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Salió de la cocina el mozo con aires apoteósicos, se sentó Antonia junto a la mesa en la que acababa de ver sacrificado lo que en mayor consideración tenía, tomó distraída uno de los cardos que le habían sobrado, y lo estrujó a propósito en la mano. Quiso también esta vez llorar, pero no le brotaron las lágrimas, aunque sí unas gotas de sangre fueron a caer en el lebrillo de la leche, tiñendo aquella inmaculada blancura como un símbolo.

Hasta entonces había tenido Antonia un solo secreto, el estar enamorada de Sansón Carrasco, pero después de aquel día tu va dos.

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