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Después de cuatro canciones, Holly ya no pudo más. Se despidió de Jack con un abrazo y un beso.

– ¡Dile a Declan que me he quedado hasta el final! -gritó-. ¡Encantada de conocerte, Daniel! ¡Gracias por la bebida! -Y emprendió el camino de regreso a la civilización y el aire fresco. Los oídos siguieron zumbándole durante el trayecto de regreso a su casa en coche. Cuando llegó, eran más de las diez. Sólo faltaban dos horas para que ya fuese mayo. Y eso significaba que podría abrir otro sobre.

Holly estaba sentada a la mesa de la cocina tamborileando nerviosamente con los dedos sobre la madera. Bebió de un trago su tercera taza de café y estiró las piernas. Aguantar despierta durante dos horas más le resultó bastante más complicado de lo que había supuesto, era obvio que aún estaba cansada por haberse pasado de rosca en su fiesta. Repiqueteó con los pies debajo de la mesa sin seguir ningún ritmo en concreto y luego volvió a cruzar las piernas. Eran las once y media. Tenía el sobre encima de la mesa delante de ella, casi podía ver cómo le sacaba la lengua y le decía: «Toma, toma.»

Lo cogió y empezó a manosearlo. ¿Quién se enteraría si lo abría antes de hora? Sharon y John probablemente ni se acordarían de que había un sobre para el mes de mayo, y Denise seguro que estaría durmiendo como un tronco después del estrés de sus dos días de resaca. Además, lo tenía muy fácil para decir una mentira suponiendo que le preguntasen si había hecho trampas, aunque lo más plausible era que no les importase nada. Nadie lo sabría y a nadie le importaría.

Pero eso no era del todo cierto. Gerry lo sabría.

Cada vez que Holly sostenía los sobres con la mano sentía una fuerte conexión con él. Al abrir los últimos dos sobres, había notado como si Gerry estuviera sentado justo a su lado, riéndose de sus reacciones. Sentía como si participaran juntos de un juego, a pesar de encontrarse en dos mundos distintos. Sentía su presencia, y si hacía trampas él lo sabría, sabría si se saltaba las reglas de su juego en común.

Después de otra taza de café, Holly estaba histérica. La manecilla horaria del reloj parecía dar una audición para conseguir un papel en «Los vigilantes de la playa», con su carrera a cámara lenta alrededor de la esfera, pero por fin llegó la medianoche. Una vez más, volvió lentamente al sobre y atesoró cada instante del proceso. Gerry estaba sentado a la mesa frente a ella.

– ¡Venga, ábrelo!

Rasgó con cuidado la solapa y la rozó con los dedos, consciente de que lo último que había tocado era la lengua de Gerry. Por fin, sacó la tarjeta del interior y la abrió.

¡Adelante, Disco Diva! Enfréntate a tu miedo al karaoke en el Club Diva este mes y, quién sabe, quizá seas recompensada…

Posdata: te amo…

Notó la mirada de Gerry, sus labios se torcieron en una sonrisa y terminó echándose a reír. Holly repetía «¡ni hablar!» cada vez que recobraba el aliento. Por fin se serenó y anunció a la habitación:

– ¡Gerry, cabrón! ¡De ninguna de las maneras voy a pasar por esto!

Gerry se rió con ganas.

– Esto no tiene nada de divertido. Sabes muy bien lo que pienso al respecto y me niego a hacerlo. No. Ni hablar. No lo haré.

– Tienes que hacerlo y lo sabes -dijo Gerry, sonriendo. -¡No tengo por qué hacer esto!

– Hazlo por mí.

– No voy a hacerlo por ti, ni por mí, ni por la paz mundial. ¡Odio el karaoke!

– Hazlo por mí -repitió Gerry.

El timbre del teléfono hizo que Holly pegara un brinco en la silla. Era Sharon.

– Venga, son las doce y cinco. ¿Qué ponía? ¡John y yo nos morimos de vanas de saberlo!

– ¿Qué te hace suponer que lo he abierto? -preguntó Holly.

– ¡Oh, vamos! -soltó Sharon-. Veinte años de amistad me otorgan el rítulo de experta en ti. Y ahora déjate de zarandajas, dinos qué pone.

– No pienso hacerlo -repuso Holly rotundamente.

– ¿Qué? ¿No vas a decírnoslo?

– No, no voy a hacer lo que quiere que haga.

– ¿Por qué? ¿De qué se trata? -preguntó Sharon.

– Oh, no es más que un patético intento de hacerse el gracioso -espetó Holly al techo.

– Ahora sí que estoy intrigada -dijo Sharon-. Suéltalo.

– Holly, descubre el pastel. ¿De qué se trata? -inquirió John desde un teléfonosupletorio.

– Vale… Gerry quiere que… cante en un karaoke -soltó Holly de corrido. -

– Qué? Holly, no hemos entendido una sola palabra de lo que has dicho -protestó Sharon.

– Yo sí -aseguró John-. Creo que he oído algo acerca de un karaoke. ¿Tengo razón?

– Sí -respondió Holly como una niña traviesa.

– ¿Y tienes que cantar? -inquirió Sharon.

– Sí -confesó Holly con voz queda. Quizá si no lo decía, no tendría por qué pasar.

Sharon y John rieron tan fuerte que Holly tuvo que apartar el auricular de su oreja.

– Volved a llamar cuando se os haya pasado -dijo enojada, y colgó. Al cabo de un momento volvieron a llamarle.

Holly oyó a Sharon resoplar, incapaz de reprimir otro ataque de risa. La línea volvió a enmudecer.

Diez minutos después llamó de nuevo.

– ¿Sí?

– De acuerdo. -Esta vez Sharon habló con decisión y con un tono excesivamente serio-. Perdona lo de antes, ahora estoy bien. No me mires, John -rogó, apartándose del teléfono-. Lo siento, Holly, pero es que no dejo de pensar en la última vez que tú…

– Ya, ya, ya -la interrumpió Holly-. No hace falta que lo saques a relucir. Fue el día más embarazoso de mi vida, así que me acuerdo muy bien. Por eso no voy a hacerlo.

– ¡Vamos, Holly, no puedes permitir que una tontería como ésa te desanime!

– ¡Mira, quien no se desanime por una cosa así es que está loco de remate! -arguyó Holly.

– Holly, no fue más que una pequeña caída… -insistió Sharon.

– ¡No me digas! Me acuerdo perfectamente, ¿sabes? Además, ni siquiera sé cantar, Sharon. ¡Creía haber dejado claro este aspecto la última vez! Sharon guardó silencio.

– ¿Sharon? Silencio absoluto. -Sharon, ¿sigues ahí? No obtuvo respuesta. -Sharon, ¿te estás riendo? -inquirió Holly. Oyó algo parecido a un chillido y se cortó la línea.

– ¡Qué maravilloso apoyo me prestan mis amigos! -murmuró entre dientes-. ¡Oh, Gerry! Creía que tenías intención de ayudarme y en vez de eso me pones los nervios de punta.

Aquella noche, durmió poco y mal.

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