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Aprende cuanto antes las reglas del ¡uego, le había dicho Dantón a Santiago cuando su hijo entró a trabajar con él al BUFA. Los que quieren ascender entran al PRI y se contentan con lo que les cae. Tienen razón. Son ajonjolí de todos los moles. Lo que les ofrecen, lo toman. Un día pueden ser oficial mayor, al siguiente Secretario de Estado y pasado mañana administrador de puentes y caminos. No importa. Tienen que tragárselo todo. La disciplina reditúa. O no reditúa. Pero ellos no tienen otra alternativa. Nomás que allí es donde comienza el código común para todos, los que ascienden y los que ya estamos arriba. No te enemistes con nadie que tenga poder o pueda tenerlo, hijo. Cuando haya enfrentamientos, que sean en serio, no por un quítame allá esos pelos. No hagas olas, hijo. Este país sólo avanza en un mar de sargazos. Mientras más calma chicha, más creemos que progresamos. Es un secreto y una paradoja, de acuerdo. No digas nunca nada en público que se preste a controversias. Aquí no hay problemas, México progresa en paz. Hay unidad nacional y quien se alebresta y rompe la tranquilidad, lo paga caro. Vivimos el milagro mexicano. Queremos algo más que un pollo en cada olla, como dicen los gringos. Queremos un refrigerador repleto en cada hogar y si es posible, con puros productos de los supermercados de tu abuelo don Aspirina, que Dios tenga a su vera y al que convencí que el comercio se hacía en grande. Ah, qué don Aspirina, tenía alma de abarrotero.

Se sirvió dos dedos de Chivas Regal en un pesado vaso de cristal cortado, sorbió y prosiguió.

– Voy a relacionarte bien, Santiago, pierde cuidado. Hay que empezar joven pero lo duro es durar. Los políticos, ya ves, empiezan jóvenes pero salvo excepciones, duran poco. Los hombres de

negocios empezamos jóvenes pero duramos toda la vida. Nadie nos elige y mientras no digamos nada en público, no somos ni vistos ni criticados. A ti no te hace falta hacerte notar. La publicidad y el autobombo son formas de rebeldía en nuestro sistema. Olvídalas. No te expongas nunca a decir algo de lo que luego te arrepientas. Tus pensamientos, guárdatelos para ti nomás. Que no haya testigos.

Santiago aceptó la copa que le ofreció su padre y se la bebió de un golpe.

– Así me gusta -rió Dantón-. Lo tienes todo. Sé discreto. No te expongas. Apuéstale a todos pero arrímate al bueno, cuando viene la grande, la sucesión presidencial. Las lealtades no valen, las obsecuencias sí. Aprovecha los primeros tres años del sexenio para hacer negocios. Luego vienen los declives, las locuras, los sueños de ser reelectos o ganar el Premio Nobel. Y a los presidentes se les bota la canica. Hay que acomodarse con el sucesor, que aunque lo escoja el presidente en turno, una vez en la silla va a hacer pedazos al antecesor que lo nombró, a su familia y a sus amigos. Navega en silencio, Santiago. Nosotros somos continuidad callada. Ellos son fragmentación ruidosa. Y a veces, ruinosa, cómo no.

Que invitara a bailar a Mengana y a cenar a Zutana. El papá de Perengana era socio de don Dantón y tenía una fortuna modesta de cincuenta millones de dólares, pero el papá de Loli Parada andaba por los doscientos millones y aunque era menos manipula-ble que el socio, adoraba a su hija y le daría todo lo que…

¿Todo?, le dijo Santiago a su padre, ¿qué llamas todo, padre? Carajo, no sigues tus propios consejos, cabrón papacito, dejas demasiados papeles, aunque los escondas muy bien, tus archivos están llenos de pruebas que has ido guardando para poder chantajear a quienes te hicieron favores y refrescar la memoria a quienes les debes favores, en los dos casos fuiste corrupto, cabrón viejo, no me mires así, no voy a medirme, chingada madre, tengo fotocopias de todas tus pinches movidas, me sé de memoria cada mordida que recibiste de un Secretario de Estado por manejarle un asunto público como si fuera privado, cada comisión que te dieron por servir de intermediario y hombre de paja en una compraventa ilegal de terrenos en Acapulco, cada cheque que te pasaron por servirles de frente a inversionistas gringos en actividades vedadas a extranjeros, cada peso que te dieron por asumir la responsabilidad de terrenos ejida-les desalojados aun a costa del asesinato de campesinos para que un presidente y sus socios desarrollaran ahí el turismo, me sé las muer-

tes de líderes sindicales independientes y de líderes agrarios rejegos, por todo te pagaron y a todos les pagaste, padre mío e hijo de la chingada, no has cometido un acto lícito en tu puta vida, vives del sistema y el sistema vive de ti, te condenan las pruebas porque las necesitas para condenar a quienes te sirvieron o a los que serviste, pero el secreto se acabó, pinche viejo, yo tengo copia de todo, no te preocupes, no voy a darle nada a los periódicos, ¿qué gano con eso?, no voy a decir palabra, salvo que te vuelvas más loco de lo que estás, ojete, y me mandes matar, y en ese caso ya dispuse que todo salga a la luz y no aquí, donde le pagas a los periodistas, corruptor de mierda, sino en los Estados Unidos, allí donde te duele, donde te arruinas, cabrón papacito, porque les lavas dinero a los criminales yanquis y mexicanos, porque violas las leyes sagradas de la sagrada democracia americana, sobornas a sus funcionarios bancarios, les pasas regalitos a sus congressmen, chinga tu madre, si hasta has creado tu pequeño lobby personal en Washington, palabra que te admiro, viejo, eres mejor que Willy Mays, tocas todas las bases, palabra que más que a ti desprecio a todo el jodido sistema que has contribuido a crear, ustedes están podridos de los pies a la cabeza y de la cabeza a los pies, del presidente al último gendarme están más podridos que una plasta de mierda seca que lleva cuarenta años repartiéndose entre todos y dándonos de comer a todos, ¡a la chingada, don Dan-tón López-Díaz, a la puritita chingada!, no quiero comer mierda, no quiero un centavo tuyo, no quiero verte el puto hocico ni una vez más en mi vida, no quiero volver a mirar a un solo socio tuyo, a un solo líder de la CTM, a un solo redentor de la CNC, a un solo banquero salvado de la ruina por el gobierno, a un solo… me lleva la puta madre, lo que voy a hacer es luchar contra todos ustedes y si me pasa algo a mí, algo peor te va a suceder a ti, papacito lindo.

Santiago le arrojó las copias de los papeles a la cara a su padre mudo, tembloroso, con los dedos acalambrados puestos por reflejo sobre los timbres de auxilio pero incapaz al fin de hacer nada, reducido a la impotencia brutal en que su hijo quiso colocarlo.

– Recuerda. Cada papel de esos tiene copias. En México. En los Estados Unidos. En lugar seguro. Protégeme, papá, porque no tienes más protección que la de tu hijo desobediente. ¡A la chingada!

Y Santiago abrazó a su padre, se abrazó de su padre y le dijo al oído, te quiero viejo, tú sabes que a pesar de todo yo te quiero viejo cabrón.

Laura Díaz presidió la mesa aqueLa noche de Navidad del año 65. Ella a la cabeza, las dos parejas a sus lados. Se sintió segura, perfeccionada de algún modo por la simetría del amor entre sus nietos y sus amigos. Ya no estaba sola. A su derecha, su nieto Santiago y su novia Lourdes le anunciaron que se casarían el último día del año, ella esperaba un bebé en julio, él buscaría chamba y mientras tanto…

– No -lo interrumpió Laura-. Ésta es tu casa, Santiago. Tú y tu mujer se quedan aquí y le alegran la existencia a una vieja…

Porque tener al tercer Santiago con ella era como tener presentes a los otros dos, el Mayor y el Menor, el hermano y el hijo. Que tuvieran al niño, que Santiago terminara la carrera. Para ella era una fiesta llenar la casa de amor, bullicio…

– Tu tío Santiago nunca cerró la puerta de su recámara.

Llenar la casa de un amor feliz. Laura quería proteger desde la raíz a una pareja joven y bella, acaso porque a su derecha, en la cena navideña, tenía a una pareja que tardó treinta años en reunirse y ser feliz.

Basilio Baltazar había encanecido, pero mantenía el perfil gitano, moreno y bien recortado, de su juventud. Pilar Méndez, en cambio, mostraba los estragos de una vida de azares y privaciones. No de carencias físicas, no había pasado hambres, su desolación era interna, en el rostro sólo estaban dibujadas las dudas, las lealtades desgarradas, la obligación constante de escoger, de reparar con amor las heridas de la crueldad familiar, facciosa y, cómo no, fantástica. La mujer de pelo rubio ceniza y dientes maltratados, bella aún en su perfil ibérico, mezcla de todos los encuentros, musulmán y godo, judío y romano, como si trajera un mapa de su patria pintado en la cara, arrastraba también palabras duras, declamadas como en una tragedia antigua frente al escenario clásico de la puerta latina de Santa Fe.

– La mayor fidelidad consiste en desobedecer las órdenes injustas.

– Sálvela en nombre del honor.

– Ten compasión.

– El cielo está lleno de mentiras.

– Muero para que mi padre y mi madre se odien siempre.

– Ella debe morir en nombre de la justicia.

– ¿Qué parte del dolor no viene de Dios?

Laura le dijo a Pilar que los nietos, Santiago y Lourdes, tenían derecho a escuchar la historia del drama ocurrido en Santa Fe en 1937.

– Es una historia muy vieja -dijo Pilar.

– No hay historia que no se repita en nuestro tiempo -Laura le acarició la mano a la mujer española-. Te lo digo yo.

Dijo Pilar que no se quejó frente a la muerte entonces, y no lo iba a hacer ahora. La queja sólo aumenta el dolor. Sale sobrando.

– Creímos que ella fue fusilada aquella madrugada frente a los muros de la ciudad -dijo Basilio-. Lo creímos durante treinta años.

– ¿Por qué lo creíste? -preguntó Pilar.

– Porque nos lo contó tu padre. Era de los nuestros, era el alcalde comunista de Santa Fe, por supuesto que lo creímos.

– No hay mejor destino que morir desconocida -dijo Pilar mirando al joven Santiago.

– ¿Por qué, señora?

– Porque si te conocen, Santiago, tienes que justificar a unos y condenar a otros y acabas por traicionar a todos.

Basilio quiso decirles a los jóvenes lo que ya le había contado a Laura cuando pidió licencia y regresó volando a México para ver a su mujer, a su Pilar. Don Alvaro Méndez, el padre de Pilar, fingió la ejecución de su hija aquella madrugada y ocultó a la muchacha en una casa arruinada de la Sierra de Gredos, donde no le faltaría nada mientras durase la guerra; los dueños de la granja vecina eran imparciales, y amigos tanto de don Alvaro como de doña Clemencia. No traicionarían a nadie. Sin embargo, el padre de Pilar no le dijo nada a su mujer Clemencia. La madre de la muchacha quedó convencida de que su hija era mártir del Movimiento. Así lo proclamó cuando triunfó Franco. Don Alvaro fue pasado por las armas en el mismo sitio donde debió morir su hija. La madre cultivó la devoción a su hija mártir, consagró el sitio donde Pilar debió caer muerta, el cuerpo nunca se halló porque los rojos lo arrojaron por allí, seguramente, en una fosa común…

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