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Y la verdad es que tampoco tenía en mejor consideración a Sancho, pero le obedeció cuando le afeó la conducta.

Al cabo de unos minutos, como se hacia incómodo el silencio entre los dos hombres, Sancho le dijo:

– Canta si quieres, Cebadón; cantando y más cantando, la pena se va aliviando.

– No. Ya no tengo ganas.

– Y tú, Cebadón, ¿qué piensas hacer ahora que tu amo ha muerto?.

– ;Yo? -respondió alegremente el mozo-. Se sorprendería voacé, señor Sancho, de las cosas de las que soy capaz. A mí me espera el mundo, y me lo voy a poner por montera.

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