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– Lo mejor a veces es a veces lo único. Aquí lo único es casi siempre lo peor.

Fueron al mercado sabatino y él decidió comprar un árbol de la vida. Ella no tenía por qué oponerse a la compra, pero lo hizo. No sé por qué me opuse, pensó más tarde, cuando dejaron de hablarse toda una semana, en realidad esos candelabros de barro pintados de mil colores no son feos, no ofenden a nadie, aunque tampoco son esa maravilla de audacia y sensibilidad folclóricas que él dice, no sé por qué le dije son cosas chabacanas, cursis, que sólo compran los extranjeros, ¿por qué no compras unos títeres con medias color de rosa, o un balero multicolor, o de plano un sarape para

ti y un rebozo para mí? Nos sentaremos al atardecer guarecidos contra ese frío repentino que cae de la montaña, envueltos en folclor mexicano, ¿a eso quieres rebajarme?, ¿no le basta con mirarme insistentemente mientras me arreglo frente al espejo, dejándome pensar lo que él piensa, se hace vieja, descuidada, va a cumplir cincuenta y siete años, ya no necesita kótex?, ¿además quiere llenarme la casa de cachivaches turísticos, árboles de la vida, baleros, marionetas de mercado? ¿Por qué de plano no te compras un machete, Ha-rry, de esos con inscripciones chistosas inscritas en el lomo, yo soy como el chile verde picante pero sabroso, para que la próxima vez que quieras cortarte los dedos y la lengua, lo logres, logres compadecerte a ti mismo por lo que fuiste y lo que no fuiste, por lo que eres y por lo que pudiste ser?

Harry no tenía fuerzas para pegarle. Fue ella la que sintió compasión por él cuando Harry le levantó la mano y ella hizo añicos el árbol de la vida arrojándolo contra el piso de ladrillo y al día siguiente barrió los pedazos dispersos y los tiró a la basura y sólo una semana después regresó sola del mercado y colocó el nuevo árbol de la vida en la repisa frente a la mesa y los equípales donde los dos acostumbraban comer.

Entonces quiso compensar su odio inexplicable hacia la figura multicolor de ángeles, frutas, hojas y troncos, aspirando intensamente el olor del follaje del jardín, el brillo de la lluvia sobre las hojas de plátano, y más allá, en su memoria, los árboles de sombra del café, los simétricos campos del limón y la naranja, las higueras, el lirio rojo, la copa redonda del árbol del mango, el trueno de flor amarilla menuda que lo mismo resiste el huracán o la sequía; toda la flora de Catemaco… Y en el final de la selva, la ceiba. Tachonada de clavos. Las espinas puntiagudas que la ceiba genera para protegerse a sí misma. Un tronco lleno de espadas, defendiéndose, para que nadie se le acerque… La ceiba al final del camino. La ceiba tachonada de dedos cortados a machetazo limpio por un asaltante de los caminos de Veracruz.

Siempre se sentaban lado a lado en el jardín cuando caía la tarde. Decían cosas de la vida diaria, el precio de la comida en el mercado, el menú del siguiente día, la tardanza con que llegaban las revistas americanas a Tepoztlán (si es que llegaban), la gentileza del grupo de Cuernavaca de hacerles llegar recortes, siempre recortes, nunca diarios o publicaciones enteras, la bendición del radio de onda corta, ir o no a Cuernavaca al Cine Ocampo a ver tal o cual pe-

lícula de vaqueros o los melodramas mexicanos que hacían reír a Laura y llorar a Harry, pero nunca una visita a casa de los Bell, la Academia de Aristóteles, la llamaba Harry, le aburría la discusión eterna, siempre lo mismo, una tragicomedia en tres actos.

– El primer acto es la razón. La convicción que nos llevó al comunismo y a simpatizar con la izquierda, la causa obrera, la fe en los argumentos de Marx y en la Unión Soviética como el primer Estado obrero y revolucionario. Con esa fe le contestábamos a la realidad de la depresión, el paro, la ruina del capitalismo americano.

Había luciérnagas en el jardín, pero no tantas como la luz intermitente de los cigarrillos que Harry encendía sucesivamente, el siguiente con la colilla del anterior.

– El segundo acto es la heroicidad. Primero la lucha contra la depresión económica en América, segundo la guerra contra el fascismo.

Lo interrumpía un acceso de tos brutal, una tos tan honda y fuerte que parecía ajena al cuerpo cada día más delgado y pálido de Harry, incapaz de contener un huracán tan hondo en su pecho.

– El tercer acto es la victimación de los hombres y mujeres de buena fe, comunistas o simplemente humanistas. McCarthy era el mismo tipo humano que Beria el policía de Stalin, o Himmler el policía de Hitler. Los movía la ambición política, la facilidad de obtener ventajas sumándose al coro anticomunista cuando terminó la guerra caliente y empezó la guerra fría. El frío cálculo de adquirir poder sobre las reputaciones arruinadas. La delación, la angustia, la muerte… Y el epílogo -Harry abría las manos, mostraba las palmas abiertas, los dedos amarillos, se encogía de hombros, tosía levemente.

Era ella la que decía, le decía, se decía a sí misma, sin saber en qué orden y de qué manera comunicárselo mejor a Harry, el epílogo tenía que ser la reflexión, el esfuerzo de la inteligencia para entender qué había sucedido, por qué había sucedido.

– ¿Por qué nos comportamos en América igual que en Rusia? ¿Por qué nos volvimos igual a lo que decíamos combatir? ¿Por qué se dan los Beria y los McCarthy, todos esos Torquemadas modernos?

Laura escuchaba a Harry pero quería decirle que los tres actos y el epílogo de los dramas políticos nunca se presentan así, bien ordenados y aristotélicos, decía Harry burlándose un poco de la «Academia» de Cuernavaca, sino enmarañados, lo sabían los dos,

mezcladas las razones con las sinrazones, la esperanza con el desaliento, la justificación con la crítica, la compasión con el desprecio.

– Ojalá pudiera volver al momento de España y quedarme allí -le decía Harry a veces. Y volviéndose brutalmente a Laura, febrilmente, continuaba con la voz cada vez más apagada pero más ronca, «¿por qué no me dejas, por qué sigues conmigo?».

Era el momento de la tentación, Era el momento en que ella dudaba. Podía empacar e irse. Era posible. Podía quedarse y aguantarlo todo. También era posible. Pero ni podía irse sin más, ni quedarse pasivamente. Oía a Harry y tomaba, una y otra vez, la misma decisión, me quedaré, pero haré algo, no sólo lo cuidaré, no trataré solamente de darle aliento, trataré de entenderlo, de saber qué le pasó a él, por qué conoce todas las historias de esa era de infamias y desconoce la suya, por qué a mí, que lo quiero, no me dice su propia historia, por qué…

Es como si él la adivinase. Pasa con todas las parejas unidas por la pasión más que por la costumbre, nos adivinamos, Harry, basta una mirada, un gesto de la mano, una distracción fingida, un sueño penetrado igual que se penetra un cuerpo sexualmente, para saber qué piensa el otro, piensas en España, piensas en Jim, piensas que al morir tan joven se salvó, no tuvo tiempo de ser víctima de la historia, fue víctima de la guerra, eso es noble, eso es heroico; pero ser víctima de la historia, no prever, no apartarse a tiempo del golpe de la historia, o no asumirlo con entereza si llega a pegarnos, eso es triste, Harry, eso es terrible.

– Todo ha sido una farsa, un error…

– Yo te quiero, Harry, eso no es ni una farsa ni un error…

– ¿Por qué te he de creer?

– Yo no te engaño.

– Todos me han engañado.

– No sé qué quieres decir.

– Todos.

– ¿Por qué no me lo cuentas?

– ¿Por qué no lo averiguas por tu cuenta?

– No, yo no haría nada a espaldas tuyas.

– No seas tonta. Te autorizo. Ve, regresa a Cuernavaca, pregúntales por mí, diles que yo te di permiso, que te digan la verdad.

– ¿La verdad, Harry?

(La verdad es que yo te amo, Harry, te amo de una manera distinta a como amé en su momento a mi marido, a Orlando Xi-

ménez o al propio Jorge Maura, te amo como los amé a ellos, como una mujer que vive y se acuesta con un hombre, pero con:igo es diferente, Harry, además de amarte como amé a los hombres, te amo como amé a mi hermano Santiago el Mayor y a mi hijo Santiago el Menor, te amo como si te hubiera visto morir ya, Harry, como a mi hermano muerto y sepultado bajo las olas en Veracruz, te amo como vi morir a mi hijo Santiago, fulgurante en su promesa incumplida, resignado y bello mi hijo, así te quiero a ti, Harry, como a un hijo, a un hermano y a un amante, pero con una diferencia, mi amor, que a ellos los quise como mujer, como madre, como amante, y a ti te quiero como perra, sé que ni tú ni nadie me va a entender, te quiero como perra, quisiera parirte yo misma y luego desangrarme hasta morir, ésa es la imagen que te hace a ti distinto de mi marido, mi amante o mis hijos, mi amor por ti es un amor de animal que quisiera ponerse en tu lugar y morir en vez de ti, pero sólo al precio de convertirme en tu perra, cosa que nunca sentí antes y que quisiera explicarme y no sé cómo pero así es, y es así, Harry, porque sólo ahora, a tu lado, me hago preguntas que antes no me hice nunca, me pregunto si merecemos el amor, me pregunto si es el amor lo que existe, no tú y yo y por eso quisiera ser animal, tu perra sangrante y moribunda, para decir que sí existe el amor como existen un perro y una perra, quiero sacar el amor tuyo y mío de cualquier idealidad romántica, Harry, quiero darle la última oportunidad a tu cuerpo y al mío arraigándolos en la tierra más baja pero más concreta y cierta, la tierra en la que un perro y una perra olfatean, comen, se traban sexualmente, se separan, se olvidan, porque voy a tener que vivir con tu memoria cuando te mueras, Harry, y mi memoria de ti nunca será completa porque no sé qué hiciste durante el terror, no me lo dices, quizás fuiste un héroe y tu humildad se disfraza de honor peleonero, como John Garfield, para no contarme sus hazañas y rendir tu corazón al sentimentalismo, tú que lloras con una película de Libertad Lamarque, pero acaso fuiste un traidor, Harry, un delator, y eso es lo que te avergüenza y por eso quisieras regresar a España, ser joven, morir al lado de tu joven amigo Jim en la guerra y tener guerra y muerte en vez de historia y deshonor, ¿cuál es la verdad?, creo que es la primera, porque si no no te aceptarían en el círculo de los victimados en Cuernavaca, pero puede ser la segunda porque ellos nunca te miran ni te dirigen la palabra, te invitan y te tienen sentado allí, sin hablarte pero sin atacarte, hasta que tu silla se convierte en el banquillo de los acusados y me

conoces a mí y ya no estás solo y debemos salir de Cuernavaca, dejar atrás a tus camaradas, no oír más esos argumentos repetidos hasta la saciedad…)

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