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No tenía intención de quedarse mucho tiempo, sólo el necesario para charlar un poco y recoger el sobre que había decidido que quizá sí fuese de Gerry. Estaba cansada de fustigarse a sí misma preguntándose sobre el posible contenido, de modo que había resuelto poner fin a ese silencioso tormento. Tomó aire, llamó al timbre y esbozó una sonrisa para causar buena impresión.

– ¡Hola, cariño! ¡Entra, entra! -dijo su madre con aquella encantadora expresión de bienvenida que hacía que Holly tuviera ganas de besarla cada vez que la veía.

– Hola, mamá. ¿Cómo va todo? -Holly entró en la casa y de inmediato sintió el reconfortante y familiar olor de su viejo hogar-. ¿Estás sola?

– Sí, tu padre ha salido con Declan a comprar pintura para su habitación. -No me digas que tú y papá seguís pagando sus gastos…

– Bueno, tu padre puede que sí, pero desde luego yo no. Ahora trabaja por las noches, de modo que al menos tiene dinero para sus gastos personales, aunque no contribuye con un solo penique en los gastos de la casa.

Rió entre dientes y llevó a Holly hasta la cocina, donde puso agua a calentar.

Declan era el hermano menor de Holly y el benjamín de la familia, de modo que sus padres aún se sentían inclinados a mimarlo. Tendríais que ver a su «niño»: Declan era un chaval de veintidós años que estudiaba producción cinematográfica y que siempre llevaba una cámara de vídeo en la mano.

– ¿Qué empleo tiene ahora?

Su madre puso los ojos en blanco.

– Se ha incorporado a un grupo de música. The Orgasmic Fish, creo que se hacen llamar, o algo por el estilo. Estoy hasta la coronilla de oírle hablar de eso, Holly. Como vuelva a contarme una vez más quién ha acudido al último concierto y ha prometido ficharlos y lo famosos que van a ser, me volveré loca.

– Ay, pobre Deco. No te preocupes, tarde o temprano encontrará algo.

– Ya lo sé, y es curioso, porque de todos vosotros, mis queridos hijos, es el que menos me preocupa. Ya encontrará su camino.

Se llevaron los tazones al salón y se acomodaron frente al televisor. -Tienes muy buen aspecto, cariño, me encanta cómo llevas el pelo. ¿Crees que Leo se dignaría cortármelo a mí o ya soy demasiado vieja para formar parte de su clientela?

– Bueno, mientras no le pidas que te haga un corte al estilo de Jennifer Aniston, no creo que tenga inconveniente.

Holly le refirió la anécdota de la mujer en el salón de belleza y ambas se echaron a reír.

– En fin, lo último que quiero es parecerme a Joan Collins, así que me mantendré alejada de él.

– Quizá sea lo más sensato -convino Holly.

– ¿Ha habido suerte en cuanto al trabajo? -preguntó su madre como de pasada, aunque Holly advirtió que se moría por saberlo.

– No, todavía no, mamá. A decir verdad, ni siquiera he comenzado a buscar. No tengo claro qué quiero hacer.

– Haces bien, hija -opinó su madre, asintiendo con la cabeza-. Tómate el tiempo que sea necesario para decidir qué te gustaría, de lo contrario acabarás aceptando con prisas un empleo que odiarás, tal como hiciste la última vez.

Holly se sorprendió al oír esto. Aunque su familia siempre la había apoyado a lo largo de los años, se sintió abrumada y conmovida ante la generosidad de su amor.

El último empleo que Holly había tenido había sido de secretaria de un canalla implacable en un bufete de abogados. Se había visto obligada a dejar el trabajo cuando el muy asqueroso fue incapaz de comprender que necesitaba ausentarse del despacho para atender a su marido agonizante. Ahora tenía que buscar uno nuevo. Un trabajo nuevo, por supuesto. Por el momento le parecía inimaginable ir a trabajar por las mañanas.

Mientras se relajaban, Holly y su madre fueron desgranando una larga conversación durante horas, hasta que por fin Holly se armó de valor y preguntó por el sobre.

– Oh, por supuesto, cariño, lo había olvidado por completo. Confío en que no sea nada importante, lleva aquí un montón de tiempo.

– No tardaré en averiguarlo.

Sentada en el montículo de hierba desde el que se dominaba la playa dorada y el mar, Holly estuvo un rato toqueteando el sobre cerrado. Su madre no lo había descrito muy bien, pues en realidad no se trataba de un sobre sino de un grueso paquete marrón. La dirección figuraba mecanografiada en una etiqueta, por lo que era imposible saber quién la había escrito. Y encima de la dirección había dos palabras escritas en negrita: LA LISTA.

Se le revolvió el estómago. Si no era de Gerry Holly finalmente debería aceptar el hecho de que se había ido, que había desaparecido de su vida por completo, y tendría que comenzar a pensar en existir sin él. Si era de él, se vería enfrentada al mismo futuro, pero al menos podría agarrarse a un recuerdo reciente. Un recuerdo que tendría que durarle toda una vida.

Con dedos temblorosos desgarró el precinto del paquete. Lo puso boca abajo y lo sacudió para vaciarlo. Cayeron diez sobres diminutos, de los que suelen encontrarse en un ramo de flores, cada cual con el nombre de un mes escrito en el anverso. El corazón le dio un vuelco cuando reconoció la letra que llenaba la hoja suelta que acompañaba a los sobres.

Era la letra de Gerry.

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