenía los ojos llorosos, aunque fingió que se debía a un estornudo.

– Levanta la vista a las luces, Declan. -Jack cogió a su hermano por los hombros-. Dicen que eso ayuda a estornudar.

Declan levantó la vista al techo y así evitó ver cómo se marchaba su hermana. Frank cogió a su mujer por la cintura mientras ésta se despedía con la mano sin cesar, las mejillas bañadas en lágrimas.

Todos rompieron a reír al dispararse la alarma cuando Ciara pasó el control de seguridad y le ordenaron que vaciara los bolsillos antes de cachearla.

– Cada puñetera vez -bromeó Jack-. Es asombroso que le permitieran entrar en el país.

Volvieron a despedirse con la mano mientras Ciara y Mathew se alejaban hasta que el pelo rosa se perdió de vista entre la multitud.

– Muy bien -dijo Elizabeth, enjugándose las lágrimas-. ¿Por qué el resto de mis hijos no se viene a casa y almorzamos todos juntos?

Todos aceptaron al ver lo alterada que estaba su madre.

– Esta vez te dejo ir con Richard -dijo Jack con picardía a Holly y se marchó con el resto de la familia, dejándolos allí, un tanto desconcertados.

– ¿Qué tal tu primera semana en el trabajo, cariño? -preguntó Elizabeth a Holly mientras todos almorzaban en la casa familiar.

– Me encanta, mamá -dijo Holly y sus ojos se iluminaron-. Es mucho más interesante y motivador que cualquiera de los otros empleos que he tenido, y todo el personal es muy simpático. Hay muy buen ambiente -agregó llena de felicidad.

– A la larga eso es lo más importante, ¿verdad? -dijo Frank, complacido-. ¿Cómo es tu jefe?

– Un encanto. Me recuerda mucho a ti, papá. Cada vez que lo veo me vienen ganas de darle un abrazo y un beso.

– Eso suena a acoso sexual en el trabajo -bromeó Declan, y Jack se rió por lo bajo.

Holly puso los ojos en blanco.

– Vas a hacer otro documental este año, Declan? -preguntó Jack.

– Sí, sobre la falta de vivienda-contestó él con la boca llena. -Declan -reconvino Elizabeth, arrugando la nariz-, no hables con la boca llena.

– Perdón -dijo Declan y escupió la comida al plato.

Jack rompió a reír y por poco se atraganta con la comida mientras el resto de la familia apartó la vista de Declan con asco.

– ¿Qué has dicho que estabas haciendo, hijo? -preguntó Frank para evitar una discusión familiar.

– Estoy haciendo un documental sobre las personas sin techo para la facultad.

– Ah, muy bien -respondió antes de retirarse a su universo particular. -¿A qué miembro de la familia vas a usar como sujeto esta vez? A Richard? -inquirió Jack maliciosamente.

Holly golpeó el plato con los cubiertos.

– Eso no tiene gracia, tío -dijo Declan con tono muy serio, sorprendiendo a Holly.

– ¿Por qué estáis todos tan susceptibles últimamente? -preguntó Jack, mirando alrededor-. Sólo ha sido una broma.

– Muy poco graciosa, Jack-dijo Elizabeth severamente.

– ¿Qué ha dicho? -preguntó Frank a su esposa tras salir de su trance. Elizabeth negó con la cabeza y Frank comprendió que más valía no volver a preguntar.

Holly observó a Richard, que estaba sentado a la cabecera de la finesa comiendo en silencio. Se le partió el corazón. No se merecía aquello, y o bien Jack estaba siendo más cruel que de costumbre o, por el contrario, aquello era la norma y ella había sido una estúpida por encontrarlo divertido hasta entonces.

– Perdona, Richard. Sólo era una broma -se excusó Jack.

– No pasa nada, Jack.

– ¿Ya has encontrado trabajo?

– No, todavía no.

– Es una lástima -dijo Jack secamente y Holly lo fulminó con la mirada. ¿Qué demonios le pasaba?

Elizabeth recogió con calma sus cubiertos y el plato y se fue en silencio a la sala de estar, donde encendió el televisor y terminó de comer en paz. Sus «dos geniecillos» ya no conseguían hacerla reír.

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